LA HABANA, Cuba.- De cada diez cubanos que se desempeñan como cuidadores, seis son mujeres. Este dato, y varios otros de interés para comprender el alcance real de las transformaciones sobrevenidas con el proceso revolucionario, aparecen en el documental “Ellas… sus cuidados y cuidadoras”, del proyecto “Palomas”, dirigido por la realizadora Lizette Vila. El audiovisual, filmado en el año 2020, estrenado el pasado 15 de marzo y disponible en la plataforma YouTube, expone la vida cotidiana de mujeres cuidadoras procedentes de diversos entornos sociales, sin distinción de edad, nivel académico, identidad de género o poder adquisitivo.
Las entrevistadas comparten la responsabilidad, impuesta por siglos de patriarcado, de ocuparse de los miembros vulnerables de la familia aun en detrimento de su realización personal, independencia financiera e incluso su salud física y mental. Las arduas circunstancias en que desarrollan sus labores, salvo cuestiones específicas de cada caso, son iguales para todas, pues se trata de proveer, proteger y sobrevivir en un sistema donde los programas sociales se hallan muy lejos de satisfacer las necesidades de un segmento de población cada vez más amplio que no puede valerse por sí mismo, y aún sin desearlo arrastra en su invalidez a sus protectores.
Son historias desgarradoras que asoman a la luz como un llamado de auxilio, dejando una profunda sensación de desamparo y tristeza, con más preguntas que respuestas, y más temores que soluciones. Los cubanos mayores de 60 años representan poco más del 20% de la población, un crecimiento pronosticado desde la década de 1990, en atención al cual debieron haberse implementado anticipadamente programas sociales y normas jurídicas idóneas para apoyar a las personas obligadas a cambiar sus vidas de manera radical para atender a familiares inhabilitados por la edad o algún padecimiento.
Si bien el documental elude las razones fundamentales que convierten la tarea de los cuidadores cubanos en un infierno, es un producto audiovisual muy logrado, entre otras cosas, por lo que puede leerse entre líneas. El gobierno de la Isla, que no ha logrado mantener el sistema de salud pública al abrigo del caos, es incapaz de garantizar el suministro regular de insumos básicos para impedir, o al menos aliviar, el desgaste físico y psicológico al que están sometidos los cuidadores.
En un contexto socioeconómico hostil, convertirse en cuidador equivale prácticamente a hundirse en la pobreza. La emigración constante de generaciones más jóvenes ha fragmentado el sistema de apoyo necesario para atender a un anciano o discapacitado de forma adecuada; mientras que la ausencia y consecuente encarecimiento de los artículos de primera necesidad —alimentos, pañales, medicinas, andadores, sillas de ruedas— provocan que el máximo esfuerzo se trastoque en una frustrante imposibilidad de cumplir con el deber moral de retribuir a nuestros mayores los cuidados que nos prodigaron.
Hacer colas de media jornada, lavar pañales de tela a falta de culeros desechables, cocinar con prisas para que la persona atendida coma a su hora, alimentarse poco y mal, posponer el cuidado de la propia salud para no restarle horas a una labor de tiempo completo, son actividades que conforman la rutina de las cuidadoras y las colocan en riesgo tanto a ellas como a sus dependientes; sin que el estado se digne a evaluar el problema en su justa dimensión y gravedad.
No se ha avanzado mucho en materia de inclusión y protección a los más vulnerables si una madre ciega por causa de una negligencia médica ha tenido que criar a sus dos hijos prácticamente sola, lavando a mano, sin una cocina decente para poder preparar con un mínimo de comodidad el poco alimento que se puede conseguir a costa de un esfuerzo inimaginable. No se ha pensado lo suficiente en las dificultades que atraviesan los ancianos cuando una jubilada con una chequera de 300 pesos tuvo que depender de la ayuda de sus vecinos para comprar una silla de ruedas, por un valor de 475 pesos, para su esposo incapacitado.
Es impúdico ufanarse de la Revolución cuando en 62 años no se han creado las condiciones para sobrellevar con dignidad el ocaso de la vida. No puede hablarse con ánimo victorioso de los derechos de la mujer solo porque un número significativo de cubanas sean universitarias y gocen de igual acceso a oportunidades profesionales que los hombres. Esa autonomía de la que tanto se enorgullece el discurso oficialista queda anulada apenas los padres envejecen o enferman, pues su cuidado, salvo raras excepciones, recae sobre la mujer, una responsabilidad que se asume le toca por tradición.
“Ellas… sus cuidados y cuidadoras” pone bajo la lupa, en el tono de denuncia pasiva y despolitizada que admite el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), la violación de los derechos humanos constatable en la persistencia de la desigualdad, la discriminación y la ausencia de socorro a quienes constituyen el verdadero pilar de una Cuba que envejece, y que en el contexto de la pandemia se ha revelado aún más dependiente de las remesas y de un sistema de relaciones personales que sin ser suficiente contribuye a aliviar la carga de quienes se ven en la terrible situación de cuidar a otro ser humano sin medios para hacerlo, en un país donde salarios, pensiones de la Seguridad Social y jubilaciones son evidencias rampantes del fracaso político.
Aunque el gobierno asegure que nadie quedará desamparado, las cuidadoras y sus dependientes no sobreviven gracias a las “conquistas sociales” de la Revolución, cuya máxima prestación por concepto de Seguridad Social tras el inicio de la Tarea Ordenamiento asciende a 1733 pesos mensuales, que se esfuman en una economía dolarizada. Las cuidadoras dependen de la solidaridad de amigos dentro y fuera de la Isla; de familiares dispuestos a compartir el agobio; de los vecinos que acuden en un momento de urgencia; o de la resiliencia individual que nace del amor, la Fe, y en muchos casos, la desesperación.
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