LA HABANA, Cuba.- Anselmo todavía no cumplió setenta años pero son muchos los sucesos que ya olvida. Anselmo no recuerda, pero la causa de su desmemoria nada tiene que ver con su edad, tampoco con un padecimiento degenerativo; sus olvidos son voluntarios y, según cree su hijo, resultan “sanadores”. Este hombre se convirtió en su propio terapeuta, y si sobrevive hasta hoy es porque supone que más allá de la amnesia no existe alivio para sus abatimientos.
Descartar es su mejor garantía de sanidad, su salvación. El olvido selectivo es su premisa. Anselmo jamás menciona los dos años que estuvo en Angola, esa tierra la olvidó, como también excluye armas, batallas y estrategias militares. Anselmo no habla nunca de su viaje al África. “No reconoce esa partida de la que no hubo necesidad de regresar”, eso supone el hijo.
Él borró de su memoria aquel viaje lleno de peligros. Gracias a sus olvidos no reconoce la infidelidad que cometiera su mujer por aquellos días en los que fue soldado en lejanas tierras, tampoco menciona su expulsión del partido comunista que le exigió el divorcio, porque un militante comunista no podía ser un “tarrú”. Anselmo perdonó a su esposa de la misma forma en que antes lo hizo ella.
El que fue soldado en África jamás evoca la dantesca escena de aquel día en el que sus compañeros del núcleo del partido comunista aseguraron que si perdonaba a la perjura podría convertirse en un traidor, en un consumado desertor. Anselmo perdonó a su mujer pero no al partido, aunque su vástago asegura que también a ellos los olvidó. Quien fuera un “soldado comunista” les paga cada día con silencio, con olvidos.
Anselmo nunca menciona a Agustino Neto ni al Mandela que por estos días señala con encomio Díaz Canel en las Naciones Unidas; y es que esos mismos comunistas que elogian al sudafricano defensor de los derechos humanos, cuestionaron la decisión de Anselmo de permanecer junto a la mujer que amaba a pesar de su infidelidad. Ese gobierno comunista, y su intrusismo, fue culpable de muchos viajes, y de las tantas muertes e infidelidades, que terminaron acabando con cientos de familias cubanas.
Fueron ellos quienes propiciaron la separación de las familias, y los mismos adulterios fueron consumados por esos machos comunistas sin que jamás fueran cuestionados. Fidel Castro tuvo una vida colmada de amoríos y nunca lo juzgó el partido ni lo expulsó de sus filas. A él le perdonaron su machismo, los tantos hijos, ¿será que olvidaron?
Desaparecen los retratos
Tampoco habla Berta del hijo que murió en el mar queriendo llegar al norte. Ella silenció cada recuerdo del muchacho, y por sanidad desaparecieron sus retratos. Berta pretendió olvidar o quizá lo piensa vivo, en un viaje perpetuo y sin retorno. En Cuba no es muy bueno traer de vuelta el pasado y tampoco fijar la mirada en los sucesos del presente.
Lo mejor es olvidar, quedarse ciego, sordo y mudo, para conseguir la fortaleza. Es óptimo cerrar los ojos a las evidencias del presente para no buscarse problemas. Y no son solo los cubanos de a pie quienes deciden desaparecer recuerdos. El poder adultera la memoria histórica, recuenta a su modo, y solo hace visible lo que le conviene. En el discurso oficial jamás aparecen los fusilamientos sin previo juicio de los primeros años, y tampoco la prisión de quienes no comulgaron, ayer y hoy, con sus presupuestos.
Aquí no se menciona el hambre y se esconde el miedo, y los disimulos crecen con una voluntad avasalladora. Y cómo no va ser así si el más visible noticiario de la isla comienza y concluye de igual forma, como sucedió el pasado 24 de septiembre, con aquel discurso pleno en olvidos y mentiras que leyó en la ONU Díaz Canel.
En Cuba son muchos los que quieren olvidar, porque el recuerdo se torna insano y es monstruoso, aunque esos olvidos sean de gran utilidad para el gobierno. En Cuba se olvida, al menos en apariencia, la chivatería y la represión, y esto se hará evidente en los discursos alabanciosos de ese congreso que celebran los CDR, los cuidadores de una memoria, en extremo selectiva, y mentirosa.
El olvido es cobarde, aunque se escoja para evitar el dolor. Olvidar es comulgar con el totalitarismo de un partido que expulsó a Anselmo por una decisión personal y que mandó a muchos a la muerte. Olvidar es defender la represión y la extrema vigilancia. El Partido, y todos los que a él se subordinan, siguen propiciando la apatía, y es así como consiguen desaparecer la verdad.
Poco podemos esperar si el vicepresidente de la República asegura en la televisión, que la muerte del presidente de Vietnam es una pérdida “inreparable”, y esa insulsez, esa dislalia del “segundo” es obviada y será olvidada en el país “más culto del mundo”. Quizá por todo eso se volvió tan popular, entre los más jóvenes, una canción de Thalía donde la cantante advierte: “…pero no me acuerdo, no me acuerdo, y si no me acuerdo no pasó”. En Cuba los recuerdos son limitados, condicionados, escasos, tanto como los alimentos, la verdad y la existencia plena.