LAS TUNAS, Cuba. – Las dotes histriónicas de los encargados de manejar la pandemia en Cuba, más para mostrar al mundo el “eficiente” proceder del comunismo que el quehacer médico a los cubanos, parecen progresar en la misma medida que la letalidad de las nuevas cepas del coronavirus SARS-CoV-2, que matan a decenas de cubanos todos los días.
Lo digo porque en la tarde del pasado sábado mi vecina Amalia –que fuerte y animosa vivía a dos cuadras de nuestra casa– murió. Falleció luego de una muy dilatada espera en que en el policlínico devenido hospital de Puerto Padre (ver en este sitio Hospital COVID-19 en Las Tunas: de las urgencias a la improvisación) faltó todo, desde ética médica hasta sábanas para cubrir el cadáver. Tampoco hubo sostén para el sarcófago, que se vino abajo lesionando a una doctora delgadita y solitaria –símbolo de la tan publicitada “potencia médica” cubana– justo a las cuatro de la madrugada del domingo, porque Amalia fue sepultada a la luz de un teléfono celular.
Sin embargo, el pasado lunes, en su conferencia diaria, el doctor Francisco Durán García, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública (MINSAP), no informó a Cuba y al mundo que en Puerto Padre sí tuvimos muertes por COVID-19, a no ser que luego se diga que, ciertamente, los test de antígenos de los fallecidos resultaron positivos, pero luego, después de muertos, los resultados de los PCR resultaron negativos. Y aquí no sólo estoy mencionando el fallecimiento de mi vecina, porque es vox populi que también el sábado murieron otras dos personas residentes en el municipio.
Amalia, de 66 años de edad y jubilada –durante muchos años había sido dependienta en una bodega del comercio racionado–, tenía buena salud y cuidaba de una hermana que debió ser hospitalizada en Las Tunas, donde se contagió con el COVID-19.
“Y mira, la hermana se recuperó y ahora ella es la que está muerta”, me dijo Pupi, su esposo, un soldador de 68 años abatido por la muerte de su mujer. Todavía en la mañana del pasado lunes a Pupi aún no le habían realizado ni test de antígeno ni PCR para determinar si él también estaba contagiado, por lo que estaría corriendo el mismo riesgo que su fallecida esposa.
Amalia llevaba cinco días con los síntomas del coronavirus, pero sin tratamiento.
“Fíjese que a ella le hacen la prueba (para COVID-19) después de muerta, a ella la dejaron morir”, me dijo un vecino, del que me reservo el nombre para preservar su seguridad en estos momentos de persecución que vivimos.
En medio de la pesadumbre reinante, la fuente afirmó: “La muerte de Amalia se produce ahí, llegando al policlínico. Debió ser por un paro cardiorrespiratorio, pero eso nadie puede afirmarlo ni negarlo porque a ella no le hicieron autopsia. A ciencia cierta no se sabe. Los del policlínico venían despacito, como si no fuera una urgencia, y Pupi explotó y soltó unos c… Y entonces es que ellos (los paramédicos) se mandan a correr. Pero nada, no hacen nada, ella estaba muerta. Incluso la llevan en el carro de un médico amigo de Pupi y la gente que está allí, que sabía lo que pasaba, comenzaron a hablar, a decir que esto está malo, que las personas se mueren por negligencia. Y entonces, en cinco minutos, ya estaba allí la policía. Fíjese que ella (Amalia) muere por falta de atención médica. El carro fúnebre demoró horas en llegar, un carro que, dicen, vino de Las Tunas. Ah, pero la policía sí estuvo en cinco minutos. Ese es el país en que los cubanos estamos viviendo, donde faltan medicinas y médicos; donde los enfermos no tienen medicinas ni los médicos con qué trabajar, pero donde los policías, para meterte preso, van más rápidos que las ambulancias para salvar una vida, eso si tiene suerte de que aparezca una ambulancia. Mire, esto se acabó, en este país lo único que queda de todo lo que nos prometieron son los discursos de los dirigentes, porque lo que es el respeto por las personas, por la vida de las personas, eso ya se terminó, se murió con Fidel (Castro)”.
El testimonio de este vecino me recuerda lo que la semana pasada dijimos en Insidia o desidia: ¿qué mató a los generales?, sobre la dejadez que corroe a la sociedad cubana, y, en particular, al sistema de salud: “Pero si la desidia profesional conlleva responsabilidad penal por negligencia, insidia no siempre es asechanza criminal; en medicina forense suele llamarse insidiosas a enfermedades con apariencia benigna, o a las que, sin signos de enfermedad, provocan la muerte, que puede ser súbita, o, necesariamente, no instantánea, sino, no esperada por no existir antecedentes de enfermedad aparente”.
Así andamos: unas veces consumidos por el SARS-CoV-2, otras por desidia profesional y otras enmascarando muertes por coronavirus mediante enfermedades insidiosas. Que se sepa: cada día son decenas los cubanos muertos en condiciones de precariedad, como mi vecina.
Pero en un régimen totalitario, como el de Cuba, para interrogantes así sólo existe la respuesta oficial, la aceptemos o no. Entonces, mañana, pasado o el día después vamos a ver qué nos dice –o no nos dice– el doctor Durán con su “bonhomía” (a decir de mi colega René Gómez Manzano) cuando los encargados de manejar la pandemia en Cuba digan al “buen doctor” lo que debe decir, no por el bien de los cubanos, sino del socialismo en Cuba, entiéndase de la clase dirigente o, como la definió Milovan Djilas, de “la nueva clase”.
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