LA HABANA, Cuba.- Por mucho que se cuidaba Fidel Castro de tener enfrentamientos riesgosos con la prensa extranjera, varios fueron los periodistas que lo pusieron entre la espada y la pared, esos que no se dejaron impresionar por sus atributos teatrales: ropa verde olivo militar, barba, habano caro, expresiones que iban de angelicales a feroces…
No eran los oficialistas de la prensa castrista a quienes subestimaba el Comandante, por mediocres, siempre temerosos de cometer algún desliz que lo incomodara; eran, por lo general, norteamericanos de renombre que le hacían dura la tarea.
Herbert L. Matthews, del periódico The New York Times, fue la excepción de la regla. Fidel usó sus triquiñuelas para hacerle ver una numerosa guerrilla que no poseía y más tarde, en Estados Unidos, Matthews confesó que lo había engañado.
Sin embargo, muchos otros, como Andrew St. George y Ann Louse Bardach, luego de sus entrevistas con el líder caribeño, y a pesar de sus manifestaciones sobre democracia, justicia social, elecciones generales y restauración de la Constitución de 1940, detectaron su demagogia y un afán de poder que no podía ocultar.
Hasta el célebre futbolista Diego Armando Maradona, obsesionado con el viejo dictador, se encaprichó en hacerle una entrevista, desaparecida de nuestros medios, y criticada por sus expresiones vulgares, que al parecer fue el detonante para que terminara ingresado en una famosa clínica argentina por trastornos mentales.
Por último, como remate, fue el periodista y editor jefe de la revista The Atlantic, Jeffrey Mark Goldberg, norteamericano de 53 años, quien le escuchó a Fidel el veredicto final de su trabajo como jefe de estado.
Sorprendido e intrigado, escuchó a un Castro de 84 años decir con toda su calma y seriedad que “el modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”.
Para estar seguro, preguntó a su compañera Julia Sweig, experta en relaciones exteriores de Estados Unidos, si había escuchado bien.
Julia dijo que Fidel “no estaba rechazando las ideas de la Revolución, sino que reconocía que el modelo cubano no era posible en la vida económica del país, y mucho menos exportable”.
Era evidente que Fidel enviaba su veredicto final a Raúl, al frente en esos momentos del gobierno. También, una semana antes a la citada entrevista, se sintió con deseos de decir las verdades que se le atragantaban y reconoció su culpa, cuando a partir de los años sesenta se persiguieron y encarcelaron en Cuba a los hombres homosexuales, muchos de ellos afamados artistas y escritores, y no así a las mujeres.
Aquellas diez horas de conversaciones con Goldberg y Sweig, a quienes Fidel había invitado a Cuba días antes de manera muy especial, hoy son memorables, sobre todo después de que se han cumplido ya dos años de su muerte.
Cabe entonces preguntarse: ¿Tanto el nuevo presidente Díaz-Canel, como su jefe máximo Raúl Castro recuerdan en algún momento el veredicto final del Comandante en Jefe, dicho por aquellos primeros días de septiembre, hace ocho años?
¿Se ha hecho lo suficiente para cambiar el modelo cubano para su posible validez en otros países, como por ejemplo, en Venezuela? ¿Acaso Raúl y sus generales han hecho algo por liberar el pesado fardo económico que no soporta el Estado cubano, como está explícito en las palabras de Fidel?
Y una última pregunta: ¿Qué dirá Fidel, allá en lo alto del cielo, al ver que no ha sido escuchado por los ortodoxos burócratas que dentro del partido comunista dirigen el país, y mucho menos por el joven presidente?
Seguramente dirá: Cuidado, el tiempo del castrismo se está terminando. “Y cuando el final está cerca —dice Maquiavelo—, la lucidez y las resoluciones fallan. Nuestro José Martí dice algo más: “La larga posesión del poder quita el sentido”.
Fuente:
Entrevista de Jefferey Goldberg a Fidel Castro, Revista The Atlantic. 2 de septiembre, 2010