LA HABANA, Cuba.- Cuba ha sido víctima de la dictadura más prolongada, injusta y severa de toda América Latina.
Fidel y Raúl Castro asfixiaron económicamente al pueblo cubano mediante leyes dictadas a lo loco durante más de sesenta años, sin medir las consecuencias futuras.
No se respetó la propiedad privada en general ̶ expropiaron empresas tanto de cubanos como norteamericanos en 1960, y todo aquello que representaba una República rica y próspera ̶ , pero hubo quien creció siempre bajo la idea de que los verdaderos propietarios eran ellos, y no el gobierno y sus mandamases, como lo han sido en realidad.
Ahora se acusa a los Estados Unidos de afectar la economía cubana, de dañar el nivel de vida de las familias cubanas, esas que han vivido de mal en peor durante décadas, a excepción de los generales, coroneles y políticos gubernamentales al frente de los negocios, quienes disfrutan en todo momento de los mayores privilegios.
¿Acaso previó el señor Castro que después de su política de expropiación arbitraria se presentarían múltiples demandas de cientos de cubanos ante tribunales estadounidenses en relamo de compensaciones?
Y todavía está quien repite como loro, como el presidente del Instituto de Historia de Cuba, Yoel Cordoví Núñez, que debemos aprender de las lecciones de Fidel Castro respecto a su férrea crítica al modelo del desarrollo capitalista.
¿No sería mejor analizar y enmendar las lecciones de Fidel y de Raúl?
Para enmendar esas lecciones, víctima Cuba de un retroceso económico nunca visto en el país, hoy Raúl Castro y su alumno, Miguel Díaz-Canel, pretenden voltear la página y utilizar pequeñas medidas capitalistas propias de un maquillaje para ganar tiempo, medidas que parecen arreglar el entuerto económico que resultó de aquellas lecciones, encargadas también de violar los Derechos Humanos, como continúa ocurriendo en la actualidad. Si logran algo realmente será eso, y ellos lo saben: ganar tiempo en el poder.
De más está cacarear la unidad ideológica que se proclama, si se persiste en el socialismo o comunismo como medidas a tomar, porque la vigencia del pensamiento del comandante en Jefe y su hermanito son el obstáculo mayor al desarrollo económico de Cuba, puesto que las leyes anacrónicas dictadas por ellos a partir de 1959 continúan siendo las mismas, y las relaciones bancario-financieras, por las que Cuba debe a las cien mil vírgenes, hacen que el país viva a base de préstamos y donaciones, como siempre.
Al señor Bruno Rodríguez, ministro de Relaciones Exteriores, no le da vergüenza denunciar que Donald Trump restringe las remesas a ciudadanos cubanos y reduce el otorgamiento de visas, la gran válvula de escape de la dictadura fracasada.
No le da vergüenza quejarse ̶ cuando Cuba debiera producir ̶ , de que Trump restringe las remesas de esa tercera parte de los cubanos que viven de éstas, de las breves visitas de los cruceros, de los viajes de ciudadanos norteamericanos, de los servicios consulares para que se vayan los que molestan al régimen, de las trabas que necesita Cuba para adquirir tecnologías y equipamiento en similar condición, y de licencias para operaciones de ventas de medicamentos y alimentos a Cuba.
El empobrecido régimen castrista prácticamente exige que Estados Unidos lo apuntale para que su dictadura comunista pueda hacer y deshacer por el mundo, precisamente en contra de Estados Unidos, y para colmo acusa a Donald Trump de hacer lo que tiene que hacer, de tener en sus cárceles a dos millones de personas, cuando en la Cuba de Fidel y de Raúl siempre ha sido vergonzosa la situación de las prisiones, con sus miles de presos políticos “plantados”, y hombres y mujeres del pueblo condenados por robo y otros delitos comunes, muchos de los cuales han delinquido como consecuencia de sus salarios miserables.
Cuba es un contraste incuestionable entre la democracia de Estados Unidos, donde ningún presidente ha tratado de eternizarse en el poder, y el mal ejemplo de la isla caribeña, donde dos hombres cometieron los mismos errores una y otra vez durante más de sesenta años, como si administraran una finca de gallinas, y no un país de seres humanos.
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