MIAMI, Estados Unidos.- Con raras excepciones, la única intelectualidad cubana que ahora mismo se está expresando sin cortapisas vive en el exilio.
Las publicaciones electrónicas oficialistas abundan en insufribles textos de elogio a supuestos logros del régimen y, recientemente, a su principal gestor el “dictador en jefe”, quien por fortuna no cumplió años reales sobre la tierra que diezmó de modo minucioso.
En los medios sociales hay miembros de la desolada elite cultural de la Isla con textos de cierta agresividad contestataria que el castrismo, sin embargo, desprecia por inocuos a su mandato de acero.
Otros escritores, críticos y teóricos que he conocido cuando disfrutaban visitas o tránsitos por Miami siguen sosteniendo la vaga esperanza de que los “logros” de la quimera socialista pueden sobrevivir el derrumbe que tarde o temprano se avecina.
Hace unos días hasta celebraban públicamente el cumpleaños de un presentador de televisión del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), ya fallecido, quien provenía de las filas del tenebroso Ministerio del Interior.
La libertad cubana no anida en la inexistente clase media y mucho menos en su extraviada y cautelosa intelectualidad.
Está ocurriendo en los rincones sociales más defenestrados y olvidados por una nomenclatura impune e indiferente que vive de tantas desgracias ajenas en inmoral ostentación.
Ya va siendo algo tarde para sentarse a negociar y poner de acuerdo opiniones discordantes como si fuera una varita mágica para enmendar 63 años de impiedad dictatorial.
Quienes reclaman ese diálogo de entendimiento de manera civilizada, como si se desenvolvieran en escenarios democráticos, insisten en olvidar o desestimar que Cuba sufre la peor de las dictaduras: totalitaria e inoperante.
Desde su instauración, el régimen ha barajado fórmulas de poder y sostenibilidad condenadas al fracaso que dieron como resultado la ruina de patentes logros republicanos.
La lista de proyectos disparatados que el “máximo líder” ordenaba desde sus predios de miedo integran el libro negro de la inutilidad castrista, que algún día convendría ser editado para consideración y alerta de futuras generaciones.
La dictadura cubana, como tantas otras de hambre y necesidad, especuló temprano sobre la certeza de un futuro promisorio. Es parte de la prestidigitación para ganar tiempo en lo que el sistema represivo se aceita y luego funciona a sus anchas, donde cualquier intromisión de rebeldía es rápidamente cauterizada en nombre del sagrado proyecto revolucionario.
Por estos días varios cineastas independientes cubanos en el exilio se aprestan a estrenar o producen obras que ponen en solfa ante el mundo la componenda fidelista por mucho tiempo al amparo de pensadores y artistas como cómplices y colaboradores.
Pavel Giroud retoma en su documental El caso Padilla, la primera gran ruptura de representantes culturales internacionales con el castrismo a partir de las confesiones, al estilo estalinista, a que fuera sometido el poeta Heberto Padilla en 1971.
Carlos Lechuga estrena su tercer largometraje de ficción, Vicenta B, filmado en Cuba poco antes de establecer residencia en España. La sinopsis se refiere a la madre cubana en el trance de sufrir la fuga de hijos que ya no toleran vivir el infierno de sus padres.
Mientras Lilo Vilaplana regresa a la historia de violencia sistemática que el régimen sostiene como modus operandi contra sus opositores en el largometraje Plantadas —actualmente en producción—, donde vuelve a dilucidar circunstancias obliteradas del presidio político, en esta ocasión el que sufrieron las mujeres, quienes desde temprano resistieron los embates dictatoriales de modo ejemplarizante.
El terror de los llamados líderes históricos se disipa cronológicamente, la improductividad y la escasez sigue campeando por sus respetos en todos los sectores económicos. El nuevo dictador de atrezo tiene escaso poder de convencimiento en su ostensible incultura y los focos de rebeldía surgen espontáneos y son cada vez más difíciles de apagar.
El régimen hará lo posible por impedir con toda su capacidad destructiva el dulce sabor de la libertad, donde ya no habrá marcha atrás como la demuestra el otrora “campo socialista” o la propia Ucrania en plena guerra.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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