LA HABANA, Cuba. – Los cubanos que viven dentro de la Isla saben pelear. Son guerreros de mil batallas. Se las ingenian para sumar victorias, casi siempre pírricas, en cada refriega contra el enemigo que ahora prepara un ataque devastador: la escasez.
Son veteranos de la guerra permanente creada y sostenida por el partido único. No les queda más remedio que estar en algunos de los frentes de batalla. Lo mismo da que sea en las afueras de los deficitarios comercios estatales, donde se despachan las cuotas de huevos, el pedacito de pollo o la muestra de picadillo de soya por cada persona anotada en la libreta de racionamiento.
En las tiendas recaudadoras de divisas (TRD), los conflictos son más encarnizados, sobre todo cuando sacan el aceite vegetal, el yogurt saborizado, el papel higiénico, las piezas de pollo congelado y los paquetes de leche en polvo, entre otros productos de alta demanda popular. En la primera línea se apostan los acaparadores y los coleros. Dos personajes plenamente establecidos en el regazo de las penurias y dispuestos a batirse hasta las últimas consecuencias con cualquiera que cuestione su actitud.
Trabajan en cuadrillas y de manera muy articulada. Unos revendiendo lo que consiguen acopiar a precios más elevados y los otros listos a vender al mejor postor, un lugar privilegiado en las largas filas. El costo oscila entre 1 y 3 CUC (entre 2 y 5 dólares aproximadamente), en dependencia de cuan cerca se esté de la entrada del centro comercial.
Los que no pertenecen a estas tropas, tienen que redoblar esfuerzos y paciencia en una espera que regularmente culmina con el perentorio anuncio de, “se acabó” o en sendas riñas tumultuarias.
Son escenas de la verdadera guerra de todo el pueblo que Fidel Castro aludía en sus aparatosas intervenciones públicas desde que asumió las riendas del poder absoluto en enero de 1959. Esa doctrina defensiva ante presuntas agresiones militares por parte del ejército norteamericano resultó ser el acicate para llenar el país de costosos refugios antiaéreos y del surgimiento de las inoperantes Milicias de Tropas Territoriales (MTT).
Con el tiempo los túneles subterráneos pasaron a ser hábitats de lujo para roedores y murciélagos, además de almacenes de aguas estancadas. Los mosquitos, aún cuentan con una plataforma ideal para su reproducción.
Bajo la sombrilla del socialismo que la camarilla rebelde antibatistiana impuso en los comienzos de su largo mandato, apenas ha habido treguas.
Los escenarios de guerra han proliferado a lo largo y ancho del país y nada que ver con marines, sobrevuelos de cazabombarderos de última generación ni presencia de buques de alguna de las emblemáticas flotas del imperio.
Realmente, lo que acontece en el presente y lo ocurrido en las seis décadas transcurridas, es una agresión constante del Estado al cubano de a pie. Las carencias conforman parte de la estrategia de control social aplicada, sin medias tintas, por los mandamases y sus acólitos.
Por un lado, está el efecto desmovilizador de esas fallas de los mecanismos de aprovisionamiento controlados por las elites de poder, lo cual obliga a una titánica dedicación a hallar estrategias de supervivencia y por otro, el carácter ilegal de las mismas.
A los efectos de las leyes vigentes, todos los cubanos somos delincuentes. El mercado negro es la tabla de salvación. Una realidad que interviene a favor de conservar los fundamentos del Estado policial.
A través del chantaje muchos son reclutados para vigilar al vecino e incluso a miembros del entorno familiar. El inequívoco agravamiento de los problemas existenciales en los próximos meses debido a las nuevas medidas de castigos aprobadas por el ejecutivo estadounidense contra el gobierno insular y la merma en el flujo de petróleo procedente de Venezuela hace pensar que la paz al interior de Cuba sigue siendo tan surrealista como una pintura de Salvador Dalí.
La lucha por la supervivencia continúa. Vuelven a dispararse las alarmas. Hay motivos para que crezcan las preocupaciones, pero nadie piensa rendirse en los campos de batalla. Muchos trazan planes para escabullirse, antes que arrecie el conflicto. La mayoría, sin otras alternativas en el horizonte, debe morir con las botas puestas o tomar todas las precauciones para mantenerse con vida a pesar del fuego graneado de las desgracias.