LA HABANA, Cuba. – El comercio electrónico en Cuba es un desastre. Primero, porque no existe infraestructura adecuada ni el volumen y variedad de mercancías suficiente como para llamar “tiendas virtuales” a eso que de modo improvisado intenta pasar por tal. Segundo, porque una “economía disfuncional” —donde el poder está en manos de una figura autoritaria similar al padre y marido abusivos—, es incapaz de generar estrategias comerciales “sanas”, es decir, efectivas y exitosas.
Pudiera haber, y de hecho hay, una tercera, cuarta y hasta innumerables razones pero creo que en esas dos anteriores es posible agrupar todas las causas del caos que han llevado a que la propia corporación estatal acepte que todo ha sido un fracaso. Sin embargo, llama poderosamente la atención que lo haya hecho en el preciso instante en que el régimen se prepara para la fase de “vuelta a la normalidad”.
Por supuesto, reitero una vez más en estas páginas, la “normalidad” entendida bajo la “anormalidad” del socialismo a la cubana donde “lo normal” es que, a excepción de la manipulación ideológica, nada funcione.
El “comercio electrónico” (y uso las comillas con total ironía) no funcionó porque todo indica que nunca fue su verdadero objetivo que comercializara eficazmente sino que distrajera a las personas el tiempo suficiente como para que, en lo más profundo de las depresiones y ansiedades provocadas por el encierro, el desabastecimiento y el hambre, imaginaran que, finalmente, algo bueno sucedía y “llegaría para quedarse”.
Reparemos en que esa ha sido la “matraquilla” de las últimas semanas, como en una campaña para intentar “sembrar” la idea de que el confinamiento ha sido algo positivo políticamente tan solo porque relativamente lo fue en lo sanitario.
La diferencia entre lo que exhiben las páginas en internet de las tiendas virtuales cubanas y la experiencia trágica del ingenuo que solicita sus servicios es la misma que existe entre la cruda realidad con la que chocan a diario los cubanos y cubanas de a pie y la fantasía triunfalista que proyecta a diario el Noticiero Nacional, convertido hace muchísimo tiempo en un vehículo de propaganda ideológica donde el periodismo está ausente.
La gente ha pasado dos meses “luchando” hasta sangrar en las colas físicas para comprar “lo que sea”, así como pendientes día y noche del teléfono y la conexión por datos móviles a internet para jugar a que llenan el carrito virtual con cosas que no existen, que no le llegarán pero la acción les provee de cierta esperanza, incluso los convence de que, por el hecho de tener conectividad 4G y dinero en una tarjeta son “diferentes” a esa “plebe” que trasnocha y madruga buscando alcanzar un turno para el pollo (sólo el turno, porque tampoco este es garantía de que comprará).
La solución, después de dos y tres meses de intentos frustrados, tanto en lo real como en lo virtual, ha sido cargar la tienda en hombros y huir. A fin de cuentas apenas era un teatro de sombras como lo han sido absolutamente todas las cosas que en su momento “llegaron para quedarse” aunque solo en esa memoria de “esposa abusada” que tenemos los cubanos, incluso los de allá, esos que aunque “idos” —como bien lo definiera Cacique, un lector y comentarista asiduo de CubaNet— padecen del “síndrome de la balsa”, una variante “criolla” del más conocido “síndrome de Estocolmo” y que tiene sus expresiones en todos los aspectos de la realidad cubana.
El comercio electrónico no funcionó ni funcionará porque el “sistema” no funciona. Y no me refiero a la red logística que necesitaría —para nada tan compleja como se piensa— sino a toda esa estructura política que frena el desarrollo del país como una nación normal.
La conclusión, aunque para muchos es una verdad de perogrullo, en realidad resulta una deducción difícil para esa multitud que aún se siente timada, estafada, que se queja y hasta pregunta en las redes sociales por qué algo tan sencillo y tan viejo en el mundo como la mensajería se vuelve un infierno, aun cuando el avance tecnológico ha propiciado que un producto guardado en un almacén de Tailandia llegue a Nueva York en pocas horas y apenas con hacer click en la pantalla del celular.
Creo que el mayor problema que enfrentaría actualmente la isla como nación es la magnitud alcanzada por nuestras ingenuidades cotidianas. Se han vuelto peligrosamente gigantescas y todo gracias a la desmemoria que practicamos ya como método de “protección”, de supervivencia, o como hábito adquirido debido a demasiada “continuidad”.
Ingenuidades de los que se van y regresan para invertir ahorros de toda la vida en un negocio, a sabiendas de que las expropiaciones no son cosas del pasado sino olas sucesivas, regulares, de un mar que no ha conocido la calma durante más de medio siglo; bloqueos mentales y mareos de quienes continúan interpelando a ETECSA para que baje los precios como si la decisión de hacerlo dependiera de su gerente designado y no de ese dueño y señor que redacta la Constitución para colocarse por encima de ella.
No funciona la agricultura para aliviar el hambre pero sí para dar de comer al turista. No existe regularidad ni calidad en el abastecimiento de agua potable pero sí para desbordar las piscinas de bordes infinitos del Manzana y el Packard, y hasta para multiplicar los campos de golf como en el ayer distante hicieran con los cañaverales. Tenemos una plataforma insular rica en peces pero no para el mercado interno sino para la exportación. Producimos café de calidad pero nos venden chícharo tostado. Envían médicos al mundo entero pero conseguir un turno para ver a un especialista puede tardar años si no pagamos para recibir atención. Exportan medicamentos pero las farmacias están vacías. Renuevan contratos millonarios en Kenia para enviar más brigadas sanitarias pero no se paga el rescate de los dos profesionales secuestrados. Entonces, ¿podemos esperar a que el “Amazon de palo” funcione?
Si estuvieras tentado a responder que sí, entonces recibe mis felicitaciones. Estás listo para pedirle peras al olmo.
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