LA HABANA, Cuba. – Fidel Castro, el difunto dictador cubano del que aún no se sabe todo, fue un hombre que amó en exceso a su propia guerra. Siempre se supo que en la Sierra Maestra fue el único guerrillero que usó un fusil norteamericano de mirilla telescópica. Su fama comenzó hace más de sesenta años, la derrota del plan trujillista. Él dirigió personalmente las acciones que frustraron el desembarco contrarrevolucionario en el sur de la isla.
A lo largo de su dictadura, los periódicos de la isla –sus periódicos- han vendido el protagonismo de Fidel en cuanta acción militar se llevó a cabo. Sin embargo, nunca han podido aclarar por qué nunca sintió la acción de la pólvora en su cuerpo y que, entre las miles de fotos que tuvieron tiempo para hacerse en la guerrilla de la Sierra Maestra, solo se conozca una donde Celia Sánchez le coloca una curita en el dedo de su mano izquierda, mientras él observa.
Ya en el poder, según testimonio de uno de sus guardaespaldas, Juan Reinaldo Sánchez, al llegar a su casa de Punto Cero lo recibía Dalia, a quien le entregaba su fusil de asalto, un Kaláshnikov, para tenerlo al alcance de su mano. También cuando viajaba en su Mercedes Benz blindado -regalo de Sadam Hussein-lo llevaba siempre a sus pies.
Mijaíl Kaláshnikov, el inventor del legendario fusil soviético, fue recibido por Fidel como un querido familiar en 2006. El ruso quería comprobar cómo se encontraba la fábrica que producía dichos fusiles en Cuba después del “desmerengamiento” soviético y enviar además algunos miles de nuevos modelos a Venezuela, a través de Adán Chávez y su embajada en La Habana.
Por su desmedido amor a la guerra, Fidel recibió condenas como la de 2004, cuando Estados Unidos lo acusa por sus vínculos con el terrorismo mundial y su apoyo a organizaciones terroristas extranjeras. Fue este hombre -que tachó de genocida a la OTAN, acusándola de asesinar en Libia a Muamar Al Gadafi- quien el 27 de octubre de 1962 amenazó con lanzar misiles nucleares soviéticos a la base naval estadounidense de Guantánamo si Kennedy ordenaba la invasión a Cuba.
O sea, que fue Fidel Castro quien mantuvo al mundo al borde de un duelo atómico entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética y fue, además, quien no estuvo de acuerdo en que todo terminara en paz entre estos dos países en 1962.
En la década del setenta, según informes de la CIA, tanto Francisco Franco como Fidel Castro soñaban con la bomba atómica. Franco planeaba fabricarla y Fidel no se quedaba atrás. Ambos eran países merecedores de atención.
Tan obsesionado siguió el dictador cubano con la idea de la guerra, que en 1981, casi veinte años después de la Crisis de Octubre, según el libro “El archivo Mitrojin: El KGB en el Mundo”, publicado por Vasili Mitrojin, en 2005, le pidió nuevamente a la URSS que emplazara armas atómicas en la isla, pensando que Ronald Reagan lo atacaría.
En dicho libro, basado en informes de la Agencia KGB de ese mismo año, aparece una información sobre Raúl Castro, cuando compraba armas en Checoslovaquia y, según KGB, “dormía con las botas puestas”.
En su senectud, después de haber ostentado los títulos durante cinco décadas como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, Fidel olía una nueva guerra y, en 2012, por ejemplo, acusa a Barack Obama, Premio Nobel de la Paz, del asesinato de Bin Laden, “con derecho a juzgar -dijo- y derecho a matar; a convertirse en tribunal y en verdugo y llevar a cabo tales crímenes”.
Incluso, pocos días antes de morir, el 20 de septiembre de 2016, tuvo un encuentro amistoso con el presidente de Irán y coincidieron en la colaboración entre ambos gobiernos, mientras Estados Unidos y ese gobernante mantenían fuertes tensiones.
Murió el nonagenario el 25 de noviembre del 2016 en su cama, donde dejó su fusil y sus millones y muchos más enemigos que simpatizantes. Dejó, además, un saldo de 7 365 asesinados, 20 mil presos políticos, más de dos millones de exiliados, más de doscientas cárceles de extrema seguridad y un largo historial de desapariciones, asesinatos extrajudiciales y represión a opositores y periodistas, que ejercen su derecho a la libertad.
Murió sin pedir perdón y dejó muchas sombras que examinar.
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