LA HABANA, Cuba.- En el Reparto Eléctrico y en Parcelación Moderna, el barrio de Arroyo Naranjo donde vivo, separado del primero por la Calzada de Managua, durante las noches del 29 y el 30 de septiembre, también sonaron los calderos y hubo gritos en reclamo de que restablecieran la electricidad y el agua.
Los vecinos estaban desesperados luego de cuatro días de apagón y cinco sin agua en las tuberías. A ello se sumó el hambre, pues los alimentos que tenían, luego de hacer colas y pagarlos caros, se pudrieron por la falta de refrigeración.
Sé que no es noticia. También en esos días hubo protestas en muchos puntos de la capital: El Cerro, San Francisco de Paula, Puentes Grandes, San Miguel del Padrón, La Palma, Párraga, Mantilla, etc. La gente está harta de las explicaciones oficiales que nadie entiende sobre el colapso del sistema eléctrico en todo el país y de las arengas y consignas de los dirigentes.
No serían noticia las protestas en mi barrio si no fuera porque Parcelación Moderna y principalmente el Reparto Eléctrico, hasta hace unos años eran baluartes castristas. En ambos repartos viven muchos militares y exmilitares y numerosas personas del oriente del país que llegaron a La Habana en los primeros años del régimen revolucionario y dicen sentirse en deuda de gratitud con la revolución.
Pero, como mismo el barrio y las vidas de sus habitantes se han ido deteriorando, también se ha ido desgastando el apoyo al régimen. Los hijos y nietos de los militares y exmilitares y de los orientales agradecidos a la revolución por las casas que les dieron en La Habana y de cuyas paredes penden cuadros de Fidel, no comparten ni remotamente la devoción de sus mayores, algunos de los cuales también se han decepcionado. Algunos de esos hijos y nietos se han largado del país o se hallan maquinando el modo de irse a donde sea, porque, como suelen repetir, “aquí no hay futuro”.
Y los orientales que han venido al barrio en las últimas tres décadas, si no fueron traídos como policías, no tienen la deuda de gratitud con el régimen de sus coterráneos que los precedieron. Por el contrario, viven en precarias condiciones, arreglándoselas como pueden para ganarse la vida, y siempre hostigados por las autoridades, que consideran ilegal su estancia en “la capital de todos los cubanos” y que pueden, cuando se les antoje, desalojarlos y deportarlos a sus lugares de origen.
En el barrio, los chivatones, los que no se han muerto o están ya tan viejos y enfermos que no pueden ni con sus almas cederistas, han ido perdiendo fuelle. Ya no son tan combativos como en otros tiempos ni tan celosos a la hora de vigilar a los desafectos y los sospechosos de serlo. Ahora, aunque siguen repitiendo el credo fidelista a todo el que se los aguante, invierten sus energías en hacer colas. Y de qué manera. Hace unos meses, dos septuagenarios, ambos exmilitares, se liaron a trompadas en una cola para comprar yogurt de soya. Y luego se quejaban y maldecían a la contrarrevolución porque alguien filmó la bronca y puso el video en las redes sociales.
Alguno de esos chivatones debe haber avisado por teléfono a la policía el día 29 cuando en el Reparto Eléctrico, tan pronto oscureció, la gente salió de sus casas a protestar por el apagón, sonando estentóreamente los calderos y bloqueando las calles con las ramas y troncos de árboles derribados por las rachas del huracán que el día 27 lograron hacerse sentir en La Habana.
La policía llegó enseguida. Con una celeridad que no suele mostrar cuando se trata de robos o asaltos. Acudieron decenas de efectivos en no menos de siete carros patrulleros y varios camiones de la Brigada Especial. Un despliegue solo superado por el que mostraron unas horas antes en La Palma y Mantilla, a pocos kilómetros de allí, para sofocar otra protesta.
Lo asombroso es que los policías no pasaron de los gestos amenazantes. Si acaso, hubo algunos empujones. Ni siquiera hubo arrestos. Parece que, en vista de lo caldeados que están los ánimos, los mandamases aplazaron dar la orden de combate a sus huestes.
La siguiente noche, la del 30 de septiembre, la protesta, además de en el Reparto Eléctrico, fue también en Parcelación Moderna. La noche anterior hubo aislados amagos de protesta, pero la noche del 30, los cacerolazos eran ensordecedores. Parecían anuncios de guerra en la jungla. Varios grupos de decenas personas, en su mayoría jóvenes, sonando los calderos y gritando recorrieron las calles del reparto en uno y otro sentido. Y los únicos tropiezos que tuvieron fueron con los escombros y la basura amontonada y los numerosos huecos y baches que hay en las calles y que no podían ver a causa de la oscuridad.
Esta vez la policía no acudió. Tal vez estaban muy ocupados los agentes en la represión en otros barrios y no daban abasto. ¿O ya se estarán resignando los mandamases a que la gente proteste?
La luz, que la habían quitado al amanecer del día 27, la pusieron ya iniciada la madrugada del primero de octubre. Pero la volvieron a quitar por la mañana temprano y no volvió hasta el anochecer. Y el agua, que no venía desde el domingo 25, regresó a las tuberías por varias horas en la tarde del día primero.
Aunque algo tensa, la tranquilidad ha vuelto al otrora fidelista barrio en que vivo y donde jamás imaginé, de tan fidelísimo como era, ver alguna vez una protesta masiva en contra del régimen.
Les debo las fotos que debieran acompañar esta crónica para dar constancia de lo que cuento, pero mi teléfono, luego de tan prolongado apagón, se había quedado sin carga. Y no sé cuándo podrán leer este comentario, porque la conexión a Internet sigue interrumpida, como viene sucediendo cada vez que hay revueltas antigubernamentales y los mandamases se asustan.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de WhatsApp. Envíanos un mensaje con la palabra “CUBA” al teléfono +525545038831, también puedes suscribirte a nuestro boletín electrónico dando click aquí.