MIAMI, Estados Unidos. — El 9 de agosto de 1976 falleció José Lezama Lima, el más importante de los escritores cubanos del siglo XX. Al morir tenía 65 años, salud deteriorada por el asma y otros padecimientos, entre ellos la amargura de verse condenado al ostracismo por los hacedores de las políticas culturales del régimen castrista.
No le perdonaban los comisarios comunistas el hecho de ser burgués, católico, incompatible con los códigos morales del castrismo-machismo-leninismo y políticamente poco confiable, particularmente después de que en 1968 formara parte del jurado que, pese a todas las presiones, concedió el Premio UNEAC al poemario Fuera del juego, de Heberto Padilla.
Dos años antes, en 1966, la narración de las andanzas homoeróticas de Farraluque en el capítulo VIII de Paradiso, una de las más importantes novelas de Hispanoamérica, había escandalizado a los comisarios culturales castristas, que calificaron de pornográfico al libro y lo prohibieron (no se volvería a reeditar en Cuba hasta 25 años después, en 1991).
“Vivo en la ruina y la desesperación”, escribió Lezama en una de las cartas que durante quince años, entre 1961 y 1976, envió a Eloísa, su hermana exiliada en Miami.
En aquellas cartas, el genio de la calle Trocadero, a quien no publicaban ni permitían viajar al exterior, lamentaba la desintegración de su familia, “la monotonía enloquecedora, el aislamiento inexorable, el agobio de ignorar la culpa que expiaba”.
Luego de la rehabilitación póstuma de la figura de Lezama por la cultura oficial en la década de 1990 al convertirlo en un escritor de culto sólo para iniciados, quieren hacer ver que el autor de Paradiso nunca fue enemigo del castrismo. Para ello, citan la ambigua invocación de Lezama al Ángel de La Jiribilla y aquel muy usado y abusado mareo teleológico del escritor cuando en 1959 afirmó que “la Revolución Cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados”.
Para las reinterpretaciones de Lezama al gusto del castrismo, la cultura oficial se ha valido, entre otros, del concurso del periodista y escritor Ciro Bianchi, asiduo de la casa de Trocadero 462, discípulo del curso délfico y frecuente comensal de la mesa lezamiana que a duras penas surtía su esposa María Luisa.
En sus artículos en el periódico Juventud Rebelde y en el extenso prólogo del libro Lezama disperso (Ediciones Unión, 2009), una recopilación de artículos y ensayos de Lezama Lima, Ciro Bianchi ha dicho que Lezama exageraba en cuanto a las vicisitudes que pasaba y ha puesto en duda que las autoridades le hubieran negado de manera continuada el permiso para viajar al exterior.
No obstante, en el prólogo de Lezama disperso, Ciro Bianchi tuvo un atisbo de sinceridad y aludió, aunque sin mencionar nombres, a los comisarios que se ensañaron con Lezama en sus últimos años. Al referirse al velorio de Lezama, que tuvo lugar un día como hoy pero hace 46 años, en el tercer piso de la funeraria de Calzada y K, escribió Bianchi: “También y sin que se separaran un solo momento del féretro, estuvieron los que fueron brazos ejecutores de la persecución contra Lezama. Algunos de los que asistieron no tenían nada que hacer allí como no fuera cumplir un compromiso oficial y simular, y a veces ni eso, un pesar que estaban muy lejos de sentir”.
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