LA HABANA, Cuba. — Una de las atracciones para niños y adultos con mayor número de visitantes en todo el mundo son los parques de diversiones. El único que aún funciona en La Habana es el Isla del Coco, y deja bastante que desear.
El pasado 23 de octubre, cuando lo visité, hallé en su entrada un gran mapa de referencias con la ubicación de los aparatos. De los dieciocho anunciados, ocho estaban desactivados o rotos: el 45% del total. La mayoría de los equipos que funcionan son para los niños. Los adultos solamente cuentan con los carros locos, y en otros pueden montar acompañando a los menores. Este inconveniente, por sí solo, limita la concurrencia de personas al lugar. Adicionalmente, su lejanía y los problemas del transporte público, dificultan visitarlo.
El importe de cada vuelta en cualquier equipo es de cinco pesos para los niños y diez para los adultos. Sin embargo, resultan excesivos los precios de los alimentos que se venden allí y en el colindante balneario La Concha, al cual se puede acceder desde el parque. Un pote pequeño de helado, por ejemplo, cuesta 150 pesos.
Los precios de los productos que se venden en los establecimientos arrendados por particulares dentro del parque, son similares a los de otros sitios gestionados por cuentapropistas. Algunos juguetes y artículos escolares figuran en la venta, con precios también excesivos. Las muñecas pequeñas cuestan 650 pesos, y los carritos 400 pesos.
Para que los padres u otros familiares pudieran satisfacer los pedidos de los pequeños, tendrían que gastar entre 600 y 800 pesos. Las familias con pocos ingresos se verían en un gran aprieto cuando los menores soliciten algo que no esté al alcance de sus bolsillos. ¿Qué respuesta podrían dar a los niños?
Un muñeco que representa al Capitán Plin, protagonista de una historieta cubana creada por el artista gráfico Jorge Oliver, se ubica en la entrada del recinto que hoy se conoce como Isla del Coco, y que ocupa los mismos terrenos donde estuvo el Coney Island Park, en Quinta Avenida, Miramar.
Imitando al Parque de Brooklyn, en Nueva York, el Coney Island fue inaugurado en 1918. Contaba con aparatos como la Montaña Rusa, la Estrella, la Casa de los Espejos, el Avión del Amor y los Carros Locos, entre otros equipos de gran aceptación por el público. Estos aparatos duraron hasta finales de la década de 1960, pero poco a poco se fueron rompiendo hasta que desaparecieron en su totalidad, y del Coney Island solo quedó un gran hierbazal.
El animador del canal 2 de la televisión, Gaspar Pumarejo, creó en la década de 1950 “El Club de los Niños”. Por un pago mensual de dos pesos, se podía acceder al parque y disfrutar de todos los aparatos.
En los años ochenta se instalaron algunos nuevos equipos y juegos de mesa, todos de fabricación japonesa; pero eventualmente colapsaron por falta de piezas de repuesto. Lo único que queda del antiguo Coney Island es el pórtico, que fuera su entrada principal y hoy está clausurada.
Otros parques de diversiones que existieron en la capital cubana, como Jalisco Park, en 23 y 18 (barrio El Vedado), y el de Infanta y Manglar, en Centro Habana, también están destruidos. Son solo recuerdos.
ExpoCuba y el Parque Lenin, pésimos remedos de Disney World construidos en la década de 1970, cuyos promotores fueron Celia Sánchez y Fidel Castro, son lo más parecido a un parque de diversiones en la Cuba socialista. Hoy, sus aparatos no funcionan por la misma razón que tampoco lo hacen los de la Isla del Coco: por la falta de divisas para adquirir sus piezas.
Recientemente, el primer ministro Manuel Marrero dijo que se trabaja para reactivar estos sitios como “lugares de esparcimiento, conocimiento y cultura general” para habaneros y residentes de otras provincias; pero no aclaró si pondrán más medios de transporte para llegar a esos puntos alejados del centro de la capital.
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