LA HABANA, Cuba. – El pasado 18 de agosto, la prensa oficialista reseñaba el recibimiento brindado por Miguel Díaz-Canel, y el primer ministro Manuel Marrero Cruz, a la brigada médica cubana que prestó servicios en Kuwait, esa pequeña nación del Oriente Medio, ubicada al sur de Iraq.
Según esa información, los kuwaitíes mostraban conocimientos sobre Cuba, y hablaban sobre Fidel Castro, cuyo nombre pronunciaban a la perfección. O sea, que los ciudadanos de ese país habrían recibido calurosamente al personal cubano de la salud. Por supuesto que tanto Granma como Juventud Rebelde nada dijeron acerca de la condenable posición adoptada por el gobierno cubano durante las tormentosas jornadas que vivió ese país árabe en el verano de 1990. Una actitud cubana probablemente desconocida por muchos ciudadanos kuwaitíes, especialmente por las nuevas generaciones.
Hay que recordar que en ese año el dictador iraquí Sadam Husein, apenas terminada una guerra de diez años que mantuvo contra Irán, se lanzó contra el pequeño Kuwait, lo ocupó militarmente, y declaró que esa nación pasaba a ser una provincia de Iraq. De golpe y porrazo, violando todas las normas y leyes internacionales, el hombre fuerte de Bagdad desaparecía del mapa a un país reconocido por las Naciones Unidas, la Liga Árabe y otras instancias mundiales.
De inmediato, y como era de esperarse, la comunidad internacional condenó enérgicamente el hecho. Hubo declaraciones y viajes a Bagdad de numerosas personalidades para tratar de convencer a Husein de que retirara sus tropas de Kuwait, y restableciera su existencia como nación independiente. Pero nada. No hubo manera de disuadir por las buenas al empecinado gobernante. La comunidad internacional llegó a la conclusión de que solo a cañonazos entraba en razones el tirano iraquí.
Y a cañonazos lo sacó de Kuwait una gran coalición internacional liderada por Estados Unidos. Una acción que contó con el visto bueno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y que pasaría a la historia con la denominación de Tormenta del Desierto o Guerra del Golfo.
¿Y cuál fue la posición de Fidel Castro ante ese suceso? Pues Castro, considerando que Sadam Husein era su aliado, y que jamás iba a apoyar una acción en la que estuviese involucrado el gobierno de Estados Unidos, condenó la intervención de la coalición internacional. Es decir, que si el mundo hubiese adoptado la posición de los gobernantes cubanos, tal vez Kuwait no habría recuperado la condición de país independiente, al menos mientras Sadam conservara el poder en Iraq.
Entonces, si todos los kuwaitíes fueran conscientes —o conocieran— de esa abominable actitud mostrada por las autoridades cubanas, quizás no hubieran solicitado el servicio de los médicos de la isla. Esos galenos no se merecían pisar el suelo libre de ese emirato.
Mas, no sería esta la primera vez que los gobernantes cubanos abjuraban de sus principios de apoyo a naciones tercermundistas, e incluso a movimientos guerrilleros de liberación nacional, en aras de defender las espurias posiciones de sus aliados.
Eso ya había sucedido en los años setenta en la región del Cuerno Africano. Allí el contingente militar cubano ayudó al gobernante etíope Mengistu Haile Mariam —que a la postre debió huir de su país acusado de genocidio contra su propio pueblo— a combatir contra el movimiento guerrillero eritreo, el cual luchaba por conquistar la independencia de su país, sojuzgado por las autoridades de Etiopía. Claro, aquí Castro echó a la basura su tradicional discurso porque Mengistu se había declarado marxista-leninista, y era el preferido de Moscú en esa importante región de África.
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