VILLA CLARA, Cuba. – Profesor titular, virtuoso guitarrista, director coral, fundador de concursos y ganador de innúmeros reconocimientos internacionales, Flores Chaviano Jiménez (Caibarién, 1946) continúa relegado al ninguneo más obtuso.
En 1959, comenzó a adiestrarse en la guitarra –mientras cantaba en el coro de la Parroquia local–, instrumento predilecto que tutelaba otro grande precursor: Pedro Julio del Valle (Siendo ambos hondamente católicos, antepusieron su credo a la fatalidad de asistir al desconcierto nacional).
Su temprano arraigo a vertientes populares de la música popular –tocando en el Combo de Ofelita F. Calancha–, le demostró la utilidad formativa del folclor en la integralidad y ya a partir de 1965, residiendo en La Habana, fue alumno de Isacc Nicola, Sergio Fernández Barroso y Jorge Ardévol. También asistió a clases magistrales de Leo Brower y del venezolano Alirio Díaz.
En 1974 conquistó el Premio UNEAC de guitarra “por la excelsa ejecución”, superando a consagrados. Fue profesor de la Escuela Nacional de Arte (ENA), del Instituto Superior de Arte (ISA) y del Conservatorio “Esteban Salas” (1970-79).
Luego, fue enviado a cumplir el servicio social en Santiago de Cuba. Flores Chaviano aprovechó “aquel malsano castigo” para –graduado también en dirección coral– retomar el Coro Madrigalista que se volvió a desmembrar en cuanto partió. Entre labores, fungió como solista con las Orquestas Sinfónicas de Matanzas, La Habana y Santiago de Cuba.
En 1979 acompañó en vivo el ballet “Encuentro” (1978) con Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba en el Metropolitan Opera House de Nueva York. De aquellos inflamados EEUU no regresarían algunos, pero él sí. Chaviano estuvo siempre convencido del valor de la independencia para crecerse.
La desesperación política que sumió al país en los años ochenta y la experiencia en carne propia de las repudiables turbas fascistoides demostraron la imposibilidad de desarrollar carrera plena dentro del engendro “comunista”, razón por la que pasó al exilio en Madrid en 1981 junto a su esposa de ascendencia hispana. Allí, recomenzó la docencia en Institutos y Conservatorios, concluyendo su formación con el máster Demetrio Ballesteros, y revalidando el título.
Impartió cursos de guitarra clásica en 1983 y de música contemporánea en Salamanca y Granada entre 1984–87. En algunos, incluso, como el de Segovia (1989–91), fue rector, fundando el Concurso homónimo de carácter anual auspiciado por la SGAE y que aún existe en memoria de Andrés Segovia.
En 1987 murió su padre y años después su madre. A ninguno de los dos los pudo volver a ver vivos. Se lo prohibieron las “humanitarias autoridades”, castigadoras de “traidores y descarriados”. Ni certificados médicos ni intercesión de la Cruz Roja valieron de algo.
Cuando por fin pudo retornar al terruño, ninguna potestad “enterada de sus logros” le invitó absolutamente a nada. Les parecía bastante dejarlo entrar al feudo. Secamente lo incluyeron en la ECURED porque habría sido demasiado escandaloso silenciarlo, como sí hicieron con otros grandes cubanos de la negra lista.
“Me sentía frenado y controlado en todos los sentidos antes de exiliarme” expresa hoy sin merodeos, “lo que he logrado es fruto neto de mi trabajo, y gracias a ese país que me acogió”.
En los dosmiles, reabiertos ya ciertos espacios, un grupo de amigos/músicos/admiradores organizó una presentación para que el “Nova Ensemble” –del cual esposa e hija forman parte–, se presentara junto a conjuntos del patio en un espacio público capitalino. A última hora cancelaron el evento sin explicaciones. La frustración cobró vapores y hubo tibias protestas.
Desde entonces Chaviano no acepta propuesta alguna de funcionarios. Me satisface pulsar una vez por año la guitarra en la Parroquia, que es mi refugio, como hice este 24 por navidad”.
El 10 de Octubre pasado le entregaron la Medalla “Ignacio Cervantes” del Centro de Arte Cubano, en el Lincoln Center de NY, la misma condecoración que antes dieran a Paquito de Rivera y Arturo Sandoval. En 2017 ganó la beca Oscar B. Cintas Fellowship for Music, de la fundación floridana.
Su currículum parece interminable; educó generaciones en los conservatorios Real de Madrid (1988), Ponferrada (1989–91). Impartió cursos en Universidades de Puerto Rico y Miami y alternó en similares de Pekín, México, Berlín y Rostock en calidad de consultor–visitante.
Los escenarios de Estocolmo, Praga o Viena se llenaron con arpegios cubanos, pues la larga estela de su cosecha está sembrada de tributos criollos.
Ofreció recitales en la Academia de Música de Gdansk, Polonia, la Sociedad Chopin de Varsovia y el Kennedy Center de Washington, entre muchos escenarios de renombre.
En 1989 fundó el Ensemble de Segovia, al cual proseguirían la Capilla Musical “Esteban Salas” de Madrid (con la cual dio a conocer en Europa la obra inédita del barroco cubano), el Cuarteto “Fin de Siglo” y la Trova Lírica Cubana. Ha compuesto música por encargo del CDMC, el Conservatorio del Nalón, la Fundación Príncipe de Asturias y Radio Nacional de España. Su catálogo engloba casi un centenar de obras para combinaciones de cuerdas, corales y sinfonías.
Preguntado sobre las expresiones actuales que “vulgarizan el arte insular hasta hacerlo cuestión de estado”, prefirió abundar en esa insostenibilidad diciendo que “en el caso de la música, es de quien desee consumirla”.
Tras varios años como profesor en el Conservatorio Federico Moreno Torroba de Madrid, se retiró, y hoy vive de ordenar/distribuir/ejecutar su obra por doquier, excepto en su amada patria donde continúa prohibida. Disfrutan de tal privilegio los escasos familiares y sus amigos feligreses, una vez por año.
“Me duele constatar que si en algo se ha crecido aquí es en cantidad de ruinas”, dice.
La otrora próspera parcela que dios regaló a su generación hacendosa –avasallada hasta hoy por una casta de genízaros incultos que nada terrenal pueden ofrecer a semejante estrella mundial–, es motivo de congoja para quien se autoproclamó “soberano” hace ya mucho, porque –justo a tiempo– se libró de ellos.