
LA HABANA, Cuba. – Cuba inició el año 2019 con falta de harina, huevos, pollo, leche y más recientemente, aceite vegetal y sal. Quienes a diario zapatean la ciudad a la caza de lo poco que hay, sin dudas se habrán dado cuenta de que apenas se estabiliza la venta de un producto, otro desaparece, y es lo de nunca acabar. La comercialización del pan se ha normalizado relativamente; pero las largas colas que abundan en establecimientos como Carlos III o La Época para adquirir muslos de pollo y bolsitas de aceite, son indicadores de que se avecinan tiempos difíciles, aunque los ministros se limiten a decir que existen “tensiones”.
Quienes acusan a la prensa independiente de generar falsas alarmas e inquietud en la población, jamás se han sentido preocupados por no tener qué comer o porque su hijo, a punto de cumplir siete años, ya no tendrá acceso a la cuota mensual de leche en polvo, un alimento que desde noviembre del año pasado desapareció a nivel nacional; al punto de que quienes vendían por la izquierda la bolsa normada de 1kg a 80 pesos, han inflado el precio hasta 120 pesos (5 CUC).
Misteriosamente, los paquetes de pollo importados que se comercializaban a 3.60 CUC (2 kg) se han esfumado de las neveras. En su lugar han colocado los muslitos de factura nacional, amortajados en nailon, que esconden desde pegotes de grasa añadidos para aumentar su peso y robarle a los clientes, hasta unidades tan pequeñas que hay que comerse dos para quedar medianamente satisfecho.
Aun así, la gente hace colas extensas para comprarlos porque no hay nada más. El pollo sigue siendo la opción más sana en medio de neveras medio vacías o atiborradas de tubos de picadillo de pavo grasiento. En el mercado negro un cartón de huevos cuesta entre 5 y 7 CUC; y a pesar del fantasma del racionamiento, las botellas de aceite de soya “Cocinero” que se venden a dos por persona y en circunstancias normales cuestan 1.95 CUC, ya circulan a 3 CUC.
La posibilidad de que Cuba sufra otro Período Especial va tomando un cariz muy serio; el principal síntoma es que quienes tienen plata no logran suplir sus necesidades, ni siquiera moviéndose por la izquierda. La depresión se ha extendido a todos los rubros comerciales, aunque lo que más golpea a las familias cubanas es la alimentación.
Para disimular el desabastecimiento, los trabajadores de las TRD (Tiendas Recaudadoras de Divisas) llenan los estantes con la misma mercancía, sean pomos de Nescafé, vasitos de yogurt o productos enlatados que representan un lujo para los criollos, cuyo salario no excede, en el mejor de los casos, los 30 CUC mensuales.
Nadie sufre esta infausta situación más que los discapacitados y ancianos, físicamente imposibilitados de soportar mucho tiempo en las colas, o abrirse paso a empujones en un tumulto. Es inevitable pensar qué será de esas personas si, en efecto, cae sobre los cubanos una crisis similar a la de los años noventa. Pero si en La Habana las cosas van mal, en el interior del país es mucho peor.
En Holguín, por ejemplo, varios establecimientos comerciales han sido inaugurados, incluyendo una sucursal de la cadena de tiendas de aseo “Agua y Jabón”; tan bien provista en cuanto a variedad y calidad de productos, y con precios tan exorbitantes, que su emplazamiento luce absurdo en una provincia donde casi todo el mundo vive de su salario, o al menos lo intenta.
Al observar los contrastes entre la sucursal de “Agua y Jabón” y la sección de cárnicos de cualquier tienda, es lógico preguntarse cuál criterio de importación se maneja en las altas esferas si en el mercado negro holguinero un litro de aceite refinado cuesta 100 pesos, mientras los frigoríficos recién estrenados en las TRD solo contienen hamburguesas.
Está bien disponer de opciones para andar limpio y aseado como quería Martí; pero es absurdo que en un país donde las neveras están vacías y los productos agropecuarios se hallan por encima de la capacidad de compra del peso cubano, haya estantes repletos de artículos superfluos en comparación con miles de necesidades insatisfechas.
La situación socioeconómica que atraviesa la Isla parece tan irreversible que la gente ha dejado de preguntarse adónde iremos a parar. Solo pensarlo resulta pavoroso, pero considerando el actual estado de cosas la interrogante lógica sería: ¿hasta dónde vamos a retroceder?