MIAMI, Estados Unidos.- Aunque mi madre era seguidora de Ricky Nelson cuando aparecía cantando en sitcoms de televisión durante los años cincuenta en los Estados Unidos, me consta, sin embargo, que los shows protagonizados por Elvis Presley, sobre todo los muy populares que condujo Ed Sullivan, dejaron una huella sentimental imborrable en el seno de la familia Ríos.
Elvis llegó a vencer los traspiés de ideas conservadoras y mojigatas de su época y transformó para siempre la cultura americana y mundial.
El propio Ed Sullivan dijo en una ocasión que la presencia provocadora del cantante no era apropiada para los hogares estadounidenses, pero ante el deslumbramiento generalizado que provocaba su presencia tuvo que dar marcha atrás y suscribir las espectaculares virtudes coreográficas y vocales del joven.
Así suele funcionar la democracia, siempre hacia adelante, venciendo prohibiciones eventuales en pos de la libertad y todos sus reconocidos beneficios.
Como muchos otros de los grandes mitos culturales, Elvis murió a destiempo y dejó la estela de leyendas que figura en una extensa bibliografía, películas y documentales.
La más reciente interpretación cinematográfica de su influyente carrera es un musical incansable que el famoso director australiano Baz Luhrman tituló simplemente Elvis.
Esta sería la tercera película cercana que trae a colación las vidas personales turbulentas, y sus respectivas exitosas carreras, de dioses del rock.
Elton John (Rocketman) y Freddie Mercury (Bohemian Rhapsody), los anteriores protagonistas, figuran entre los más distinguidos herederos del humilde muchacho nacido en Tupelo, Mississippi, en 1935, llamado a convertirse en el Rey del Rock and Roll por su voz extraordinaria y su sentido temprano del showmanship.
La irreverencia de Elvis Presley, su erotismo sedicioso sobre el escenario, la manera de vestir que marcó pautas inmediatas, la colección de relojes, el maquillaje, el modo de acomodar la cabellera negrísima, que se desmelenaba oportunamente en su frenesí artístico, dio un giro dramático inusitado en el mesurado mundo del espectáculo norteamericano de los años cincuenta, necesitado de tal estremecimiento y evolución.
Hizo suyos géneros cenitales de la música autóctona americana, de las culturas negra y blanca, y los devolvió con un sello único que sentó las bases de la historia del rock clásico entre los años sesenta y setenta.
La Unión Soviética y sus satélites le tenían terror a Elvis, no tanto a su pelvis como a su mensaje de independencia.
En lo que el cantante contribuía, sin saberlo tal vez, al cambio que aconteció en su país mediante la lucha por los derechos civiles y el arribo de la contracultura, que luego sería su más fuerte competencia, en la franquicia caribeña comunista Fidel Castro desmontaba para siempre la frágil república que luego pudo zarandear a su antojo.
En una escena de la nueva película, Elvis se presenta por primera vez en concierto público en 1953 y alguien impertinente le dedica un chiste homofóbico, del cual tendrá que arrepentirse inmediatamente cuando todas las mujeres, incluyendo la propia novia del aludido, entran en delirio irrefrenable ante los movimientos voluptuosos del intérprete.
Paradójicamente, en 1963, durante unas de sus agotadoras catilinarias, el dictador Fidel Castro hacía uso de Elvis como espantapájaros para comenzar su propia campaña homofóbica oficial de tan fatales consecuencias en la isla, hasta nuestros días:
“Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.
“Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones”.
Elvis, el Rey, vivirá por siempre y el furioso bufón castrista ya se disipa en el olvido.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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