LA HABANA, Cuba. – El Gobierno cubano se apresuró en cantar victoria sobre la COVID-19: el domingo 9 de agosto se reportaron 93 nuevos casos de contagio, la cifra más elevada de infectados en un día desde el inicio de la pandemia en el país.
Las provincias de La Habana y Artemisa, que ya estaban en la fase uno de la etapa de recuperación, han sido puestas de nuevo en cuarentena, con medidas severas de confinamiento social que incluyen el cese del transporte público y un toque de queda ―que no deja de serlo porque no lo llamen por ese nombre― de 11:00 de la noche a 6:00 de la mañana.
Los cubanos, más que preocupados, asustados y deprimidos por este retroceso que significa la vuelta al confinamiento y a las medidas de excepción, más la escasez de casi todo lo imprescindible, ahora tienen que soportar el chaparrón de regaños de los mandamases ―desde el gobernante Miguel Díaz-Canel y el premier Manuel Marrero hasta el jefe de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, el doctor Francisco Durán―, que los culpan por su “indisciplina social e irresponsabilidad”, es decir, por el repunte de contagios.
Era sabido que los mandamases, que se creen infalibles, no iban a permitir que las culpas cayesen en el suelo. Menos iban a admitir haber errado en algo. ¿Y si no es al “bloqueo yanqui”, a quién iban a culpar sino al pueblo, que nunca está a la altura de las expectativas de sus esforzados dirigentes?
En los medios de prensa oficialistas hablan de la fiesta de santo en Bauta que desató una ola de contagios en Artemisa, de las playas colmadas, del desorden en Guanabo donde un joven murió apuñalado en una rencilla de abakuás, de los borrachitos que en las esquinas beben a pico de una misma botella, de las personas que a pesar de las multas, andan sin nasobuco por las calles… Lo que no quieren hablar es de la carestía y el desabastecimiento en Cuba, ni de las aglomeraciones y tumultos en las colas para comprar comida. Es como si para evitar los contagios en las colas, bastara la vigilancia de la Policía, que vela por los nasobucos y el distanciamiento de un metro y persigue a los coleros y revendedores y a todo el que se queje y hable en contra del Gobierno.
Es cierto que hay mucha indisciplina e irresponsabilidad por parte de muchas personas, pero en gran medida se debió al triunfalismo de los dirigentes y de los medios de prensa a su servicio. Aunque advertían que no debíamos confiarnos y descuidarnos, proclamaban constantemente que en Cuba, a diferencia de otros países, particularmente Estados Unidos, todo estaba bajo control, debido a la excelencia de la medicina cubana, “gracias al socialismo y a la Revolución”.
No se puede negar el buen desempeño del sistema de salud cubano frente a la pandemia, pero tampoco hay que magnificarlo, ni exagerar respecto a las “indisciplinas” de gentes que llevaban meses de encierro y estaban ansiosas por retomar sus vidas. En todas partes del mundo ha sucedido así. Pero los mandamases castristas, aferrados a una excepcionalidad que solo existe en sus cabezas afiebradas, se niegan a aceptar que las personas en Cuba, por mucho que las quieran controlar como a un rebaño, funcionan, para bien y para mal, igual que en el resto del mundo.
De cualquier modo, por grave que sea la situación con la pandemia en la Isla, parece poco probable que alcance las dimensiones catastróficas de otros países. Lo que sí debe preocupar a los mandamases es la economía, que parece irse a pique irremediablemente, al interrumpirse durante cinco meses la entrada de dólares y euros provenientes del turismo, la principal fuente de ingresos del Estado cubano.
Con el malestar que hay con tanta penuria, aumenta la posibilidad de que ocurra un estallido social de proporciones inimaginables. Pero el régimen, que parece cegado por el temor, solo empeora la situación al seguir apretando los controles sociales y la represión, haciendo que aumente aún más y de modo muy peligroso el descontento.
No es muy descabellado pensar que con esta crítica situación, de seguir las cosas como van, en un escenario internacional sumamente desfavorable, podría ser la COVID-19 la que provoque el fin del castrismo.
Ya que de tan testarudos y aferrados al poder como son no se deciden a hacer reformas liberalizadoras efectivas, y menos a democratizar, si quieren que este pueblo siga aguantando estocadas y banderillazos, tal vez sirva de algo a los mandamases remitirse a los consejos para el toreo de Frascuelo, aquel reverenciado estoquero español del siglo XIX. Especialmente, en aquello de no dárselas de colosales y no abusar de la paciencia del toro y de los espectadores.
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