LA HABANA, Cuba.- Para los cubanos de a pie significa lo mismo un presidente del Consejo de Administración Provincial que un delegado del poder popular a ese nivel, o los gobernadores: nada mejorará. La cuota de sacrificios y esfuerzos que se les exige en medio de crecientes necesidades no tendrá solución. Como siempre sucede en un régimen totalitario que sólo piensa entronizarse en el poder, para el ciudadano común, y parodiando al Pangloss de Voltaire, “todo sucede para mal”,
Si bien los voceros del gobierno cubano, al mejor estilo del personaje del escritor francés, no se cansan de repetir por los medios de comunicación que “vivimos en el mejor de los regímenes posibles”, la realidad demuestra que Cuba cada día se pone peor por la ineficiencia económica, la intolerancia política y el inmovilismo social, no importa si los funcionarios, voceros o marionetas designadas por los mandamases en el poder, se nombran delegados, intendentes o gobernadores.
Estos funcionarios, sin distinguir profesiones, trayectoria política ni el nombre del cargo que ocuparán, como sus antecesores, llegan para engordar, vivir a tutiplén, hacer propaganda en la televisión, reciclar frases, corear consignas y hacer promesas hasta caer en la corrupción, acto que los harán ir a la cárcel u ocupar otros niveles donde continuar saboreando las mieles del poder.
El problema radica en que no hay voluntad de cambiar, ni otra orientación que aparentar y fingir, aguantar el palo, sostener el poder. Y es ahí donde todo se vuelve fintas, arrumacos, disfraces y bandazos frente a las necesidades de la población, en una especie de iluso juego infantil donde a la fracasada revolución, convertida en Cuquita, se le cambia el vestuario para cada ocasión, pero en el fondo sigue siendo la misma fantasía de un pedazo de cartón con rasgos de humanidad.
A estas alturas del carnaval de disfraces, imagino que ni el más obtuso de los cubanos o el más fiel de los come candelas y lame botas de la mascarada gubernamental puedan creer un instante que un funcionario, por ocupar cargo con nombre diferente al anterior, tenga poder de decisión para mejorar el fondo habitacional, la transportación o la calidad del pan.
¿Podrá solucionar el gobernador, sin la orden del partido, la precariedad de cientos de viviendas y edificios que se caen a pedazos o derrumban sobre miles de pobladores en la capital? ¿Tendrá el valor de exigir, o será oído, un utópico reclamo en el incremento de la transportación pública en el país? ¿Daría fruto su presumible empeño en repartir entre la población, y quienes los producen, una pequeña cuota de los alimentos que son destinados en su totalidad para la exportación?
¿Soñarán los gobernadores con poner freno a la represión política, el deterioro ambiental, la brutalidad policial y el escarnio y acoso gubernamental a quienes piensen o se expresen diferente a la línea oficial, al menos en su jurisdicción? ¿Estará decidido a resolver los problemas de insalubridad, la crítica falta de medicamentos y la carencia de productos de aseo y alimentos que sufre a diario la población?
Seguro estoy que no. Y menos si Esteban Lazo, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular los elogió por su “elección histórica” y transparente, o Miguel Díaz-Canel, “presidente” de Cuba, asegura que los nuevos cargos responden al articulado de la constitución —que sólo se cumple en el papel—, y que llegan para cumplimentar los planes de organización en el país.
Como los elogios vienen de muy cerca, y a la población, comparsera por conveniencia o temor, le importa poco un nuevo antifaz en este carnaval de la revolución, yo, sin dudar un instante, me sumo a quienes opinan sobre el tema desde el refranero popular, y digo como ellos que “la mona aunque se vista de seda, mona se queda”, y que esto “es el mismo perro con diferente collar”
vicdomínguezgarcí[email protected]
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