LA HABANA, Cuba.- La palabra “emprendedor”, referida a Cuba, no refleja lo que sucede en lo que algunos, tratando de hallar un término descifrable fuera de la isla, denominan “sector privado”.
Habría que definir bien el vocablo para que ofrezca una idea exacta de lo que representa, muy distante de la noción de “sector privado” que maneja el Estado cubano cuando habla de inversión extranjera, por ejemplo.
Cualquier aventurero extranjero tiene mayores y mejores posibilidades dentro de la economía cubana que el más esforzado emprendedor del patio.
La cartera de inversiones del gobierno cubano convoca al primero, le hace guiños, mientras excluye al segundo, lo ignora, lo rechaza, de modo que el sector privado termina dividido en dos frentes principales: el empresariado extranjero con infinitos privilegios y el “cuentapropista” cubano, limitado por el estigma de haber nacido aquí, donde la palabra “privado” pierde todo sentido.
Incluso el gobierno creó el neologismo “cuentapropista” para referirse a ese que no cabe en la definición de “empresario privado”. Va con total razón, no lo es y, lo tiene bien claro, jamás lo será.
Obama, al reunirse con los emprendedores durante su visita a La Habana en 2016, no tuvo en cuenta ese detalle de las definiciones y tomó al “cuentapropista” por un “emprendedor” al estilo de esos ejemplos que, para su discurso conciliador, tomó de la realidad norteamericana. El resultado fue que infundió falsas esperanzas.
Primero, porque los “emprendedores” convocados a la reunión no eran representativos de una mayoría mejor definida por la expresión gubernamental, es decir, Obama no conoció ni de lejos a nuestros verdaderos “emprendedores”. Segundo, porque demostró desconocer cómo funciona la economía cubana y el papel que juega el ciudadano de a pie dentro de ella; y tercero, como dice el refrán, colocó la carreta delante de los bueyes al dejar escapar ese mensaje subliminar sobre las consecuencias políticas de la independencia económica. Eso el gobierno cubano siempre lo ha tenido muy presente y jamás cometería el error de permitir demasiado dinero en el bolsillo de nadie.
“Cuentapropista” no significa “sector privado”, ni siquiera en ciernes. Es una figura exclusiva de nuestra realidad y que solo ha servido, circunstancialmente, para colocarle un disfraz al desempleo y a la debacle que atraviesa la empresa estatal socialista al no encontrar una actuación positiva en el nuevo episodio del capitalismo a la cubana.
La tendencia al agrupamiento en cooperativas, el funcionamiento bajo un modelo diseñado desde el propio gobierno, los márgenes de crecimiento limitados por el interés de demostrar la superioridad de la gestión estatal permiten predecir lo que serán los “emprendedores” dentro de unos cuantos años: nada más que otra fórmula económica bajo absoluto control estatal.
No sé si algunos se habrán dado cuenta de lo que está sucediendo. Es una fatídica trasposición. La empresa estatal, al ser rescatada por el capital exterior, terminará asumiendo estrategias y gestiones del sector privado, al mismo tiempo que los “emprendedores” serán la nueva forma económica estatal. Es decir, si los cuentapropistas han “emprendido” algo, ha sido una carrera en círculo, una fuga en reversa, hacia lo más profundo del sistema del cual han pretendido escapar.
Debieran comprender que cuentapropista no es la persona que se independiza del Estado, sino el sujeto del cual el Estado se desentiende de un modo “elegante” y al cual le ha creado la ilusión de autonomía.
Un verdadero espejismo que durará tanto como quiera el gobierno cubano que dure porque tienen el control y, donde antes parecía haber dos opciones —empresa estatal versus cuentapropismo—, ahora es evidente que los caminos se entrecruzan, mejor dicho, se funden.