LA HABANA, Cuba. – Jorge Luis Borges, ese genio argentino, se burlaba sin reparos de un montón de cosas, incluso de las biografías. Borges suponía que ese género literario no era más que “un ejercicio de las minucias”, un absurdo, y para demostrarlo nos advirtió que lo más notable, en la mayoría de los empeños biográficos, eran los cambios de domicilio de esos “recordadores”; aun así, y a pesar de Borges, se siguieron escribiendo hasta hoy un montón de memorias, y muchas biografías.
Y por ahí aparecen cada vez más biografías y semblanzas, a pesar de Borges, mientras afloran también los lectores de esas biografías. Gracias a Stefan Zweig conocimos mucho más de Magallanes, mientras que los empeños de Jorge Mañach nos permitieron reconocer algunas claves para entender mejor a José Martí. Biografiados fueron también Lennon y Tolstoi, María Antonieta, y muchos más, muchísimos más.
Y tanto creció el número de biografías que hasta se precisó de un término, y surgió eso que algunos llaman “biografismo”, y con él apareció también el abuso del “biografismo” que, por supuesto, llegó a Cuba algo más pervertido; y aparecieron más biógrafos y biografiados, sobre todo entre los comunistas. Y Fidel Castro, como era de esperar, tuvo también su biografía. Fidel Castro debió soñar con su Stefan Zweig, y porque no lo encontró tuvo que conformarse con Katiuska Blanco.
Y tanto se pervirtió en Cuba el término que hoy se le llama biografía a eso que la televisión nacional reproduce todo el tiempo, y durante unos segundos.
Día tras día miramos en la televisión un montón de reseñas biográficas de esos “candidatos”. ¿Y qué sabemos de ellos? La televisión nos entera de su nombre y sus apellidos, del año en que nació cada uno, de sus estudios y militancias, que son siempre comunistas, y quizá algún que otro cristiano de denominaciones “protestantes”, que profesan una fe idéntica por Fidel y por Jesús, sin que los miremos debatir sobre asuntos realmente importantes, como la economía nacional y la miseria en que vivimos.
A mí me gustaría verlos debatiendo sus puntos de vista sobre temas políticos y económicos, pero nunca fue recomendable pedir peras al olmo. Yo sueño con escuchar sus dicciones, sus saberes sobre la historia cubana y universal, sobre la economía. Yo quisiera saber cuántos de ellos dieron trancazos a los manifestantes del 11J, y hasta cuál dulce prefieren para el postre, si usan la cuchara, o el tenedor, para llevarse a la boca el bocado de arroz con frijoles. ¿Arroz con frijoles?
¿Qué estudiaron sus hijos y cuáles trabajos desempeñaron después de graduados? Sería bueno saber, incluso, de eso que refería Borges, eso de los cambios de domicilio. ¿Cuántos, tras el primer cargo, cambiaron sus residencias? ¿Cuánto pagan Miguel Díaz-Canel, y todos ellos, por el servicio eléctrico? Me gustaría saber en cuál oficina van a hacer esos pagos o si están pendientes al toque del cobrador en la puerta de sus casas. ¿En cuál bodega compran?
Me aturde saber que algunos de ellos se graduaron en universidades cubanas pero jamás usaron esos saberes aprendidos. Me mortifica reconocer que después de sus graduaciones, y sin cumplir el “servicio social”, fueron destinados a dirigir una “organización de masas” o el Partido Comunista en alguna provincia. Nunca supe qué pensaba ciertamente Díaz-Canel del Código de las Familias y las uniones homosexuales. No los vi en un debate con algunas de las tantas víctimas de las UMAP.
¿Qué hace un médico dirigiendo alguna instancia del Partido en lugar de trabajar en un hospital? ¿Qué hace una profesora al frente de la FMC de su municipio o en la provincia, o al más alto nivel de esa “organización”? Yo quiero saber por qué Inés María Chapman Waugh se hizo ingeniera hidráulica y luego la hicieron vicepresidenta del Consejo de Ministros, con tantos problemas que tienen los recursos hidráulicos en Cuba.
¿No es acaso un desparpajo gastar todo ese dinero que, según dicen, gasta el Gobierno en la educación de un montón de cubanos a los que luego emplea en lo que les da la gana. Yo quiero saber cómo es esa madre “candidata”. Yo quiero saber su opinión sobre nuestros múltiples exilios, sobre las tantísimas escapadas y sus causas, y también el perfume que prefiere, y si le gusta más la claria que la langosta.
Yo quiero saber de las cosas importantes, de sus proyectos y visiones sobre asuntos medulares de la vida cubana, incluso algunas de sus frivolidades: el perfume preferido, la marca de la leche. Quiero saber si le gusta el queso Gouda o el Patagrás. Quiero saber si hace alergia al jabón Nácar o si prefiere, como Rihanna o Angelina Jolie, el Gamila Secret.
Yo quiero saber, porque lo merezco y porque no puedo conformarme con esas tres o cuatro líneas de biografía. Yo necesito saber qué opinión tienen de los que se van en una balsa sin pensar en las razones que los llevaron a tomar esas decisiones. Yo quiero saber qué piensan de las vacaciones de Antonio Castro en Bodrum y en otros sitios, de los matrimonios de Mariela Castro con un chileno y con un italiano.
Esos elogios que dedican en la televisión a los “candidatos” no son más que eso, elogios contrahechos, puro ditirambo, pero sin la gracia de aquellos primeros ditirambos que dedicaran los griegos a Dionisio, sin aquella métrica y sin Dionisio, sin esos éxtasis que inspirara Dionisio, quien sin dudas no está entre los posibles diputados a la Asamblea Nacional. Sería bueno imaginar lo que diría la biografía de Dionisio si fuera candidato a diputado. ¿Habrá algún Dionisio en las candidaturas?
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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