LA HABANA, Cuba.- Este 13 de marzo se cumplen 49 años de La Gran Ofensiva Revolucionaria, aquel proyecto económico que salió de la cabecita del Invicto Iluminado, para arruinar aún más la economía de Cuba.
Aunque cada año de la llamada Revolución Castrista fue una verdadera desgracia para todos los cubanos, el peor de todos pudiera ser aquel día que Fidel Castro suprimió de una patada más de 50 mil pequeños comercios privados: establecimientos donde se disfrutaba del café con leche y el pan con mantequilla, restaurantes de primera para los cubanos de a pie, expertos talleres de carpintería, los timbiriches chinos con sus deliciosas frituras, los puestos de fritas, hechas, para los que no lo recuerdan, con carne de primera de res, los limpiabotas callejeros, los vendedores de frutas en carretillas, el suministro de leche a domicilio, etc. Un proyecto que ocasionó desempleo entre trabajadores de larga experiencia y malestar en el pueblo.
Bajo la consigna de crear “un Hombre Nuevo”, algo que hoy nos inspira risa, la Gran Ofensiva Revolucionaria hoy ni se menciona. Ni siquiera se cumple un aniversario más de aquel disparate en los medios de Comunicación, como para que nadie recuerde el gran error del Comandante en Jefe.
El “Hombre Nuevo” que propuso a partir de ese, terminó perdiendo para siempre sus oficios: ebanistas, torneros, especialistas en yeso y masilla, herreros, carpinteros de larga tradición, sastres, costureras, restauradores de libros y muchos otros, para dar paso a fanáticos gritones de “¡Patria o muerte, venceremos!”, convertidos, con el paso de los años, entre el marabú y la moringa, en los hoy conocidos trabajadores indisciplinados, perezosos, holgazanes, ausentes, robando en su centro laboral y soñando en trabajar fuera de su país. Una especie de trabajador que, es la verdad, gracias a los locos malabarismos económicos de Fidel Castro, resulta ineficiente ante una obra con tecnología de punta.
Un ejemplo reciente ha sido muy comentado entre los habaneros: se trata de los doscientos trabajadores indios contratados para la construcción del Gran Hotel Manzana Kempinski, antes conocido como La Manzana de Gómez, frente al Parque Central de la capital.
Los que se preguntan si eso es correcto o no, ¿se han olvidado que aún se sufre en Cuba el gran drama de los oficios perdidos?
Los ancianos de hoy, que todo lo analizan a través de la gran lupa del tiempo, llegan a la acertada conclusión de que esos trabajadores han sido, por qué no, no sólo víctimas de la hecatombe económica que sufre el país, luego convertidos por fuerza mayor en miembros de una primera oposición contra el régimen, una oposición que sí ha hecho mucho daño y cuyo resultado ha sido vivir en un país carente durante décadas de desarrollo, tecnología y por tanto, de salarios bien retribuidos, en vez de limosnas como pagas, como castigo para avergonzarlos.
Raúl Castro lo dijo hace poco: “Tenemos que borrar para siempre la idea de que Cuba es el único país del mundo donde no es necesario trabajar”. ¿No habría sido más acertado decir: el único país donde la gente no quiere trabajar, para que termine la dictadura socialista?
Esa sería la verdadera solución.
Si Raúl no lo dice, es porque tiene miedo a ser sincero. Miguel Díaz Canel, su Vicepresidente primero, es posible que lo diga a través de sus siempre miradas perdidas, tan perdidas como aquellos oficios que reinaban en la Cuba que no era de Fidel.