LA HABANA, Cuba.- Cualquiera pudo haber pensado en 1990 que la iniciativa lanzada por Fidel Castro y Luis Inacio Lula Da Silva, en el sentido de reorganizar a las fuerzas de izquierda en la región, era simplemente una acción defensiva, y sin mayor trascendencia en el devenir democrático de América Latina.
Surgía de esa manera el Foro de Sao Paulo ( el nombre debido a la ciudad que sirvió de sede a su primera reunión), en momentos en que la izquierda soportaba el descrédito que le ocasionó la caída del comunismo en la Unión Soviética y en el resto de sus vasallos de Europa oriental. Además, muchos partidos políticos que hasta la fecha habían abrazado la ideología marxista-leninista, cambiaban de signo y se inclinaban hacia la socialdemocracia.
Sin embargo, otro era el panorama hacia el año 2007, cuando la ciudad de San Salvador fue sede de la XIII edición del Foro de Sao Paulo. El propio Lula gobernaba en Brasil; Evo Morales era el presidente de Bolivia; mientras que Rafael Correa y Néstor Kirchner regían los destinos de Ecuador y Argentina, respectivamente. Es decir, que la izquierda de orientación chavista —el chavismo, por demás, se afianzaba en Venezuela— había ganado importantes posiciones en el subcontinente, y sus partidarios imaginaban que una nueva era, al calor de lo que denominaban “socialismo del siglo XXI”, se presentaba para América Latina.
En ese contexto los reunidos en San Salvador rubricaron el documento final de la cita, titulado “La nueva etapa de la lucha por la integración latinoamericana y caribeña”, el cual expresaba en uno de sus párrafos: “Los triunfos electorales comprometen a los partidos de la izquierda latinoamericana a actuar acorde con las expectativas depositadas en ellos por los pueblos, so pena de que sus gobiernos sean solo un breve lapso tras el cual se recicle la dominación neoliberal”.
El Foro de Sao Paulo enseñaba su verdadero rostro. No era un simple ente aglutinador de partidos y organizaciones de izquierda que se reunían para intercambiar experiencias y trazar estrategias de actuación dentro de los marcos institucionales de sus respectivas sociedades. Todo lo contrario: exhortaba a los gobernantes de izquierda que habían accedido al gobierno de sus países, a que destruyeran las instituciones democráticas y se perpetuaran en el poder. Que trataran de imitar a la Cuba de Castro, y que decretaran algo así como el fin de la Historia. Algo que tanto le habían criticado, hipócritamente, a Francis Fukuyama.
Aunque la situación política en América Latina ha cambiado con respecto a 2007, para bien de la democracia y mal para la izquierda chavista, ese mismo espíritu totalitario será el que reine en la edición XXIV del Foro de Sao Paulo que por estos días se reúne en La Habana.
Se anuncian, simultáneamente con los debates principales del Foro —que incluye una sesión especial sobre el pensamiento de Fidel Castro—, encuentros de mujeres, de jóvenes y de parlamentarios. Por supuesto, todos comprometidos con la tarea central que, según los organizadores cubanos, tienen ante sí los que asistan a La Habana: “Detener la actual ofensiva contrarrevolucionaria de la derecha internacional y regional contra las fuerzas progresistas de América Latina”.
Sería conveniente preguntarles a los aguerridos muchachones del Foro de Sao Paulo por la sangre de venezolanos y nicaragüenses que han hecho derramar los “progresistas” Nicolás Maduro y Daniel Ortega.