LA HABANA, Cuba.- Fue hace muy poco que conté sobre la muerte de un anciano que pasaba cada una de sus noches en los jardines del Hospital Clínico Quirúrgico de la avenida 26. Pues hemos vuelto a amanecer en el barrio con la noticia de la muerte de otro anciano, solo que esta vez no se trata, como aquel, de un total desamparado. Este, quien también encontró la muerte muy cerca de mi casa, apenas a dos cuadras, era vigilante nocturno en un pequeño kiosco levantado sobre un solar yermo en la calle San Cristóbal, esquina Pizarro, en el Cerro.
No transcurrió mucho tiempo entre una y otra muerte pero se hace evidente que hay diferencias entre ellas. El primero murió en el más absoluto desamparo y sin un sitio que lo cobijara esa noche del último tránsito, mientras que el otro se encargó, hasta la hora de su fallecimiento, de evitar que los ladrones hicieran de las suyas tras la puesta del sol. Encerrado en un breve espacio, levantado con planchas de hierro y metal ligero, cuidaba eso que podría ser la comida de los vecinos del barrio al día siguiente. El primero vivió a la “deriva”, pero el otro buscaba algo más de dinero que ayudara, junto a su retiro, a conseguir la supervivencia, y nada más.
Dos maneras de morir que también se hacen semejantes. Los dos ancianos murieron solos, ambos fueron encontrados sin vida al amanecer, y sin la familia cerca. En cada caso la policía interrogó a extraños; vecinos, empleados…, en los dos casos aparecieron cientos de curiosos que teorizaron sobre las causas de la muerte sin llegar a conclusiones, sin decir que aquel que murió hace unos días, y este también, estaban desamparados. El primero no tuvo ni siquiera a la familia, y tampoco al Estado, aquel vivió y murió solo. Este otro tenía una familia que lo acompañó, incluso cuando se convirtió, lejos de la casa, en cadáver, mientras policías y forenses “hacían su trabajo”, pero no caben dudas de que este último también resultó ser víctima de la desprotección.
Este hombre que hasta hace poco estuvo con los suyos, salió en la noche para cuidar los bienes del Estado a cambio de unos pocos pesos. Su jubilación no era suficiente y se sintió desamparado, y como bien sabemos esa orfandad viene acompañada de la angustia, y la angustia, aunque acose únicamente a los vivos, es muy cercana a la muerte. La angustia de no saber que se puede comer al día siguiente hace que el hombre se desespere, que busque vías de escape. Un hombre que ha llegado a la vejez con un retiro miserable es un hombre desprotegido, un hombre triste.
Un hombre viejo y retirado, al menos en mi barrio, es un atormentado, y sus congojas lo llevan a trabajar en el horario en que debían estar durmiendo. Un anciano cubano al que no le alcanza la jubilación se busca un “negocito” que le traerá mejores dividendos que los que el “retiro” aporta, pero quien no consigue el “negocito” se empeña en ganar algo más, y en muchos casos se convierte, por segunda vez, en empleado del Estado, como este hombre viejo. Son muchos los ancianos que, después de tantos sacrificios, trabajan aunque deberían descansar.
¿Y qué hacen para sobrevivir? Son muchos los que se convierten en vigilantes nocturnos, y duermen encerrados entre el polvo del arroz y los frijoles, acompañados del azúcar que corrompe la temperatura muy alta, esa que cría “bichos”. Esos hombres vigilan en medio del calor que despiden, como en este caso, las planchas de hierro y aluminio, y el motor de la nevera… Sin dudas la jubilación llega cuando ya no se puede hacer más, cuando ya se ha cumplido. La jubilación debería pagar todos los servicios que se hicieron a la sociedad, e incluso al Estado, durante la vida laboral, pero en Cuba esos jubilados no pueden vivir de lo que les ofrece el gobierno, y se jubilan sabiendo que tendrán que buscar otra “entradita” para aplacar en algo la miseria, o morir en el empeño.
En Cuba son muchos los ancianos jubilados que arman su pequeño jolongo en la tarde para dormir fuera y lejos de la familia, para trabajar cuando todos descansan. Habrá que investigar alguna vez cuántos son los ancianos que emplea el gobierno en esos servicios de vigilancia en lugar de protegerlos, de ofrecerles un retiro decoroso. Es muy triste “llegar a viejo” en esas condiciones. Habrá que gritar alguna vez la cifra de hombres y mujeres que trabajan en Cuba sin ninguna esperanza y sabiendo que en lugar de descansar, llegada la vejez, tendrán que buscar un nuevo empleo, que será tan mal remunerado como el anterior…, pero no hay remedio, tendrán que hacerlo, aunque mueran en el empeño.
Este hombre anciano, como el otro, no agonizó en una cama. Este hombre entró a la muerte estando lejos de su casa y de los suyos, aunque dedicara su vida a trabajar. Y quién se atrevería a dudar que él, como tantos otros, hiciera “revolución” para descubrir al final que la “revolución” lo traicionó poniéndolo a morir tan lejos de los suyos. Ojalá esa “revolución” entienda alguna vez que un viejo no necesita una “universidad para el adulto mayor”, porque esa payasada no cura la angustia de vencer la ansiedad que produce no saber lo que se comerá mañana, porque esa farsa no trae felicidades al anciano, porque esa mentira, como las otras, no hacen que el anciano pase sus últimos días arropando a los nietos o sencillamente esperando la muerte junto a los suyos, y no en la noche calurosa que provoca un cajón de hierro y otros metales ligeros. Y yo creo, sin dudas, que este hombre sabía bien que su angustia terminaría solo con la muerte…