LA HABANA, Cuba.- Los primeros y últimos meses del gobierno que ha presidido Raúl Castro, empeñado en lograr un socialismo al mismo estilo de su hermano, se han visto coronados por la mala suerte. Primero por la Madre Naturaleza y por último, por un presidente estadounidense que intenta eliminar las causas que se interponen a la prosperidad del pueblo cubano.
Ni siquiera su espíritu guerrerista lo ayudó a olfatear que, cuando asumió el poder dinástico del país, exactamente en febrero de 2008, en el mismo campo de batalla fracasado no podría sacar de la miseria al país.
Ese mismo año y como recibimiento a sus múltiples cargos de poder en el parlamento cubano, se desataron en Cuba más huracanes que en los años anteriores, cayendo como bombas atómicas sobre los mismos pueblos y ciudades que no habían recibido desarrollo alguno en más de medio siglo.
En agosto fue el huracán Gustav, con una intensidad categoría 4. Transcurrido treinta días, convertido en un enemigo político que viene de más arriba, Ike ocasionó grandes pérdidas al país. En noviembre, le llegó a Raúl otro visitante: el huracán Paloma, que provocó la evacuación de 500 mil personas.
En uno de sus primeros discursos, dijo que el total de daños ocasionados ese año por los huracanes superaba los 5 mil millones de dólares y que sus planes de desarrollo económico quedaban frustrados a causa de fenómenos naturales.
En busca de ayuda urgente, Raúl marchó a Venezuela en diciembre.
En marzo del siguiente año, otro huracán azotó la administración raulista, dejando cicatrices difíciles de sanar: Dos figuras políticas: Felipe Pérez Roque, ministro durante once años de Relaciones Exteriores y el doctor Carlos Lage Dávila, 16 años ejerciendo el secretariado del Consejo de Ministros, ambos integrantes del Consejo de Estado y del Comité Central, fueron sustituidos de forma denigrante, por hombres de Raúl.
Una pregunta se hace necesaria: ¿Por qué personas sin dignidad, pudieron representar al castrismo durante tantos años?
Tal vez pensando en esa pregunta, Fidel Castro intentó aclarar que ¨la miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno¨.
El pecado mayor de Lage y Felipe fue llamar ¨fósiles dinosaurios¨ a la generación de revolucionarios que andaban cerca de los ochenta. Y era cierto. Los viejos cuadros políticos de la dictadura comenzaban a desaparecer.
Raúl Castro se enfrentaba a los molinos de viento, el Movimiento de los No alineados se desanimaba y al oído le decían que debía introducir cambios y rectificaciones. Pero ¿qué hacer con una doble moneda que creaba grandes problemas, además de generar desigualdad social y caos económico, una libreta de racionamiento casi desaparecida y suprimidos los beneficios sociales?
Entonces Raúl, que percibió que requería de otras palancas para salir de una crisis acumulada durante años, pensó en un milagro. En un último milagro. Ese milagro tenía nombre y apellido: Barack Obama.
Y preparó así su última jugada: Obama podía ser el milagro que evitaría el final de la dictadura castrista, podría lograr, por qué no, hasta el perfeccionamiento de su socialismo.
Más…, de pronto, la Divina Providencia cambió el juego. El viejo gobernante, siempre en apuros, en su ajedrez y en solitario, comenzó a sentir otros vientos que venían desde el Norte. Así, sobre todo por viejo, dejó de sentirse rey.
Dicen que en sus sueños hasta clamaba por el caballo, pero que éste no le respondía, porque el caballo se había ido definitivamente del tablero.