LA HABANA, Cuba. – Hoy la Villa de San Cristóbal de La Habana cumple cinco siglos y nadie mejor para hablar de ella que quienes la han vivido más. El paso del tiempo, la desidia humana, los vacíos generacionales y toda clase de desaciertos políticos han borrado las remembranzas de una ciudad que alguna vez fue genuinamente maravillosa, no porque así lo decidiera una argucia publicitaria motivada por urgencias económicas; sino por su ambiente cosmopolita, la permanente vigilia de música y baile que la envolvía, y la belleza de una arquitectura en la cual se solazaban el pasado colonial y los hitos de la modernidad.
La Habana fue paradigma de garbo y prosperidad en América Latina; cualidades definitivamente perdidas en nuestros días, pero quizás recuperables en un futuro lejano. Otras cosas, en cambio, parecen haberse diluido para siempre, tan esenciales que su ausencia relega a un segundo plano la frágil y desgastante situación material.
El equipo de CubaNet entrevistó a ciudadanos que hoy sobrepasan los 65 años de edad y recuerdan con nitidez aquella Habana que aún permanecía intacta y espléndida cuando los barbudos hicieron su entrada triunfal en enero de 1959. Algunos, que vivieron los últimos quince o veinte años de República, atesoran en su memoria las bondades del alumbrado público, la higiene, el deleite de las rebajas, la vistosa decoración de los comercios, el transporte urbano y la intensa vida nocturna de la otrora capital del Caribe.
Existían desigualdades y problemas que clamaban por soluciones inmediatas; pero la pobreza no era utilizada como pretexto para sacrificar el decoro. Nunca hubo que lamentar la grave falta de educación que se aprecia en la actualidad, ni la violación impune de las normas de convivencia, ni el desprecio de los nuevos por el consejo de sus mayores. Lo mejor de cualquier ciudad debería ser su gente, pero desde el prisma de estos abuelos que no dejan de reconocer que los tiempos cambian y las juventudes piensan distinto, la calidad de los ciudadanos ha decaído sin importar a qué barrio pertenezcan.
La Habana adolece de la distinción de sus habitantes, de la vitalidad que realza a las capitales de nación; pero, sobre todo, de libertad. Sesenta años de olvido no desaparecen bajo un maratón de arreglos ligeros y pintura aguada en los edificios de las calles principales. Por ello se desdibuja tan fácilmente el empeño del régimen en maquillar ciertos puntos de la urbe -en especial de carácter económico- para los primeros planos que recorrerán el mundo una vez concluidos los festejos; en tanto la terrible situación que atenaza cada instante de la vida de los cubanos, se mantiene igual.
Los abuelos de hoy echan de menos aquellos Círculos Sociales que frecuentaban para bailar con las mejores orquestas en un ambiente pacífico y de mucho respeto. Sienten ajena una ciudad que ayer tenía excelentes opciones, ahora convertida en coto de privilegiados.
Así quedó demostrado en las elitistas celebraciones de anoche, con numerosos invitados internacionales que ocuparon asiento frente al Parlamento para disfrutar del espectáculo que el pueblo vio de pie, tras las vallas de contención. Mientras se fabricaba la postal de rigor y estallaban los fuegos artificiales, los vecinos del barrio Jesús María cargaban agua de un camión cisterna bajo el aguacero; porque ese mismo régimen que se permite invitar a tantos dignatarios extranjeros, no tiene un centavo para solucionar la contaminación del agua potable con desechos albañales.
Esa interminable pesadilla que lleva más de una semana, así como la represión sostenida y los agentes de la Seguridad que ayer custodiaron los domicilios de periodistas independientes y activistas pro derechos humanos para impedirles asistir a los festejos, conforman la oscura faz de una Habana cada día menos grandiosa a pesar de los ridículos eslóganes de la cúpula. La capital de todos los cubanos no ha envejecido bien. Quienes aún la aman y le han entregado su vida, procuran hacerla suya como pueden, aguardando tiempos mejores aunque cada día merme la esperanza.
Y es que ha llegado tan necesitada La Habana a su aniversario 500, que algunos cubanos han preferido pedir para ella en vez de para sí mientras dan las tradicionales vueltas a la simbólica ceiba, evocación de aquella hora fundacional de 1519 en que, tras haber buscado asiento en áreas próximas al litoral sur, la ciudad encontró su sitio ideal en la bahía de Carenas, ungida por la corriente del Golfo.
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