LA HABANA, Cuba.- Con la visita del papa Juan Pablo II, hace 20 años, muchos cubanos concibieron la esperanza de que su presencia provocara algún cambio favorable para el país, de que debilitara de algún modo la larga dictadura de Fidel Castro. La visita fue positiva, el pueblo coreó “¡libertad!” y el Sumo Pontífice pidió que Cuba se abriera al mundo e hizo otros reclamos, pero en esencia nada cambió, pues lo que se pedía realmente era que obrara un milagro imposible.
Cuando vinieron, años después, los papas Benedicto XVI y Francisco, ya nadie esperaba nada, sobre todo porque ellos no habían sido enemigos frontales del comunismo como lo fue, en todo el mundo, aquel extraordinario sacerdote polaco nombrado Karol Józef Wojtyla, con tan notable papel en el declive soviético en Europa del Este.
Pero, en el caso del papa Francisco, el último en visitarnos, no cabía ninguna esperanza de un cambio favorable para nosotros porque eran conocidas sus simpatías por los gobiernos afines al castrismo en Latinoamérica. Luego, Jorge Mario Bergoglio ha mostrado en reiteradas ocasiones la firmeza de sus afinidades políticas, incluso en el momento actual, con Venezuela y Nicaragua sumidas en el horror.
La “celosa prudencia”
Hace poco, el periodista, escritor y abogado Roberto Quiñones Haces, colaborador de CubaNet, publicó una carta abierta al papa Francisco para rogarle que pidiera a los gobernantes cubanos “que dejen de detener arbitraria e ilegalmente a los cubanos que disienten pacíficamente de la dictadura que nos han impuesto, que respeten nuestro derecho a expresarnos, que dejen de hostigarnos, de violar nuestra privacidad, de allanar nuestras viviendas y despojarnos ilegalmente de nuestros bienes”.
Denunciaba Quiñones Haces en su misiva, además, que “esta sostenida represión que se ejerce a diario y con total impunidad contra quienes nos atrevemos a expresar nuestras ideas y defenderlas, ocurre ante el silencio de la Iglesia y numerosas instituciones internacionales y gobiernos”. Y terminaba señalando el nuevo fraude constitucional y otros males que dañan a todos los cubanos.
No hubo respuesta. Tampoco la ha tenido la declaración del grupo de ex gobernantes de la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA), que critica el silencio y la “celosa prudencia” del Estado Vaticano ante las “atrocidades que hoy ocurren en América Latina a manos de gobiernos abiertamente dictatoriales”.
En estos días, desde Roma solo se informa que el papa Francisco “sigue con atención la situación y continúa acompañando con sus oraciones al amado pueblo de Nicaragua”, mientras las hordas de Ortega-Murillo asaltan y profanan iglesias y agreden a sacerdotes a quienes acusan de “golpistas” por ponerse resueltamente junto a los nicaragüenses atacados con armas de guerra por paramilitares y soldados. Según el nuncio apostólico, el papa lo deja todo en manos de Dios.
Claro, los sucesos allí han sido tales que el Sumo Pontífice ha tenido que unirse “al dolor de sus hermanos obispos de Nicaragua” por tantas víctimas “causadas por grupos armados que reprimen protestas sociales” y ha recordado en sus oraciones a las víctimas y a sus familiares. También asegura Francisco afirmó que la Iglesia apuesta siempre por el diálogo, aunque eso “requiere el compromiso activo a respetar la libertad y antes de todo, la vida”.
Daniel Ortega, no obstante, sigue acusando a los obispos de su país de demoníacos y de terroristas a los jóvenes que protestan. Aunque asegura que la situación se normaliza, es evidente que eso ya resulta imposible, además de que sencillamente la represión, después de una fase de desmedido uso de la fuerza contra los manifestantes y otra llamada “Operación Limpieza” contra la resistencia, entra ahora en una tercera, donde la represión se convierte en criminalización de la protesta.
A 100 días del inicio de la insurrección popular, el saldo de muertos, heridos y desaparecidos es tan impresionante que en América Latina ha habido menos tolerancia con el gobierno de Nicaragua y su macabro juego masacre-diálogo que la que hubo con Venezuela. En estos dos países, siguiendo el negro ejemplo de Cuba, la revolución ha terminado devorando a sus propios hijos.
Los falsos profetas, lobos disfrazados de ovejas
Hace 35 años, otra era la situación de Nicaragua y otra la relación del entonces papa, Juan Pablo II, con el gobierno. De hecho, en una visita a Managua, Su Santidad fue muy duro con las autoridades sandinistas y con la Iglesia Popular, guiada por la teología de la liberación criticada firmemente por el papa polaco, testigo del comunismo. Fue severo también con Ernesto Cardenal, Ministro de Cultura.
El gobierno de Ortega había traído a medio millón de sus simpatizantes para aplaudir a Juan Pablo II y gritarle consignas (“¡entre cristianismo y revolución no hay contradicción!”), cuando reprendiera al proceso sandinista y su “Iglesia de los pobres”. El papa les recordó la advertencia bíblica: “Cuídense de los falsos profetas. Se presentan con piel de cordero, pero por dentro son lobos feroces”.
Ernesto Cardenal terminaría acusando de traidores a los corruptos líderes sandinistas y hoy invoca a los progresistas del mundo para que sepan la verdad de su país: “Ortega y Murillo no pueden seguir encontrando legitimidad en movimientos de izquierda a los que con sus actos sin escrúpulos han traicionado”. Y el sacerdote pide justicia para las víctimas del terrorismo de Estado.
Fuera de toda afición política, el papa Francisco debiera recordar solo la sencilla advertencia de Juan Pablo II. ¿O es que todos aquellos revolucionarios mesiánicos no han resultado ser al fin unos falsos profetas que “se presentan con piel de cordero, pero por dentro son lobos feroces”?