CAIBARIÉN.- Un desfile de automóviles de otras regiones surten de galletas cada día las calles del pueblo ayunado. Los carretilleros osados revenden plátanos y boniatos, únicas viandas (excepto alguna yuca furtiva que ha debido extraerse del suelo antes que diciembre llegue, para cerrar el ciclo precoz del cultivo, aniquilando de antemano la remota cena navideña).
Los ranchitos de frutas y vegetales se han evaporado. Se los tragó la bestia con su lengüetazo de fuego.
Las carnes todas brillan por su ausencia, y cuando un puerco fenece de un vahído anoréxico o de una cuchillada feroz en las inmediaciones del hogar, hay que hacer unas colas terribles e inmediatas detrás del amado fratricida, las que casi siempre terminan en reyerta/sequía. Quiero decir: con la cazuela vacía.
Algunos caminamos las calles tempano buscando el puestecito amparador que ofrezca algo con que matar la frugalidad antes que los limonares sempiternos del país citrícola se deshidraten, y los ajos y cebollas se pulvericen en sus ristras ripiadas con el aire, hasta el año próximo, víctimas quizá de la bulimia. El aguacate y el mango constituirán reliquias quinquenales.
La mayoría de mis compatriotas se vuelve a casa cuando los perros (hot-dogs) y los carapachos de pollo (¿adónde fueron a parar “las masas” dispuestas?) atiborran con descarnada osamenta —exclusiva para caldos salvavidas/revive-muertos— las estanterías de los semifríos, en las dos únicas tiendas estatales con corriente, pero de planta eléctrica.
Y así terminan las broncas en un periquete, por lo breve de la oferta. Como la asistencia/resistencia que hay que mostrar ante un entierro.
Los agros estatales no han podido recuperarse aún —ni lo harán en largo tiempo—, ni sus marchantes quieren que tal felicidad suceda, en felona complicidad con los empleados. Hacen lo suyo por detrás de lo desplomado, mientras el estado recula maniatado para dar de golpe algo tragable que no sean chícharos y arroz al populacho. De forma “liberada”—anuncian carros parlantes—. (Debieron decir:“liberadora”).
La gran fila que nunca acaba es la de la Western Union, que sigue del día a la noche en serpentín, dándole vuelta a la manzana como una serpiente (¿gusana?), en los dos sitios donde puede liquidarse el dinero que parientes y amigos mandan de “afuera”, hasta que termina la jornada para sus empleados exhaustos, o se acaba el dinerito dable. Lo mismo a las 10 de la mañana que a las 8 de la noche.Y sanseacabó: ¡Hasta mañana!
Los conserjes del régimen anuncian sonrientes que “ya hay corriente en muchas zonas del país, tanto como el 96.8 %” (igualito al índice de votantes concurridos en cada huera elección para delegados populistas). Pero estoy seguro que no contemplan esos dígitos —u olvidaron hacerlo exprofeso— a esta orilla majadera y crítica del país-centro.
Veamos; Caibarién tiene 3 circuitos poblacionales grandes y unos cuantos más periféricos o semi-rurales. De esos tres, dos están apagadísimos. En el piso desde hace casi dos semanas, y ahí continuarán hasta que ocurra el milagro. Por ejemplo: que no sople otro vientito platanero. Ni nos caiga frágil aguacero.
De ese modo los gastrónomos no pueden encender fogones a menos que lo hagan con carbón vegetal, o combustibles (fuel-oil) robados o “tomados prestados” del tanque, porque ambos resultan sumamente caros y además, monitoreados.
¡Miren que al maderamen fósil y quemado los traficantes le han fijado un precio de estratosféricos pesos el saco. Como si se tratase de otra obra de arte (Oh, Kcho, barquivaciado)!
Se rumora entre los pobladores —cada vez con más fuerza— que el poblado sí tuvo dos desparecidos con la tal Irma; el secretario del Partido y el presidente del Gobierno. Nadie les vio asomar por zona damnificada ni a preguntar, y las labores recuperativas han contado con todo tipo de obstáculo surgido de sus respectivas ingobernabilidades.
Si oficialmente admiten que hay cerca de 4500 casas destechadas y un cálculo conservador de 20 mil damnificados en un pueblo que duplica esa cifra ¿Cuáles de ellos podrán recuperarse sin llegar a sufrir inanición?
Otro comentario que cobra vigor es la venta de inusuales conservas mejicanas (como la leche enlatada) que fueron tasadas a precios exagerados (1,40 CUC) cuando se les compara con similares anteriores (1,20), y que provenían de donaciones de la FAO u otros organismos internacionales.
Pero debe tratarse de infundios malintencionados para hacer mella sobre el sólido yunque revolucionario. Seguro que eran de la reserva guerrera del MINFAR.
Lo cierto es que la gente la pasa comiendo pizzas e inventos de quiosco jorobado, con una mano puesta en la cartera (pensando en próxima ingesta) y otra en el corazón (soñando qué proveerán las farmacias).