LA HABANA, Cuba. — La revista británica Time Out ha incluido al barrio de San Isidro, en la Habana Vieja, entre los 25 más cool del mundo. Para llegar a semejante conclusión, el medio se basó en las opiniones de miles de ciudadanos de todo el mundo, “así como el punto de vista de editores y periodistas locales que destacan lo mejor de cada uno de estos destinos”. Entre los factores que propician la inclusión de determinados barrios en el susodicho listado se toman en cuenta la oferta de ocio y entretenimiento, los espacios más innovadores y el esfuerzo de las ciudades por hacer de estos lugares un punto de encuentro atractivo para locales y turistas.
Una vez más los habaneros quedamos sorprendidos de tener en nuestra geografía lugares extraordinarios; lugares que visitamos con frecuencia —incluso a diario—, y sin embargo no nos habíamos percatado de ese swing y, sobre todo, de esa innovación que los hace tan exclusivos y atrayentes. La culpa es nuestra, claro, por tener el pensamiento puesto en los otros 24 barrios que aparecen en la lista, y que tanto anhelamos visitar, aunque jamás hayamos escuchado hablar de ellos.
El pasado mes de julio un par de paisanos nos dejaron asombrados con sus declaraciones sobre el municipio de Marianao, tan rico y abundante —según ellos— que algunos nos quedamos un tanto confundidos, incluso preocupados por la salud mental de los entrevistados.
Pronto se hizo evidente que aquella entrevista no había sido más que un troleo a la prensa estatal. Pero lo de la revista Time Out sí va en serio; tanto, que el shock de ver el barrio San Isidro codeándose con una veintena de comunidades emplazadas en ciudades prósperas y cosmopolitas, nos obligó a caminarlo por enésima vez, prestándole mayor atención.
Si algo hay que destacar del barrio San Isidro en la actualidad, es su limpieza con respecto a otros barrios marginales de La Habana, y la profusión de murales cuyo colorido intenta, sin éxito, disimular la abundancia de fachadas derruidas, balcones apuntalados, desabastecimiento y miseria por doquier. Lo que hoy celebra la revista Time Out es precisamente la porción que quedó fuera del Plan Maestro de la Oficina del Historiador cuando, en 1997, el Consejo Popular “San Isidro” quedó segmentado en dos barrios más pequeños: Belén y el nuevo San Isidro, marcado por los aún recientes sucesos vinculados al Movimiento homónimo, la represión y el control político.
Colores aparte, el barrio de San Isidro luce tan mustio y silencioso como cualquier rincón de un país que está muriendo. Los jóvenes pasan horas sentados en los quicios, dejándose ganar por el tedio, ensimismados en las pantallas de sus teléfonos móviles. La “Casa de Titón y Mirta”, centro cultural dedicado al séptimo arte, exhibe un ciclo de películas cubanas, vistas ya una y mil veces. Muchos negocios privados han desaparecido, agotados por la ausencia de turistas, la inflación y el eterno escamoteo de un progreso real, duradero.
La economía de trueque y reventa da lo justo para comer, pero no para permitirse el más exiguo consumo en alguno de los pocos bares que se mantienen abiertos, y vacíos. Según las dos únicas personas que accedieron a hablar con Cubanet bajo estricto anonimato, en las noches el panorama es más o menos igual.
“Aquí no hay na’ pa’ nadie. Mucha gente ha emigrado, otros están presos, otros andan por ahí, resolviendo como pueden, igual que en todos lados”, aseguró con resignación una señora que ve muy bien la “reanimación” del barrio, pero también conoce la razón por la cual el gobierno se ha interesado por ellos últimamente.
Y es que el barrio de San Isidro comenzó a “sonar” dentro y fuera de la Isla gracias a la pacífica rebeldía de artistas como Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Osorbo, dos cubanos que continúan en prisión bajo cargos fabricados por la Seguridad del Estado; una realidad que la revista Time Out jamás colocaría junto a los “locales de salsa oscuros”, al famoso bar que glorifica a un proxeneta de inicios del siglo XX ni los bafles que revientan cada esquina con la música de moda.
Así han descrito al barrio de San Isidro quienes lo consideran entre los más cool del mundo, aunque la alegría de vivir corra despavorida ante esta crisis interminable, los bares no tengan cerveza fría por culpa de los apagones, y la definición de “meca del arte” le quede inmensa, como sucede siempre que se intenta tapar las circunstancias con exageraciones. Bodegas y agros han sido decorados para distraer al visitante, y evitar que se interese por lo que se le vende a la población en esos comercios pintarrajeados, tan oscuros y vacíos como la revolución que jamás llegó a ser.
No podía faltar la mención del actor Jorge Perugorría como impulsor del ambiente bohemio y chic que supuestamente distingue a un barrio pobre por tradición. Sin embargo, más allá de su interés por convertir la antigua “zona de tolerancia” en una galería al aire libre, el entrañable Diego, del filme “Fresa y Chocolate”, ha sido una pieza clave en el plan del régimen cubano para borrar de la memoria colectiva al Movimiento San Isidro y la huelga de hambre que, en noviembre de 2020, mantuvieron varios de sus miembros para exigir libertad de expresión y creación.
“A mí me da mucha pena con ese muchacho. Está preso y aquí todo sigue igual. A nadie le importa. El que puede sale echando, y el que no, sigue en su rutina sin querer saber de nada (…). Por gusto, ese muchacho está preso por gusto”, sentencia un señor muy mayor sobre Luis Manuel Otero Alcántara, y enfatiza que el artista se sacrificó en vano, porque “este pueblo sigue con miedo y sin vergüenza (…) hemos perdido la vergüenza”, concluye y se aleja por la calle Paula, donde naciera el Apóstol, rumbo a la avenida del puerto.
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