LA HABANA, Cuba. — Uno de los planteamientos más interesantes que he leído al eminente colega Carlos Alberto Montaner es la respuesta que, tras una pregunta tajante, le hizo un antiguo jefe comunista. Para el momento de la entrevista, el exlíder rojo se encontraba ya retirado. Estamos hablando de alguien que fue mano derecha de Mijaíl Gorbachov y uno de los dirigentes del PCUS que encabezó la Perestroika.
La interrogante de nuestro colega a Alexánder Yákovlev —que tal era el nombre del personaje— fue tajante: “En definitiva, ¿por qué fracasó el comunismo?”. La contestación del prominente entrevistado fue no menos terminante: “Porque no se adaptaba a la naturaleza humana”.
Considero que ese pronunciamiento bien merece ser reproducido y divulgado. Creo que, pese a todo su marxismo leninista, el antiguo alto dirigente del Partido Comunista de la Unión Soviética dio en el clavo. En unas pocas palabras, él logró poner de manifiesto por qué una doctrina que en el papel aparece como altruista, fraternal y humanista, en la práctica ha generado tantos crímenes, atropellos y desgracias.
A su vez, este asunto de la coincidencia —o falta de ella— entre la naturaleza humana y una doctrina determinada, nos conduce a tener que hacer otra cita de uno de los grandes pensadores del género humano. Me refiero a uno de los pilares en el estudio de la Economía Política: el gran escocés Adam Smith, autor de un planteamiento que a algunos podrá parecer banal, pero que es de una precisión extrema.
Conviene citar esa frase memorable, extraída de su obra fundamental, La riqueza de las naciones: “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero lo que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios, sino su egoísmo; ni le hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”.
Se da entonces una curiosa paradoja: el partidario de un mercado libre, que habla del egoísmo interesado de los comerciantes, propicia la satisfacción de las necesidades de todos. En cambio, quien defiende las ideas socialistas y proclama que ellas se basan en el amor fraternal y la colaboración desinteresada entre todos los seres humanos, establece regímenes totalitarios, en los que cualquier disenso es considerado una traición a la Patria y bajo los cuales pueden morir de hambre millones de personas.
Ahí radica la extraordinaria validez de la idea de Yákovlev, alguien que podría repetir con Martí: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”. Razón tenía el antiguo dirigente del PCUS: “El comunismo es contrario a la naturaleza humana”. De ahí su rotundo fracaso en cualquier sitio del mundo —como ahora en Cuba— donde se ha ensayado.
Todas estas reminiscencias sobre un ilustre economista escocés del Siglo XVIII y un desengañado líder rojo del XX me han asaltado tras leer un interesante trabajo periodístico publicado el miércoles en este mismo diario digital. Se trata de Julio Lobo, el magnate cubano al que el Che quiso reclutar.
Creo que su autor, Jorge Luis González Suárez, merece nuestro agradecimiento por recordarnos ese pasaje de los años iniciales de la actual tragedia cubana. El punto de partida de su escrito es la entrevista celebrada el 11 de octubre de 1960 entre el gran hacendado —por entonces considerado el hombre más rico de Cuba— y el argentino, que por aquellas fechas ocupaba la Presidencia del Banco Nacional, desde la cual contribuyó de manera destacada a la involución económica sufrida por nuestra patria.
Según González Suárez, la esencia de la entrevista radicó en un anuncio de Guevara a Lobo: “que el capitalismo en Cuba no tenía cabida y que todas sus propiedades serían nacionalizadas por el Estado”. Y en una supuesta salida: “dejar en sus manos su central preferido, el Tinguaro, y su mansión capitalina a cambio de que pasara a dirigir la industria azucarera cubana”.
Y continúa don Jorge Luis: “El potentado quedó sin habla y pidió unos días a Guevara para tomar una decisión”. Llegado a su oficina, comentó a su secretaria: “Es el fin”. Al segundo día se marchó de Cuba. Este trozo de la narración concluye de modo categórico: “El 14 de octubre el régimen castrista confiscó todas las propiedades de Julio Lobo”.
Entre los aspectos esenciales de la entrevista llama la atención el desparpajo del rosarino: el funesto personaje anuncia del despojo de casi todas las propiedades de su interlocutor y —¡como si se tratara de una extraordinaria muestra de benevolencia!— ofrece dejarle uno de sus 16 centrales y su casa. Esto va acompañado de la invitación a convertirse en cómplice del mismo régimen que Guevara representaba de modo destacado.
Resulta curiosa la desfachatez de estos comunistas. ¡Con qué facilidad invitan a una persona a abandonar sus convicciones y sus amistades de toda la vida! ¡A renunciar —debemos presumir— a sus creencias religiosas de judío para abrazar la doctrina estéril del llamado “ateísmo científico”! ¡Y a hacerse parte de un gobierno de tiratiros para quienes todo el que no los apoye de modo delirante es digno de ser perseguido!
Pese a que creo muy improbable que el gran magnate hubiese adoptado una decisión de signo opuesto, González Suárez especula: “Si en aquella reunión (…) Lobo hubiera aceptado la oferta de Che Guevara, posiblemente habría sido muy distinto el destino de la industria azucarera cubana”.
Discrepo en este punto del colega. Julio Lobo era un formidable conocedor del tema azucarero. Pero tras la trepa al poder del castrismo, los competentísimos administradores que tenían los centrales en la era anterior fueron reemplazados por una sarta de ineptos, escogidos por su aceptación incondicional del nuevo gobierno y de la doctrina marxista-leninista en boga.
Viene aquí al caso la anécdota (que quiere ser chistosa) que circula sobre el nombramiento del mismo Guevara al frente del Banco Nacional de Cuba. Según esa narración, el “Comandante en Jefe”, en una reunión de los altos jefes, preguntó quién era economista. El argentino alzó la mano y obtuvo el nombramiento. Cuando un subordinado le comentó, extrañado, que no sabía que él —Guevara— supiese de economía, el rosarino, entre risotadas, le dijo: “¡Yo pensaba que Fidel había preguntado por un comunista!”.
Volviendo al hipotético nombramiento de Lobo al frente de la industria azucarera cubana, forzoso es comentar: ¡Mago habría tenido que ser el gran hacendado! ¡O santo! Pero como no tenía esta última condición, ¡no hubiera podido hacer milagros con ese personal improvisado de bajo nivel que habría tenido bajo sus órdenes!
De todos modos, lo más importante es otra cosa: aun si nombraran a personas virtuosas y competentísimas en los distintos cargos, las cosas marcharían de mal en peor. El que no funciona es el sistema socialista.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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