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LA HABANA, Cuba.- Un amigo emprendedor, que teme consecuencias negativas para su negocio si divulgo su nombre, me contó que la policía política le realizó una visita amenazante.
“Me recordaron hasta mi repatriación, me dieron a entender que podían anularla (…) Yo tengo que viajar para comprar la materia prima que no encuentro en Cuba, y ellos me dejaron saber que podían acabar con eso, como mismo me advirtieron que podrían acabar con mi negocio”.
El delito de mi amigo cuentapropista, que provocó la ira de la policía, fue hablar a la prensa no oficial de la falta de libertad económica que existe en Cuba. La alerta de los “segurosos” se puede describir como una corrección al programa que utiliza el gobierno para someter, en esta ocasión, al sector privado.
Las prohibiciones
En enero del 2014 el gobierno otorgó el último plazo a los cuentapropistas, antes de entrar en vigor la prohibición de la venta de ropa importada. Este anuncio provocó una de las tentativas de protesta pública más cercanas al hecho. El gobierno acuarteló sus fuerzas antimotines en la estación policial más cercana a los cuentapropistas, quienes pretendía caminar desde un punto de la avenida Galiano hasta el gobierno municipal de Centro Habana.
Los participantes de la intentona recuerdan que Susana Acea, entonces presidenta del gobierno local, llegó donde estaban reunidos y les recomendó esperar hasta que entrara en vigor la prohibición, “después ustedes saben lo que tienen que hacer”, dijo la dirigente. Se refería a burlar la medida gubernamental haciendo el papel de ratón.
En mayo del 2016 el gobierno anunció el tope de los productos del agro en las Resoluciones 157-C y 162 fijando los precios en todas las formas de comercialización privada. En julio del mismo año, otra vuelta de rosca apretó los precios del transporte privado que provocó otro intento de protesta del sector, y el avistamiento de las fuerzas antimotines en la ciudad.
A la lista de estas prohibiciones, consideradas por los cuentapropistas restrictivos de las libertades económicas, se suman la veterana suspensión de la venta de artículos de ferretería, olvidada por su notoria violación. La más reciente, dedicada a las limitaciones de circulación de los bicitaxis, pioneros de la vieja estrategia del palo y la zanahoria aplicada por el gobierno.
El aparente relajo
Poco o nada se cumple de las prohibiciones mencionadas. La venta de ropa importada continúa colándose por el ojo de la aguja que confecciona los modelos nacionales. Los boteros mantienen su respetable precio basado en la oferta y demanda. Los precios en el agro sobrepasan la imaginación del vendedor, y basta una ojeada al mercado particular para disponer de los artículos de ferretería necesarios.
En apariencias, los dos bandos están conformes. Los cuentapropistas en su habitual juego del gato y el ratón. El gobierno, sentado sobre la carreta de prohibiciones, mostrando la zanahoria y blandiendo el palo.
El naciente sector privado cubano aprendió rápido las ventajas económicas que proporciona la separación del Estado, capturado por la revolución con la unidad de sus poderes. Bajo condición de anonimato, un cuentapropista que vende ropa en la zona comercial habanera, ofreció su punto de vista.
“Ellos (el gobierno) saben que el dinero hace poder. Antes yo me tomaba un pomo de agua con azúcar, ahora quiero refresco de Cola y mañana quiero una Pepsi porque tengo nivel, y eso es lo que no quieren ellos. Por eso nos tienen así, con miedo a decir las cosas como son”.
El aparente relajo que perciben los cuentapropistas es una estrategia de control gubernamental que produce ciudadanos programados para sentir miedo. Un creciente temor a quedar a la intemperie económica, en un país donde el salario promedio no sobrepasa los 30 dólares mensuales y se necesitan 100 para garantizar la canasta básica mensual en una familia de tres integrantes.
La fórmula funciona con la exactitud de un reloj, eliminando la posibilidad de liderazgo en el sector privado y convirtiendo la autocensura en la principal tenaza que bloquea al individuo. Es un error considerar que las prohibiciones están diseñadas para ser aplicadas de forma general a los cuentapropistas, eso sería atizar el fuego del descontento. Su más refinada efectividad se define sobre los individuos o pequeños grupos que pudieran agitar conciencias.
¿Por qué el gobierno cubano aprieta y el pueblo no protesta? Esta es la pregunta más internacional de quienes están viven lejos de la supervivencia cubana. La lamentable respuesta es que no es posible llegar a fin de mes si no se violan las prohibiciones del gobierno. Dicho de otra forma, la incertidumbre económica sumada al pánico que produce la exclusión social genera sumisión y anula el carácter insurgente de los cubanos.