MIAMI, Estados Unidos.- La reacción anti Trump durante todo el proceso de las elecciones fue instintiva e irracional. Sus detractores —ignorando la enseñanza fundamental de la filosofía Griega Antigua— se enfocaron en los gestos, la apariencia y todo lo superficial y circunstancial, mientras lo verdaderamente importante en política pasaba inadvertido delante de sus narices. Poco a poco muchos de los enemigos del actual presidente fueron cayendo en cuenta que se habían equivocado. El proceso de desencanto con la histeria anti Trump es largo y tortuoso, aún continúa.
Lo que me llamaba la atención de este bando opuesto era precisamente su carencia de argumentos racionales, su tendencia a atacar y contraatacar, siempre como masa, bajo el calor de la euforia y el impulso ciego. Pudiera decirse, entonces, que también pasaron por alto el llamado a la reflexión que nos hizo la obra más conocida del filósofo español Ortega y Gasset en pleno corazón de la modernidad.
Trump was right, era y es lo que necesita Estados Unidos si quiere conservarse como nación. Era y es lo que necesita el ciudadano americano si no quiere verse marginado en su propia casa por religiones, prácticas y culturas foráneas. En lugar de escuchar a Trump desde una actitud racional ni siquiera se le dio la oportunidad de diálogo y su propuesta fue rechazada sin más. Ergo, incomprendida.
Hoy se está cometiendo el mismo error con su política hacia Cuba. Se supone que mientras más cerca de la posición de Obama esté Trump más solidario deban ser con él sus detractores. Pero la farándula politiquera no piensa. Es capaz de ir contra ella misma con tal de dañar al presidente. Resulta que Trump es criticado ahora —de uno y otro bando, dicho sea de paso— porque apenas modificó la política de Obama hacia Cuba (sin comentarios).
¿Por qué tanto alboroto, tanta reacción sin reflexión? ¿Por qué no tratar de comprender primero y opinar —sobre todo, enjuiciar— después? Muchos de los que hoy intentan cubrir de lodo la jugada de Trump con relación a Cuba ya los veremos arrepentidos. A fin de cuentas, la genuflexión de Obama no produjo resultados, más bien fue contraproducente. Sin embargo, si Trump hubiera levantado de un plumazo todo contacto, real y posible, con Cuba, la reacción de sus detractores hubiera sido notablemente más adversa, militante y hasta violenta.
El presidente, afortunadamente, no les dio esa oportunidad.
Si la progresía liberal “irreverente” (y lo pongo entre comillas porque la masa — siempre dominada por una idea o tendencia— no está asociada a la irreverencia, sino a la sumisión) no quiere tropezar de nuevo con la misma piedra, entonces debe tratar de entender que la posición más sensata para ayudar al cubano de a pie es mantener un canal abierto, una cierta presencia y una vía de comunicación con Cuba, es decir, con el pueblo y sus dictadores. Cerrar la puerta y tirar la llave después de lo que hizo Obama es actuar de manera torpe e irresponsable. La parte buena del trato del expresidente (la cual hasta hoy fue más virtual que real) ha sido salvada. La parte mala (la mayoritaria y única en explotación, productora de dividendos para el régimen) ha sido cancelada, literalmente, de un plumazo.
¿Por qué Trump lo hizo de ese modo que hoy tantos no entienden? Porque es un excelente negociador. Y es de un trato de lo que estamos hablando: ni huimos ni nos congraciamos. Quien cierre las embajadas pierde, porque entre otras cosas pierde la capacidad de actuar in situ, la experiencia directa. Ahora Trump tiene el rábano por las hojas sin anular la posibilidad del diálogo. Es más, convirtiendo esa posibilidad en una necesidad para el régimen de La Habana.
Y el mensaje ha sido más que claro: si quieren negociar —y pueden hacerlo, porque ustedes mismos tendieron los puentes que de otro modo tendrían que destruir— las concesiones las tienen que hacer ustedes. Y con los recortes que le he hecho yo a sus empresas militares y al propio turismo estadounidense les estoy diciendo que lo que me interesa a corto y mediano plazos no es el dinero, sino la democracia y la libertad de todos los cubanos, porque sé que ese es también el verdadero negocio, el good deal que traerá en un futuro nada lejano, amén de seguridad para la región, dividendos y prosperidad para los cubanos de la isla, los norteamericanos y los cubanoamericanos.
Todos incluidos por primera vez en una justa exigencia (que no injerencia) del presidente de la nación que ha sido esperanza para muchos dentro de Cuba y segunda patria para otros tantos fuera de ella. Hoy se ve claro que la distancia que separa al presidente, a la Casa Blanca y a los Estados Unidos de América de los cubanos es más corta que la que separa a estos últimos de la Rinconera (residencia de Raúl Castro). Obama quiso dejar un legado y lo hizo: fue el primer presidente norteamericano activo que se fue a turistear con el gobierno comunista de La Habana, esa gloria es toda suya. Pero de Trump cumplir sus promesas —y ya sabemos que lo hace— será él quien entre en la historia de Cuba aun sin proponérselo.
Así pues, detractores, de ser sensatos hay que dejar hacer al presidente antes de ponerse a convulsionar en los medios. Es sencillo: piensen, reflexionen, valoren las posibilidades que pueden abrirse con esta nueva estrategia política del embudo invertido (como debió ser) y después opinen.
Por ejemplo, la sola prohibición del comercio con las empresas militares —depende cómo se interprete— pudiera extenderse a toda la economía cubana (léase, estatal) atendiendo a que en Cuba no hay nada que de un modo u otro no esté sometido al control militar (y no se olvide que hasta los cuentapropistas son obligados a colaborar con el régimen si quieren conservar sus licencias). Por otra parte, Obama no podía empoderar al cubano de a pie porque las condiciones las ponía la dictadura castrista. Pero con Trump se revierte la ecuación: el único modo para el régimen de obtener algún beneficio es a través del beneficio de los ciudadanos que el propio régimen oprime. Y esto ya indica a un inevitable fin.
Me atrevo a asegurar que pronto se verán en Cuba no solo movimientos eleccionarios, sino cambios masivos de casacas verde olivo por finos vestidos y elegantes trajes. La transmutación del régimen, el timo y la distracción de la opinión pública son previsibles en esta dirección. Se extenderá la práctica de la cobertura y la fachada a todos los sectores, estratégicos o no, de la economía. Pero Trump no es Obama, él sabe que el indicador es el pueblo y no lo que digan los gobiernos en los foros internacionales y la prensa izquierdista.
Si Obama oxigenó a la moribunda dictadura, de Trump se puede decir que le ha puesto un catéter en la yugular al régimen castrista. La diferencia radica en que el presidente guarda la jeringa en su bolsillo y no parece tener apuro, porque la bola estará a partir de ahora en la cancha contraria.