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Dicen que en Cuba nadie se muere de hambre

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Foto archivo

LA HABANA, Cuba.- Durante estas seis décadas la dictadura cubana ha mantenido al pueblo en un estado intermedio de miseria: ni tan extrema que al no tener nada que perder tomemos las calles, ni tan ligera como para permitirnos pensar en democracia y política. Y aunque las presentes generaciones de cubanos no conocemos hambrunas como la de la papa en Irlanda, la del pueblo francés a finales del siglo XVIII, o la que nos diezmó durante la reconcentración de Weyler, sí recordamos amargamente el hambre aguda y prolongada que nos hacía enfermar y caer desmayados en la calle cuando la crisis de los noventas, a la que Fidel Castro llamó sarcásticamente “período especial”, la peor, pero no la única etapa de escasez y hambre en estos 60 años de dictadura.

Los cubanos no tenemos una dieta variada. A pesar de vivir en una isla, no podemos comer ni mariscos ni pescado con la debida frecuencia. A la carne roja no tenemos acceso por la vía legal, pues los precios del Estado son prohibitivos, y en bolsa negra, aunque un poco menos cara, aquellos que pueden pagarla se arriesgan a muchos años de prisión o altas multas. Donde antes de 1959 llegó a haber casi una res por habitante, hoy es difícil –incluso ilegal– conseguir leche, yogurt o quesos de cualquier clase. Alimentos imprescindibles como frutas frescas o jugos procesados son demasiado caros, o sencillamente no hay porque se exportan. Tampoco podemos comer diariamente varios tipos de cereales. Hongos y frutos oleaginosos son artículos de leyenda, con la posible excepción del cada vez más inaccesible maní.

La desnutrición es una enfermedad causada por una dieta inapropiada, baja en calorías y proteínas, cuyas consecuencias pueden ser graves. El corazón y otros músculos del cuerpo pierden masa muscular. En el estado más avanzado hay una insuficiencia cardíaca y posterior muerte. El sistema inmune se vuelve ineficiente, pues el organismo no puede producir glóbulos blancos, y esto causa múltiples infecciones intestinales, respiratorias y otras. Cuando el hambre es crónico la duración de las enfermedades es mayor y el pronóstico siempre peor que en individuos normales. La cicatrización se ralentiza. Puede ocurrir anemia. Hay mayor proliferación de bacterias en el tracto intestinal, disminuye la absorción de nutrientes, así como el coeficiente intelectual. El individuo presenta problemas de aprendizaje, de retención y memoria. En niños desnutridos se observa un menor crecimiento y desarrollo físico.

En la malnutrición, por su parte, existe una deficiencia, exceso o desbalance en la ingesta de uno o varios nutrientes necesarios como vitaminas, hierro, yodo, calorías, etcétera. Entre sus manifestaciones más comunes en nuestra población están la obesidad, la hipertensión, enfermedades cardiovasculares, la diabetes y el colesterol alto, así como el cáncer. Y es que en Cuba hay que comer lo que aparece. Los consumidores no tenemos acceso a información detallada y confiable sobre el origen ni el proceso de elaboración de los alimentos que estamos pagando. No sabemos si son orgánicos o transgénicos. No sabemos cómo se hacen los embutidos, que contienen ingredientes cancerígenos. No tenemos forma de averiguar qué antibióticos u otros medicamentos han recibido el pollo o el cerdo que esporádicamente podemos comprar.

Tampoco conocemos la composición de ninguna de las múltiples bazofias con las que el régimen ha pretendido engañar nuestros estómagos a través de los años, como los infames Cerelac, picadillo de soya, masa cárnica, o el nuevo Miragurt. No sabemos con qué está condimentado el picadillo “condimentado”, ni con qué está mezclado el café “mezclado” de la bodega.

Ignoramos qué clase de fertilizantes (orgánicos o químicos, seguros o tóxicos) han recibido los productos agrícolas que comemos, y que se venden llenos de tierra, por lo que pagamos un peso extra y hay que ensuciarse las manos de fango para escogerlos muy bien, porque los vendedores, en vez de ofrecer primero lo mejor, tratan de salir de la merma.

Del 2018 a la fecha cada vez hay menos comida, y cada vez más cara, por lo que menos personas tienen acceso a una alimentación medianamente decente. ¿Qué pasará cuando aumenten los precios de los productos de la libreta que ayudan a paliar la hambruna? Pues si bien es cierto que la actual cuota no alcanza para 30 días, al menos contribuye a aliviar los gastos de la bolsa negra.

De modo que parece inevitable que el hambre arrecie, porque para el programado aumento salarial y de pensiones no se han tenido en cuenta los precios de la bolsa negra ni el verdadero costo de la vida, sino solo los nuevos precios aumentados de la insuficiente cuota alimenticia, algunas medicinas y algunos servicios como la electricidad y el agua, lo cual no es suficiente para vivir.

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