LA HABANA, Cuba. – “Se veía venir, sabía que iba a ser una feria muy cara. Hay que caminar y revisar, tal vez aparece algo bueno que pueda comprar”, cuenta a CubaNet Reinier Hernández Cuesta, quien hojea varios libros de cada stand a su paso, pregunta sus precios y sigue de largo.
Esa ha sido la tónica durante el primer fin de semana en la Fortaleza San Carlos de la Cabaña: un enjambre de lectores que, ávidos de buena literatura, hurgaron incesantemente en las propuestas de la XXXI Edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana, sin encontrar lo que buscaban o poder pagar su costo.
“Todo está muy politizado y caro. Así se hace muy difícil, muy poca gente puede dar 5000 pesos por un libro. No tengo ese dinero, prefiero comer algo y pasar el día con amigos, luego busco los libros en internet y los descargo”, dijo Hernández.
El evento fue inaugurado el pasado día 9 en la capital, donde concluirá el próximo 19. A través de la lectura inclusiva, como temática central, promueve la pluralidad y el acercamiento a diferentes idiomas, culturas, países y formatos.
Dando con el cinto
Sin embargo, dentro de los muros de la fortaleza ―y más allá― retumban los ecos de la inflación, fenómeno que echa por tierra la intención de diversificar las experiencias literarias. El exorbitante costo de los libros, materiales de estudio y oficina, accesorios, bisuterías, alimentos y demás ofertas de la cita literaria, va más allá de lo que pueden pagar los visitantes.
En el caso de los libros, como protagonistas de la fiesta, si bien las editoriales cubanas ofrecen precios más coherentes con la realidad económica que se vive en la Isla, los lectores refieren que las propuestas carecen de diversidad en cuanto a las temáticas tradicionalmente más demandadas.
“Las editoriales cubanas están saturadas de temas políticos, todas. No vale la pena mirarlas, cuando te vas dando cuenta resulta decepcionante. Si quieres llevarte algo bueno tienes que buscar en las extranjeras y, ya sabes, tirarte contra el tránsito”, señaló Oscar Mesa Domínguez, refiriéndose a los elevados precios de las ofertas en las editoriales invitadas.
Con la anuencia del Instituto Cubano del Libro (ICL), en la presente Feria del Libro los ejemplares comercializados por casas editoriales foráneas tienen un precio en dólares que, a la hora de venderse, se convierte a pesos cubanos con la misma tasa que aplica el mercado informal: 160 CUP por cada USD.
De esa manera, los libros más caros son las ediciones de Harry Potter traídas por editoriales colombianas, país al que está dedicada la Feria. Las obras de la autora británica J. K. Rowling se venden a partir de los 5000 pesos e, incluso, una edición con ilustraciones especiales llega a los 9600 pesos.
“Nosotras cobramos un salario fijo, no tenemos ingresos por el porciento de las ventas. Aquí el dinero lo reciben las editoriales y el ICL, que se queda con las ventas de las editoriales nacionales y una parte de las extranjeras”, explicó Ivette Macías Espinosa, una de las vendedoras cubanas contratadas para la ocasión por una editorial extranjera.
Aunque el Gobierno reforzó el transporte hacia la antigua fortaleza militar de la colonia, la concurrencia durante el primer fin de semana se queda visiblemente por debajo de la anterior versión, según aseguran trabajadores del recinto. Los organizadores todavía no emiten cifras oficiales.
El descenso de visitantes, de acuerdo con Aida Díaz Pérez, empleada de una de las MIPYMES que lograron armar una carpa para vender alimentos dentro de la instalación, se debe a “la necesidad que tienen los cubanos de emplear su dinero en cosas importantes”, como “asegurar la comida de la familia, el dinero para transportarse a trabajar o de comprarle la merienda de los hijos para enviarlos a la escuela”.
A comer y descargar
“¿Para qué tanto libro? La cosa está mala para gastar en eso, uno viene aquí a divertirse, a joder, porque es cierto que hay mucha gente y el ambiente es bueno”, espetó Amelia Flores Oquendo, una joven de 17 años.
Existen dos áreas para la venta de alimentos, una dentro de la fortaleza y otra en el último tramo de la calle que conduce a ella (que es la que elige la mayoría de los visitantes por tener precios menos caros. La diferencia entre una y otra suele ser de más de 30 pesos en el valor de varios productos).
En el exterior de la Feria, además, los quioscos ambientan las ventas con música para atraer sobre todo a los más jóvenes, quienes se concentran alrededor, comen, bailan, y más de uno consume alguna bebida alcohólica que trae escondida.
“La esencia de esto es caminar de un lado para el otro, mirar la gente, comer algo cuando te aprieta el hambre y cambiar la rutina. Eso, sobre todo. Quiero comprarle un librito a mi hermano, pero todavía no sé si pueda. Es que los baratos son feísimos, los que sirven son carísimos”, lamentó Wilder Guerrero Castillo.
A Talía Zulueta León y Claudia Medina Gómez, estudiantes de preuniversitario, la Feria les ofrece un espacio de socialización fuera de la mirada y el control de los padres. Ellas no traen mucho para gastar, pero tampoco les interesa porque no vinieron a comprar libros, sino a “descargar”.
“Tenemos un grupo de WhatsApp; ahí está casi toda la gente linda de la escuela y de otras escuelas también. Por esa vía nos pusimos de acuerdo para que vinieran los que pudieran. Muchos vienen a ligar. Nosotras no, lo que buscamos es conocer gente, descargar, pasarla rico y pegarnos en las redes con unas fotos bien duras”, comentaron Zulueta y Medina, ambas adolescentes de 15 y 16 años, respectivamente.