LA HABANA, Cuba.- Hace apenas unos días supe que mis vecinos más cercanos, Azdrúbal, Andrés, Adalberto y otros, son emigrantes de Birán, poblado natal de Fidel y Raúl Castro, perteneciente al municipio de Mayarí, provincia de Holguín.
El más joven, Azdrúbal, me comentó que su abuelo, Ibrahím Lameda, hoy con ochenta años, había trabajado con el terrateniente padre de Fidel y Raúl y que aún cuenta de forma jocosa las triquiñuelas que cometía el viejo Ángel Castro al marcar como suyas las reses que entraban a su finca.
-Eso es robo -dije.
Entonces vino a mi mente otra historia que se contaba en el seno de mi familia materna.
Juan Castro se llamó mi abuelo, padre de nueve hijos, nacido en Láncara, España. Vino a Cuba como soldado a luchar contra los mambises. Hecho prisionero se pasó a las filas del Ejército Libertador y al terminar la guerra contra la península, se le consideró un veterano cubano.
Contaba mi tía Antonia que por su participación en la guerra a favor de Cuba, le entregaron la propiedad de una pequeña finca en las afueras de Camajuaní, pueblo de Las Villas, pero la había perdido de manera irresponsable, al apostarla mientras jugaba las cartas con un primo, a quien brindaba techo y comida por aquellos días, inicios del siglo XX.
Apenas nombraban al primo. Era sólo ¨el pariente español¨ que había luchado contra los mambises y que al regresar a Cuba después de la guerra, se aprovechó de un momento de exaltación de mi abuelo y huyó para siempre a una zona del oriente cubano, después de haber vendido el fruto que obtuvo con un par de barajas.
En 1939 mi abuelo murió. Con el tiempo, aquella vieja historia se fue convirtiendo en leyenda familiar, aunque saliera a relucir en medio de acaloradas discusiones, ante críticas situaciones económicas de la familia.
En los primeros años de la Revolución, cuando pocos la recordaban, mi tía Antonia saltó de la cama y, a gritos, dijo que el ¨pariente español¨ era el mismo padre de Fidel.
Recuerdo que a mi madre no le importó. Creo que dijo que los hijos no son culpables de los errores de sus progenitores.
Empeñada en confirmar la verdad de aquella vieja historia, a mi prima Inés María Domínguez Castro -hoy maestra de Secundaria en el pueblo villaclareño de Caibarién- se le ocurrió enviar una carta a Raúl Castro en 1999, donde le pide que investigue la relación de Ángel con nuestro abuelo. Ella guarda la respuesta, con cuño del Comité Central del Partido Comunista, donde le explican que precisamente se trabajaba sobre la vida de Ángel en esos momentos.
Nueve años después, en el libro Ángel, la raíz gallega de Fidel, escrito por Katiuska Blanco Castiñeira, impreso por Editora Federico Engels en abril de 2008, no fue sorpresa para mí leer en la página 127 lo que ahí se dice:
¨En su segundo viaje, Ángel pensó establecerse en Camajuaní, un pueblo pintoresco de Las Villas, que debía su existencia al tendido de la línea ferroviaria para conectar las zonas azucareras con los puertos de la costa norte, una región conocida y recorrida durante sus días difíciles de la guerra. Además, allí mismo un pariente suyo poseía una finca. En realidad estuvo poco tiempo en ese lugar.¨
Nada más relata Katiuska Blanco al respecto.
Luego narra que Ángel se trasladó hacia la lejana provincia oriental y que en muy poco tiempo abrió una espléndida fonda campestre llamada El Progreso, por el valor de 200 pesos, bajo la sombra de un techo de tejas, donde brindaba los mejores productos importados de España.
No explica la autora cómo el joven emigrante español pudo haber obtenido una pequeña fortuna en tan poco tiempo, si había llegado a Cuba, como señala, con los bolsillos vacíos.