LA HABANA, Cuba.- Estar bajo vigilancia policial más de 24 horas antes del primer aniversario de las protestas del 11 de julio (11J) no me sorprende. De hecho, mi pareja y yo nos preparamos para permanecer varios días sin poder salir de la casa: la compra de suministros en el agromercado, el pan para el desayuno, buscar las pastillas que me resolvió una amiga gracias a donaciones del exterior (en la farmacia no hay), y la visita a unos amigos para, de paso, despejar la mente y así poder pasar los días de encierro forzoso.
Llega el momento en el que el acoso y el sitio policial se instaura en nuestras rutinas, lo normal, lo raro -o imprudente- es no esperarlo, no prepararse para ello.
En tres años trabajando como periodista independiente en Cuba he padecido las más disímiles variantes represivas: desalojos, secuestros en la vía pública, interrogatorios, horas en celdas o patrullas policiales expuesta al sofocante calor, multas, falsas acusaciones, confiscación de equipos de trabajo. Pero después del 11 de julio, cuando permanecí cuatro días detenida e incomunicada y 10 meses de reclusión domiciliaria (seis de los mismos con vigilancia diaria), algo cambió. Mi cartera está más pesada, en ella guardo jabón, cepillo, pasta, papel sanitario y hasta una toalla. ¡Lista para la celda! No me di cuenta de la gravedad de mis preparativos hasta que vi la cara de espanto de una amiga cuando se lo conté, muy risueña, como si fuera lo más normal del mundo. No, no es normal, ya lo sé. Y no se trata de la normalización de la represión, sino de adaptarnos a ella como mecanismo de supervivencia.
Al principio viene la negación, la rabia, la impotencia, y la manera de reflejar la frustración es saliendo a la calle, enfrentar a los segurosos y que te arresten, pasar unas horas (o días) tirada en una celda de cualquier estación policial y después de vuelta, al mismo cerco policial, al mismo acoso. Un círculo vicioso que agota; hasta que un día decides asimilarlo, que se desgasten ellos. Nuestra fuerza no proviene de las armas ni de las imposiciones, sino de la verdad y la razón. Cuando lo asumes, entonces viene la fase de adaptación.
A veces, durante interrogatorios, trato de adivinar cómo son las vidas de esas personas que tengo delante. Durante los encierros en la vivienda me sorprendo analizando las expresiones corporales de aquellos que me vigilan en la esquina, tratando de comprender quiénes son, si tendrán hijos, qué tanto miran en sus teléfonos, y por qué se prestan para ser los peones de la dictadura. Supongo que ellos no se ven a sí mismos de esa manera, sino como “defensores de la revolución”, “luchadores contra el imperialismo yanqui y los gusanos pagados por el imperio”. Es ridículo, pero así funcionan sus mentes luego de pasarse sus vidas siendo lobotomizados por el castrismo. No los odio por eso, me obligo a no hacerlo, aunque los desprecio, todos nacimos con capacidad de discernimiento, y todos podemos elegir, ellos también.
Este 11 de julio estoy presa en mi propia casa, yo y muchos colegas y activistas, yo y casi mil prisioneros de conciencia que permanecen en condiciones infrahumanas en los centros de reclusión. En ellos trato de enfocar mis esfuerzos, mi trabajo, mi vida. El saber que, de alguna manera, mi labor les es útil, incluso a aquellos que por miedo callan, pero me alientan en privado o en la calle me reconocen y agradecen, son el aliciente.
Que el 11J se repita espanta a la dictadura, por eso durante el último año han estado implementando el terror de todas las maneras posibles: encarcelamientos y condenas excesivas a manifestantes y activistas, acoso a familiares de presos políticos, exilios forzosos, campañas de difamación, reordenamiento jurídico para reforzar la opresión y movilización de las fuerzas represivas.
Sin embargo, este 11 de julio difícilmente los cubanos saldrán a las calles en masa a protestar, ya han aprendido que el factor sorpresa es determinante, que un país militarizado y coaccionado no se puede transformar en un solo paso, que una estrategia u alternativa política se hace necesaria. Y porque para manifestarse en Cuba hace falta mucho más que una convocatoria o los deseos de hacerlo, más cuando se está solo contra el poder.
Este 11J la tristeza y la desesperanza colma las calles de Cuba, también se ha instalado en mi hogar. ¡Hasta un día!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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