GUANTÁNAMO, Cuba. – Por estos días se cumplen 119 años del viaje que un numeroso grupo de maestros cubanos hizo a los EE.UU. a inicios del siglo pasado para participar en un curso de verano que de forma gratuita les ofreció la Universidad de Harvard, un hecho poco conocido y de extraordinario impacto educacional.
El curso fue promovido y organizado por el superintendente de escuelas Alexis E. Frye.
En su libro “Las metáforas del cambio en la vida cotidiana: Cuba 1898-1902”, Ediciones Unión 2003, p.31, la investigadora Marial Iglesias Utset informa que Frye escribió a inicios de febrero de 1900 al presidente de la Universidad de Harvard, Charles W. Eliot, pidiéndole ayuda para la realización del curso, quedando demostrado que no existía ninguna aviesa intención en ello.
Hago esta observación porque ante las pruebas irrefutables de que muchos políticos norteamericanos de entonces deseaban la anexión de Cuba a los EE.UU., no pocos historiadores cubanos han satanizado todo lo que durante ese lapso provino de dicho país. Sin embargo, la trayectoria del señor Frye descuenta cualquier intención oculta y así lo deja establecido la investigadora mencionada y también el historiador Rolando Rodríguez García en su obra “Cuba: Las máscaras y las sombras. La primera ocupación”, y aunque no es menos cierto que las circunstancias podían motivar la existencia de un recelo fundado acerca de los verdaderos motivos de ese viaje, no se puede olvidar que la última guerra de independencia realizada por los cubanos contra el colonialismo español generó una fortísima corriente de simpatía entre el pueblo norteamericano, educado como ninguno otro en el respeto a la libertad y el odio de la tiranía. Eso se evidenció, en el caso concreto de este curso, en la respuesta que recibió la petición de Frye, pues en menos de cuatro meses, específicamente entre abril y agosto de 1900 , se recaudaron más de setenta mil dólares.
Con respecto a lo ocurrido afirma Marial Iglesias en la obra mencionada: “Con independencia de los propósitos imperialistas ocultos o explícitos, de cualquiera de los funcionarios políticos norteamericanos que dirigieron y aprobaron el proyecto: Leonard Wood, gobernador de Cuba; E. Root, secretario de Estado, o el propio C. Eliot (presidente de la Universidad de Harvard), la gente que en Cambridge recogió los fondos para sufragar los gastos del viaje, abrió las puertas de sus casas para recibir a los maestros, engalanó sus fachadas con banderas cubanas o los aplaudió en su paso por las calles y plazas públicas; los estadounidenses que recogieron dinero para la suscripción, cedieron sus cuartos o dedicaron sus vacaciones de verano a trabajar de guías o de intérpretes; ejercían simplemente la solidaridad con un pueblo pequeño al que admiraban por su lucha valiente contra una poderosa metrópoli colonial (…) Frye trabajó sinceramente por el progreso de la educación en Cuba, y se solidarizó con la causa de los maestros hasta el punto de que esa actitud lo condujo a varios enfrentamientos con L. Wood , que terminaron con la renuncia de aquel. El viaje a Harvard cambió radicalmente la vida de este hombre. En él conoció a la joven maestra cubana con la que, seis meses después, contrajo nupcias y que fue la madre de sus hijos; en él se cimentaron los lazos de unión de sus colegas, los maestros de la Isla, lazos que se mantuvieron por muchos años después al final de su misión oficial en Cuba”.
Boti, testigo excepcional
El primer gran poeta cubano del siglo XX, Regino E. Boti, fue uno de los participantes en este curso de verano y dejó su testimonio del acontecimiento, posiblemente el primero escrito por algún participante, cuando en el “El Managüí”, revista guantanamera, publicó sus impresiones, reeditadas hace pocos años por la editorial El Mar y la Montaña, de Guantánamo, con el título “Harvardianas y otros saltos al norte”, donde constan los viajes del guantanamero a los EE.UU.
Los maestros guantanameros partieron hacia EE.UU. desde Caimanera el 24 de junio de 1900. Al abordar el vapor Mc Pherson ya estaban en él los maestros santiagueros y, acompañándolos, el sacerdote Desiderio Mesnier, quien tiene el mérito histórico de haber celebrado, el 8 de septiembre de 1898, en el Santuario de El Cobre, una Misa Solemne para festejar la victoria de Cuba sobre España, lo que pasaría a la historia como la Declaración Mambisa de Independencia del pueblo cubano y también como el primer acto oficial por la celebración de la independencia debido a que a la misa asistieron, por orden del General Calixto García Iñíguez, Jefe del Ejército Oriental, el General Agustín Cebreco y el Estado Mayor de dicho ejército.
Los efectos de este curso fueron inmediatos. Si en 1899 había 312 aulas de enseñanza primaria, en 1900 aumentaron a 3 313. Si en 1899 había 34 579 niños estudiando, en 1900 eran 172 273, siendo notorio el aumento de niños negros asistiendo a las escuelas. Estas acciones del gobierno interventor provocaron la disminución del analfabetismo, una mejor capacitación del personal docente y el incremento de las matrículas en los niveles secundario, técnico y superior.
Al concluir sus crónicas, Boti aseguró, refiriéndose al resultado de su visita a los EE.UU. : “… ahora soy más amante de la libertad de mi tierra, porque allí, por primera vez, supe lo que es la libertad, un pueblo libre, vi lo feliz y próspero que es ese mismo pueblo libre y sentí angustia en el corazón al pensar que no todos los cubanos tenemos la resignación suficiente para soportar las cargas que la libertad echa sobre cada ciudadano y, en mi manía de eterno Quijote, por todos los medios posibles, he querido infiltrar en el espíritu de mis compatriotas el amor a la libertad, lo difícil que es conseguirla y lo penoso que es perderla”.