
LA HABANA, Cuba.- No hay dudas de que los cubanos estamos viviendo jornadas inusualmente intensas. Los últimos días del mes de noviembre, y en especial la arremetida represiva contra los acuartelados del Movimiento San Isidro (MSI) que provocó el plantón del pasado día 27 ante el Ministerio de Cultura (MINCULT), jalonaron un hito importante en las tensas relaciones entre el sexagenario poder dictatorial cubano y la sociedad civil independiente: por primera vez un grupo de ciudadanos librepensadores forzó a las autoridades a escucharlos cara a cara.
La respuesta confrontacional abiertamente amenazadora, incluso beligerante, que está manteniendo la dictadura a través de su monopolio de prensa contra este sector de artistas, periodistas independientes y activistas, no solo contrasta fuertemente con el talante pacífico —aunque firme— de estos últimos sino que contradice la tesis oficial de “los cuatro gatos”, con la cual pretenden minimizar los justos reclamos de los demandantes.
El ataque contra el MSI y los plantados del 27-11 ha sido sostenido, feroz y particularmente mendaz, siguiendo la vieja matriz de descalificación y calumnias que se ha aplicado a la disidencia y a los opositores de cualquier color político. Esta vez, sin embargo, la dictadura ha subido el tono hasta cotas impensables al reclamar el supuestamente legítimo derecho —refrendado en la nueva Constitución que se aprobó hace poco más de un año, cuando ya la elite del Palacio de la Revolución sabía lo que se les venía encima— a enfrentar con las armas a quienes se atreven a desafiar su poder.
La amenaza en sí misma es un reflejo de la preocupación de la cúpula y sus vasallos ante el creciente descontento social y la sorprendente solidaridad que han logrado concitar estas nuevas generaciones de jóvenes resueltos a cambiar el estado de cosas dentro de la Isla, a la vez que evidencia la verdadera profundidad de la crisis económica y estructural de un sistema fallido.
Es obvio el fracaso del “proyecto revolucionario” castrista, más allá de sus consignas de unidad y “continuidad” se hace más palpable en la medida en que se ha estado estableciendo un proceso de criminalización de la sociedad por parte del Estado, más cruenta en tanto mayores son las carencias de la población y más se generaliza la incertidumbre.
Pese a la miseria nacional, nadie parece estar a salvo de la furia irracional del poder y de sus cuerpos represivos, que con igual saña arremeten contra emprendedores, agricultores, comerciantes, “residentes ilegales” en la capital, coleros, receptadores y cualquier transgresor real o imaginario de las absurdas disposiciones oficiales, todo aderezado por una pandemia que sigue azotando en medio de la mayor escasez de medicamentos que se recuerde en Cuba y del estado calamitoso de los hospitales y de todo el sistema sanitario.
Todo ello conduce a un efecto contraproducente: el aumento del descontento popular, de la violencia y de la inseguridad social, un caldo de cultivo perfecto para una crisis mayor y más peligrosa, donde los que se vuelvan contra las autoridades no serían ya “los cuatro gatos” pacíficos, organizados y dialogantes que exigen espacios desde la civilidad. Las revueltas populares causadas por la desesperación suelen ser anónimas, pero nunca son pacíficas, y generalmente tienen un efecto de bola de nieve: crecen incontrolables, superando con creces la categoría de “los cuatro gatos” que las inician.
Baste sumar en la Cuba actual a todos los que tienen algo que reclamar, alguna demanda que hacer, algún apremio por necesidades o por pobreza crónica. Hágase una lista de los cubanos que han perdido su vivienda y sus escasos bienes en un derrumbe y carecen de recursos para procurarse otra y reponer lo perdido; los trabajadores cuyos salarios no cubren sus necesidades y las de sus familias; los ancianos jubilados cuyas pensiones son un mal chiste o una colosal falta de respeto a sus años de trabajo; los que han perdido sus ingresos porque sus empleadores se han visto forzados a cerrar sus restaurantes, cafeterías, hostales; los emprendedores que, pese a la pandemia y a que han dejado de percibir ingresos sin recibir ayuda alguna del gobierno, ahora tienen deudas con la seguridad social y están obligados a abonar pagos sin tener dinero para ello.
La lista es incompleta, pero sirve para imaginar qué sería de las autoridades si todos los mencionados decidieran plantarse ante los ministerios correspondientes, o quizás mejor aún, reclamar a viva voz en la Plaza Cívica, ante la sede del Comité Central (como “fuerza rectora de la sociedad” que es), la vía de solución de sus acuciantes problemas. ¿Dirían los medios que se trata de “cuatro gatos”, de mercenarios pagados por Washington o, en el mejor de los casos, de “confundidos”? ¿Lanzarían al ejército a disparar sus armas contra ellos?
Evidentemente, tan longeva dictadura está mostrando claros signos de decrepitud y una avanzada demencia senil cuando intenta restar importancia a los disidentes e inconformes apelando a lo reducido de su número. Parece olvidar, convenientemente, que el número de asaltantes del Moncada, de los expedicionarios del Granma y de los que lograron internarse en la Sierra Maestra fue muchísimo menor que el de los artistas y activistas que se agrupan en el MSI, de los centenares que se plantaron frente al MINCULT, de los que intentaron llegar y fueron bloqueados por los cuerpos represivos que cercaron la zona y de los miles de cubanos que desde las redes sociales y desde todas las orillas se han pronunciado contra la represión, en apoyo de las demandas y por el reconocimiento de libertades que se nos han negado por más de seis décadas.
Mientras, de aquellos cuatro gatos de la pomposamente autodenominada “generación histórica” que una vez entronizada en el Poder traicionó su propio programa de lucha e incumplió las promesas democráticas con las que movilizaron a los más diversos estratos sociales, apenas sobreviven hoy menos de una decena, la mayoría física o mentalmente incapacitados, pero suficientes para bloquear cualquier posibilidad de un diálogo nacional que permita a todos los cubanos pensar y actuar sobre los rumbos de la nación. Esos cuatro gatos y sus servidores, una ínfima minoría privilegiada y marginada de la sociedad, mantienen el cepo y el freno sobre Cuba y sobre los cubanos.
Pero si en verdad solo de números se tratara, habría que entrar a dirimir cómo es posible que un partido único y escandalosamente minoritario, cuya militancia es menor al 1% de la población del país, constituya el rector absoluto de los destinos de todos; cómo es que 600 funcionarios al servicio del poder —dizque “diputados”— sean los que voten al Presidente (previamente elegido por la cúpula dictatorial) para ejercer un mandato incuestionable sobre más de 11 millones de cubanos, burlando de paso el derecho a elegir de 8 millones de personas inscritas en el padrón electoral nacional.
En su infinita soberbia los mandamases no logran entender que el diálogo que hoy se les propone desde la sociedad civil no es una súplica de quienes demandan sino una oportunidad para el poder. Porque la hora de los cambios ya llegó y van a producirse de una manera u otra. Dialogar sobre qué exigen los cubanos y de qué manera quieren que se produzca una transición democrática hacia un estado de derechos y libertades es la opción que generosamente les ofrece el pueblo, el soberano. Más les valdría abandonar las bravatas y los gritos de guerra para reflexionar sobre esto porque en buena lid son ellos, los verdaderos “cuatro gatos” de esta fábula, los que tienen más que perder.
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