LA HABANA, Cuba.- Amanece cada día en la calle Santo Tomás, en Santiago de Cuba y una elevada afluencia de personas, sobre todo de jóvenes, hace llamar la atención de los pobladores de esta provincia oriental. Resulta que allí se encuentra el Centro Cultural y Biblioteca Monseñor Pedro Maurice, uno de los nuevos centros de enseñanza no oficial en el país que se popularizan por la calidad de sus docentes y por el prestigio de quienes se han formado en sus aulas.
La institución no es la única, sino una de tantas que han abierto sus puertas a una educación alternativa con espacios de diálogo y libertad. Precisamente, las iglesias, tanto católicas como evangélicas han tomado las riendas de este proceso con la oferta de cursos de idiomas, computación, ciencias sociales, entre otros que tienen lugar en instalaciones bien equipadas y con bibliotecas acondicionadas y actualizadas.
Sin embargo, aun cuando estos centros son formadores de valores cívicos y culturales en sus estudiantes, el Estado cubano no los reconoce, ni siquiera valida la titulación de los egresados de dichos espacios.
Una educación que renace
Preocupado por los nuevos rumbos que tomaba el país, Monseñor Pérez Serantes, en febrero de 1959, refiriéndose a la enseñanza no estatal, expresó: “Cuando pedimos que se reconozca nuestro derecho a enseñar…, no pedimos algo que signifique un privilegio, sólo pedimos se nos deje ejercer el derecho de servir a Cuba en la mejor formación de sus ciudadanos”.
Pese a ello, el gobierno que devino a partir de 1959 estatalizó la enseñanza atea en toda la Isla, lo cual significó el cierre de muchos espacios privados de este tipo y la usurpación de sus instalaciones. Inclusive, los creyentes de ese entonces no podían acceder a diferentes carreras, sobre todo, de humanidades. Posteriormente, ante las nuevas exigencias de los tiempos, y con las reformas a la constitución, se perfiló la enseñanza como laica, lo cual dio paso a una cierta anuencia de otros centros alternativos de formación.
En tal sentido, surgieron espacios como el Centro de Estudios de la Arquidiócesis de La Habana, fundado en 1990; el Centro de Formación Cívica, de Pinar del Río; el Centro San Antonio María Claret, en Santiago de Cuba y los Institutos María Reina y Félix Varela, ambos de La Habana. Tales proyectos ofrecieron durante años la posibilidad de acceder a altos estudios filosóficos y teológicos.
Los nuevos aires del cambio
Aunque los espacios cerrados después del 59 son reclamados constantemente por la Iglesia, el intelectual cubano y exdirector de la Revista Palabra Nueva, Roberto Méndez, refirió en un artículo sobre el tema que en circunstancias nuevas no es necesario reabrir los viejos colegios tal y como fueron. “Los dominicos lo han demostrado muy bien, ellos no han procurado recuperar la Universidad habanera, sino que en su convento actual han sabido crear algo tan moderno y útil como una nueva universidad, refirió el destacado académico”.[1]
En tal sentido la escuela “Aula Fray Bartolomé de las Casas”, llevada por los religiosos dominicos de La Habana, ha sido uno de los nuevos espacios más populares por la concurrencia activa de una amplia gama de estudios como son la informática, los idiomas y la cultura cubana y universal. Aunque el pasado año, esta institución recibió categorización internacional y sus títulos son avalados por universidades extranjeras, el Ministerio de Educación Superior no aprueba profesionales formados en aulas fuera de instituciones oficiales.
Lo mismo sucede con el Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela, que se ha caracterizado por ser la primera institución de estudios superiores para laicos y por abrir sus puertas a la diversidad. “No les preguntamos el pensamiento político, religioso ni su orientación sexual”, refirió el Padre Yosvany Carvajal rector del centro, durante un encuentro este año con los estudiantes de nuevo ingreso.
Por otro lado, los estudiantes no solo son los beneficiados en estos espacios, sino que los profesores también tienen oportunidad de superación por medio del proyecto de las Escuelas de Verano, las cuales, nacidas en el año 2001, representan el motor impulsor de valores, pues en sus más de 20 espacios por toda la Isla, apoyan con nuevas técnicas educativa la posibilidad del cambio hacia una enseñanza diferente desde los docentes.
Con el mismo sentido de la gratuidad, pero sin imponer consignas ideológicas, trabajos voluntarios ni servicios sociales, estos espacios se instauran como auténticos centros de formación de valores, aun cuando pasan por la ausencia de reconocimiento gubernamental.
[1] Roberto Méndez. Artículo “La educación católica en Cuba. Balance y perspectivas”. Revista Palabra Nueva.