LA HABANA, Cuba.- En la cultura occidental el mes de diciembre constituye un motivo de celebración; no solo por la significación que tienen, para la cristiandad, los días 24 y 25, sino por la alegría que supone cerrar un ciclo en la vida cotidiana para abrir el camino a un nuevo año cargado de expectativas, ilusiones, proyectos y anhelos. Diciembre ha sido tradicionalmente el mes de los balances, inventarios y recuentos; pero también el mejor pretexto para ponerle sordina al exigente y ajustadísimo plan de ahorro que se imponen miles de familias cubanas.
En otros tiempos, el 31 de diciembre consistía en disfrutar, junto a familiares y amigos, de los manjares preparados para la ocasión: cerdo asado, moros y cristianos, tostones, yuca con mojo, ensaladas diversas… todo ello rociado con abundante ron y cerveza. Sin embargo, esta cena tradicional cubana, tan recurrida por su sencillez y sabrosura, se ha convertido en algo inalcanzable para numerosas familias cubanas. Las compras de fin de año son hoy, más que un motivo para alegrarse, una preocupación azuzada por la escasez general en las redes comerciales estatales y el brutal aumento de precios que, en fechas tan señaladas, se percibe en los mercados agropecuarios.
Mientras en muchos países existen rebajas y hasta gratuidades que permiten a cada hogar –por humilde que sea– festejar las fechas de Nochebuena, Navidad, Víspera de Fin de Año y Día de Reyes, en Cuba se produce el efecto contrario y, durante el mes de diciembre, los precios se inflan hasta reventar la animosidad de los clientes.
En un país cuyo salario promedio real es de unos 19 dólares, no es posible planificar celebración alguna sin contar con las remesas de los parientes que viven o trabajan en el extranjero. Pero ¿qué sucede con quienes solo pueden contar con sus ingresos? Un vistazo a las fotos ayudará a calcular cuánto puede costar la cena del 31 de diciembre para una persona natural que cuenta con el salario promedio mensual. Ello sin incluir los gastos extra que demandan la Nochebuena y la Navidad, fechas que también los cubanos, desde sus modestas posibilidades, gustan celebrar.
La simple comida tradicional se aleja de los exiguos bolsillos de los cubanos que deben pagar la libra de carne de cerdo a 50 e incluso 60 pesos; un paquete de frijoles, de peso reducido por el robo de los vendedores, puede costar entre 10 y 30 pesos, sin garantía de calidad. Las viandas y vegetales exhiben precios alucinantes que dejan consternados a los compradores y echan por tierra todo entusiasmo. “Se le quitan a una los deseos de comer y de cocinar”, dice una señora en el agro, mientras sostiene en la mano un pimiento que cuesta siete pesos.
Cuando se indaga por la subida de los precios, las respuestas pueden variar: desde la cruel “estamos en diciembre y hay que aprovechar”, hasta las explicaciones que apuntan a la escasez de productos agrícolas y el encarecimiento de los mismos por parte de los proveedores. No es de extrañar entonces que el agromercado de San Rafael, ubicado en una de las zonas más densamente pobladas de Centro Habana, luzca vacío una tarde de sábado del mes de diciembre.
Lo que sí se han preguntado muchos ciudadanos es cómo el gobierno cubano tuvo el hiriente descaro de llevar al Secretario de Agricultura de Estados Unidos, Sr. Thomas Vilsack, al agro ubicado en 19 y B, en la zona del Vedado. Un lugar identificado como plaza de ricos, la “agroboutique” donde la gente de ingresos normales no puede comprar. Tal vez el Secretario de Agricultura se llevó la impresión de que en Cuba todos los productos agrícolas tienen buena calidad, y seguramente no preguntó acerca de los salarios en la Isla, detalle que le habría ayudado a considerar cuántos cubanos pueden permitirse el lujo de comprar en ese agro, donde los productos llegan maduros por su ciclo natural, sin el añadido de los químicos que aceleran el proceso de maduración para hacerlos “vendibles” a la población común y corriente.
El 2015 no ha sido un buen año para Cuba, a pesar de las esperanzas de todos tras la reanudación de las relaciones diplomáticas entre la Isla y Estados Unidos. Han sido 365 días signados por el empobrecimiento sostenido de varios sectores de la población, el recrudecimiento de la existencia diaria y el desabastecimiento –constante y estratégico– en la tiendas, para mantener a los ciudadanos preocupados por adquirir productos tan esenciales como pasta dental, papel higiénico, pollo, aceite o puré de tomate.
Desde hace algunos años no se escucha en los hogares cubanos la algarabía que acompaña la llegada del año nuevo, ni los baldes de agua para echar fuera los rezagos del período que termina. Tal vez ello se deba a que un rezago de más de medio siglo no puede despedirse en la última noche del año.