LA HABANA, Cuba. – Un policía invitado a la televisión oficialista de Guantánamo, para hablar sobre las estrategias de enfrentamiento a los coleros en las Casas de Cambio (Cadeca), dejó plantados tanto a periodistas como a televidentes, probablemente porque nada tenía que decir en público que no sonara a más de lo mismo.
Indignados, así lo hicieron saber en sus redes sociales los realizadores del programa ―y los comentarios de los lectores a la publicación no se hicieron esperar― en tanto es de conocimiento general, entre los que hacen colas a diario, que la mayor culpabilidad en la cadena de corrupción y contrabando que nos afecta a los cubanos de a pie, la tienen esos mismos que debieran imponer el orden.
A nadie que sepa bien cómo funciona una cola tumultuaria en Cuba (de esas que el régimen impide fotografiar —incluso a sus medios de prensa afiliados— y que ordena ocultarlas a varias cuadras de los establecimientos comerciales para que parezca que no existen), se le ocurrirá acudir a algún uniformado de los que allí “controlan” para denunciar a ningún delincuente o colero porque sabe que no solo nada sucederá, sino que hasta puede que “se vire la tortilla” y termine pasando el día en un calabozo, acusado de desacato o de cualquier otro delito que decidan fabricarle.
Más de una situación en nuestra insoportable y nada leve cotidianidad, nos habla claramente de cuáles son las funciones de un oficial de policía en Cuba, ya esté uniformado o vestido de civil. Que no es su prioridad atrapar al ladrón que se cuela en nuestras casas, que siembra el terror en nuestros barrios, sino apalear al rebelde y al pacifista que hacen una pintada y gritan “Patria y Vida”, y de paso fabricarles un expediente como terroristas y criminales.
Bien recuerdo que hace unos años, antes de la pandemia, y cuando el turismo sexual en las calles de La Habana estaba en plena apoteosis, el circuito de prostitución (ahora pretensiosamente llamado “de lujo”) que corría desde la calle Monte, pasaba por la acera del cine Payret, el Capitolio y el Paseo del Prado hasta Malecón no era dominio exclusivo de proxenetas, “pingueros” y “jineteras” sino, vox populi, que el pico de esa “pirámide del placer” estaba coronado por policías corruptos que hacían la ronda para recolectar su “diezmo” de “tolerancia”.
Conocí del fenómeno de boca de varios trabajadores sexuales, de dependientes de los bares y comercios cercanos pero, además, de los mismos policías que incluso campeaban sin temor alguno, a pesar de que las calles de La Habana Vieja, siempre llenas de turistas extranjeros, son de las más equipadas con cámaras de vigilancia de la propia Policía Nacional Revolucionaria (PNR).
Hoy el turismo ha caído casi a nivel cero y la crisis también ha arrastrado con ella muchas de aquellas dinámicas de las cuales dependían las economías personales tanto de sexoservidores como de “agentes del orden”.
Pero solo bastaría que esa máquina vuelva a echar a andar para que los actores retornen a ocupar su lugar en la escena, porque el destino Cuba más que de playa y sol, es una plaza de sexo muy barato, y si el régimen renunciara a ese “valor añadido” en sus “productos”, si declarara una guerra abierta (no de pura simulación mediática) contra ese único elemento que dinamiza el turismo cubano, sabe que jamás logrará llenar esos hoteles que ahora permanecen vacíos.
Me he extendido en solo estos dos ejemplos, uno reciente y el otro “latente”, porque por sí solos dan una idea de lo difícil que me resulta creer en la más reciente convocatoria de Miguel Díaz-Canel a “desarrollar un enfrentamiento contra ilegales, pillos, lumpen, vagos y corruptos”.
Me imagino no solo aquella fábula de los ratones pensando en cómo colocar el cascabel al gato sino, algo mucho más acertado para la situación, conociendo que los casos más graves de corrupción en Cuba, los que más han afectado y continúan desangrando la economía de todos, no están a nivel de la calle sino de las instituciones estatales y órganos de gobierno a todos los niveles.
Que cualquier acción enfocada apenas en el extremo más alejado de la cadena, solo buscaría alejar la mirada del simio astuto y verdadero culpable, en una estrategia de ocultamiento, de simulación, similar a la que aplican en las colas para que el extranjero curioso no vea la multitud, y tampoco el halo de corrupción que la rodea.
De modo que, más que ratones intentando dominar al gato, esta vez se pudiera tratar de una reunión de gatos disfrazados de ratones para ver cómo, a puro sonido de cascabeles, convencen a la presa de que servir de alimento es un deber y que el mismo que te caza y da muerte es quien te protege.
La otra posibilidad es que con esta repentina preocupación por los males sociales que ellos mismos han generado, conduciendo a millones de cubanos a la miseria extrema como el más efectivo método de control político, apenas estén haciendo la cama para luego desatar una oleada de detenciones contra todo aquel “potencial opositor” al que frente a la opinión pública calificarán como “potencial delictivo”.
Lo han hecho antes y lo harán ahora que la caldera hierve tan a borbotones que ni las válvulas del éxodo masivo, los juicios exprés y las condenas abusivas contra quienes han tomado las calles en las protestas han logrado bajar la temperatura por debajo del punto crítico.
Más allá de apasionamientos políticos e ideológicos, más allá de hipocresías y oportunismos, todos en Cuba sabemos que no son el delincuente del barrio, el estafador que atrapa tontos en Revolico y el bodeguero que nos vende el arroz por la izquierda quienes han destrozado este país.
Que sin ánimo de justificarlos por los delitos que hayan cometido o estén por cometer, en realidad casi todos —con excepción de asesinos y violentos— no son más que víctimas de un sistema donde solo sobrevive quienes se atreven a transgredir la ley.
No hay otro modo de salir ilesos de este infierno cotidiano si no es siendo lo más pillo, vago y corrupto que el momento y las circunstancias te lo permitan, porque de los bajos salarios estatales nadie, absolutamente nadie, puede vivir, por honesto y moral que se pretenda.
Cuba es quizás el único país donde gana más el que se para en una esquina, quien se sienta en un parque, que el pobre infeliz que se quema las pestañas durante años en la universidad o quien dobla el lomo bajo el sol. El que esté libre de pecados que lance la primera piedra, para que vea cómo esta caerá contra su propia cabeza.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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