LA HABANA, Cuba.- En cierta ocasión un amigo, ciudadano estadounidense, me comentó que no importaba realmente quien ganara las elecciones en EE.UU. “No depende tanto de quien encabeza el Gobierno, porque lo que funciona es el sistema”. He escuchado esa frase en más de un interlocutor, lo que provoca aplicar la frase en los llamados regímenes comunistas, donde sucede algo similar, pero a la inversa: no importa quien esté en el poder, porque lo que no funciona es el sistema.
Esto último, sin embargo, parece no estar suficientemente demostrado para algunos sectores de la sociedad estadounidense, según se refleja en la fotografía que encabeza este texto.
A primera vista la foto pudiera parecer inofensiva, y quizás hasta un poco ingenua: un nutrido grupo de estudiantes en Austin marchan contra la elección de Donald Trump como presidente de EE UU pocas horas después de conocerse el resultado final de los comicios, tras una de las campañas electorales más enconadas e indecorosas que recuerden los votantes de ese país.
Es apenas una imagen entre muchas otras divulgadas por los medios, sobre las manifestaciones –algunas con ciertos matices violentos– que se han estado produciendo en varias ciudades importantes del país.
Sin embargo, a despecho de los pronósticos adversos a Donald Trump, reflejados en numerosas encuestas, y a contrapelo de los ataques mediáticos que soportó; de la mala proyección de su discurso agresivo, racista, xenófobo y misógino; de su inexperiencia en la política y de la falta de apoyo de su propio partido, el controvertido magnate se alzó con un arrasador triunfo en los votos electorales. Guste o no, Trump merece un reconocimiento.
Ahora bien, simpatías aparte, Trump ganó en buena lid, sin fraudes y sin trucos, en virtud del mismo sistema electoral que dio como ganador en las dos ocasiones anteriores al demócrata Barack Obama –negro, para más señas–, sin que ello provocara marchas y disturbios por parte del Ku Klux Klan ni de los sectores más conservadores de la sociedad y del ala republicana.
Sucede que el solo hecho de acudir a votar implica en sí mismo la aceptación de las reglas del juego; se gana o se pierde. En todo caso siempre habrá una nueva oportunidad para revertir los resultados cada cuatro años. Cabe preguntarnos si, de haber ganado la candidata demócrata, los votantes republicanos hubieran considerado legítimo atacar al sistema y desconocer el resultado refrendado en las urnas.
Porque de lo que se trata en estas manifestaciones es precisamente de eso: de una embestida contra el sistema, enmascarada tras la arremetida contra el muy vilipendiado empresario. Realmente no son tan ingenuas las marchas en cuestión. Baste mirar en la fotografía de Austin el protagonismo de la bandera soviética, con la hoz y el martillo, que encabeza la protesta de los iracundos jóvenes, varios de ellos con el rostro cubierto. Sus motivos tendrán para ocultar su identidad, pero quien cree en la justicia de sus reclamos en una sociedad abierta, democrática y plural no tiene razones para esconderse.
En otras ciudades, por su parte, los estudiantes han portado en sus marchas camisetas o carteles con la imagen del célebre guerrillero y asesino argentino, “Che” Guevara, ejemplo cimero de la violencia revolucionaria de las izquierdas radicales de este hemisferio, que están demostrando ser como una Hidra de mil cabezas. Diríase que estamos asistiendo al parto del “hombre nuevo americano”.
Cabría preguntarnos, si el pro-sovietismo y las añoranzas guerrilleras son los ideales de los jóvenes marchantes dentro de EE.UU., ¿qué viene después? ¿Acaso lo peor y más reaccionario de la izquierda ha retrocedido en Latinoamérica y fue derrocado en Rusia décadas atrás solo para anidar astutamente en algunos nichos universitarios plenos de estos niñatos trasnochados, aburridos de su muelle existencia bajo el American way of life?
Obviamente, la juventud no es condición suficiente para representar lo más renovador del pensamiento social. He aquí montones de rostros frescos, muchos de ellos con inequívocos rasgos hispanos y de otros orígenes étnicos y raciales, que hoy asumen los símbolos de lo más retrógrado de la progresía universal para combatir al sistema que les dio cobijo, donde disfrutan de las oportunidades que no tendrían bajo regímenes “comunistas”.
“No es mi Presidente”, enarbolan sus carteles. Pues bien, es el que ha sido democráticamente electo y gobernará por los próximos cuatro años. Más les valdría asimilarlo. De hecho, ante esta eclosión de resabios marxistas lo más probable es que los republicanos tengan mayores oportunidades de reelegirse en la presidencia del país.
Quizás estos exaltados muchachos deberían buscar “otras tierras del mundo que reclamen el concurso de sus modestos esfuerzos” y perseguir su ideal soñado fuera de su país, tal como hicieron sus padres y abuelos cuando arribaron a EE UU pensando erróneamente que forjaban un mejor destino para los suyos.
Y como los retoños quieren otra cosa y no lo que tienen en casa, lo mejor sería que estos neo-comunistas migraran a territorios más promisorios para sus incomprendidas aspiraciones. Les propongo Cuba, por ejemplo. No tienen que establecerse definitivamente; basta que experimenten en su propia piel las bondades del sistema erigido bajo el mismo aliento de la hoz y el martillo –aunque ya solo se utiliza el martillo, para machacar cualquier brote de libertades– y donde su admirado Che inició sus prístinos experimentos sociales.
Me encantaría ver a esos jóvenes anti-sistema viviendo bajo la firme guía del partido comunista y el gobierno, nunca elegido, de un octogenario puesto a dedo en la poltrona presidencial, el co-fundador de un clan familiar ferozmente capitalista que regirá cada mínimo detalle de sus destinos. Obviemos los detalles sórdidos relacionados con la fidelidad ideológica obligatoria, la absoluta ausencia de libertades ciudadanas, las carencias materiales, las condiciones de vida en supervivencia a perpetuidad y otras nimiedades por el estilo. Para quien realiza un sueño estas naderías no deben ser obstáculos.
Quisiera que, si no les gusta cómo se hacen las cosas en el comunismo irreversible, se lancen a una manifestación frente a la escalinata universitaria en La Habana o en cualquiera de las avenidas de la capital o de las ciudades cabeceras de la Isla. Recuerden llevar sus banderas soviéticas y sus amadas imágenes del guerrillero insignia. Incluso podrían añadir antiguas fotografías de Castro I, en sus años mozos de quimérico guerrillero (las fotografías actuales no son convenientes). Ya verán lo que sucede y entonces sí experimentarán en su propia piel, de la manera más convincente, lo que es la democracia marxista simbolizada en el Che y en la bandera soviética.
Probablemente esta sea la mejor manera de aprender valorar en su justa dimensión lo que tienen en su propio país. Con seguridad, Trump les parecerá un adorable arcángel.
Pero no seamos demasiado cándidos: siempre habrá tontos útiles… O agentes comunistas convenientemente sembrados. No hay que descuidarse ni perder de vista las señales. A veces las bacterias de apariencia más insignificante resultan ser las más dañinas.