MIAMI, Estados Unidos. – Voy a opinar sobre una solicitud de permiso de marcha pacífica ―según la definen los autores de la reciente misiva dirigida al gobernador de La Habana― y que tiene la ingenua pretensión de poner a la dictadura contra la espada y la pared. Su parte introductoria es una apelación a la Constitución cubana, particularmente al artículo 56, así como al artículo 20 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En cuanto a este último, no es necesario recordárselo al régimen cubano, pues lo conoce muy bien y, simplemente, no comparte el concepto de derechos humanos manejado en esta Declaración ya que dice tener uno propio o, al menos, pretenderlo.
En cuanto a lo primero, la clave del artículo 56 de la Constitución está en el giro “fines lícitos”, lo cual lleva el asunto a un problema de interpretación que al final responderá al contexto del cual extraiga el sentido. Y ese contexto no es la ONU, no es Europa ni los Estados Unidos. No es, incluso, la propia Constitución, sino el principio rector del castrismo: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. Simplemente, las marchas nunca se considerarían lícitas si de un modo u otro afectan la imagen o resultan incongruentes con los principios de la Revolución. De modo que lo más probable sería que las autoridades cubanas hagan caso omiso a esa solicitud.
El resto de la carta se divide en cuatro partes. La primera aborda los objetivos de la marcha, a saber: el de ir contra la violencia, por el respeto de los derechos de todos los cubanos (que primero deberían tenerlos para ser respetados, digo yo) por la liberación de los presos políticos y por “la solución de nuestras diferencias a través de vías democráticas y pacíficas”. Esto último no tiene desperdicio por su tono conciliador y políticamente ingenuo. El segundo punto o apartado provee a la dictadura de todos los detalles de la marcha en lo que toca a fecha, hora, lugar de concentración, itinerario, duración, número de participantes. Y hasta incluye el dato sobre el gesto patriótico que tendrán por el camino: ¡depositar flores en la estatua de Martí! Probablemente les respondan que ellos ya tienen su Marcha de las Antorchas. La parte tercera la transcribiré completa para que se observe su carácter servil y desconectado de la realidad política cubana:
“TERCERA: Las medidas de seguridad previstas por los organizadores promueven el carácter pacífico y cívico de la Marcha, con absoluto apego al orden público y a las medidas sanitarias impuestas por la pandemia del COVID-19”.
No significa esta marcha una toma de las calles, porque no son protestas, no es un levantamiento popular como el del 11 de julio, sino algo más parecido a un desfile. ¿Para mostrar qué? ¿Acaso que Cuba es una dictadura? ¿En serio? ¿Una dictadura que les ha concedido permiso para manifestarse en su contra? ¿De qué va todo esto? Su principal organizador ha dicho que si no le dan autorización la marcha iría de todos modos. ¿Para qué solicitar permiso entonces? ¿Para mostrar que Cuba es una dictadura? Esto nos situaría de nuevo en el punto de partida. Y así hasta el infinito.
La cuarta parte y última es la petición de garantía de derechos humanos y constitucionales a las autoridades y, por si no fuera esto lo suficientemente ingenuo, la solicitud de protección contra los que intenten impedir la marcha, es decir ¡contra los revolucionarios!
Lo que resta de este último párrafo es lo único que tiene algún sentido en la solicitud. Habla de que no se interrumpa el acceso a internet, del acceso libre de la prensa, así como de no impedir la libre circulación de todo el que quiera sumarse. Particularmente, esto último es lo mejor de la carta y lo que salvaría su dignidad, puesto que entraña la posibilidad de revertir esta pasarela en una protesta real cuando se sume una cantidad incontrolable de personas. Pero justo esto es lo que no va a suceder porque no lo quiere la dictadura ni lo permiten los términos de la solicitud.
Mis consideraciones finales son negativas. Esta misiva reconoce que las calles son de los revolucionarios, aboga por el diálogo con el Gobierno, reconoce a la dictadura como la autoridad y le da tratamiento de régimen democrático. ¿Cómo se puede creer que este invento de “marchas pacíficas autorizadas” ―el término es de los organizadores― llegue a poner a la dictadura contra la espada y la pared, según reconocen no pocos siguiendo la lógica pedestre de que la aceptación de la marcha o su rechazo pondrá igualmente en evidencia a la dictadura? Señores, esto no es un ejercicio de Critical Thinking. Además, ¿qué se pretende demostrar con eso que el mundo no sepa ya? Lo que sí han puesto contra la espada y la pared es al anticastrismo y la posibilidad de protestas reales. Le han echado un cubo de agua fría al 11 de julio.
La llama del levantamiento resuelto y sin matices del cubano de a pie, exigiendo el cambio de sistema, es decir, el fin del socialismo, podría quedar extinta en una tibia protesta liderada por intelectuales de izquierda y con tendencias socialdemócratas. No me puedo callar ante un hecho que, mírese como se mire, es un secuestro. El cubano de a pie no quiere socialismo hoy, mucho menos lo quiere para la Cuba futura. Eso es axiomático. Y ahora un grupo de intelectuales izquierdosos pretende usar ese ímpetu del 11 de julio para montar en él otra ideología socialistoide, completamente compartida con intelectuales cubanos demócratas de la otra orilla.
Quiero que esto quede bien claro: el cubano de a pie no necesita líderes ni quiere socialismo del tipo que sea. Su lucha no es una lucha de izquierda. Así que los intelectuales cubanos ―izquierdosos todos y embriagados con el oxímoron del socialismo democrático― deberían dejarle saber a esas multitudes cuál es su posicionamiento ideológico y el tipo de sistema que quieren para Cuba. Hacer lo contrario sería engañarlos. La unidad de acción no es comunión.
En suma, como ya dije de alguna manera, la idea de unas “marchas pacíficas autorizadas” en Cuba, lejos de mostrar entre otras cosas que en la Isla se violan los derechos humanos (cosa que por demás es obvia), lo que mostraría sería la supuesta tolerancia del régimen y, probablemente, el rostro humano que la dictadura estaría dispuesta a exhibirle al mundo.
No tenemos nada que ganar con esa modalidad de lucha que diluye el sacrificio pasado en humillantes pasarelas. No, eso no es el 11 de julio, levantamiento popular espontáneo, bravío y sin líderes. Y si bien apoyo todo lo que vaya contra el régimen castrista, me preocupa en este caso que la práctica de las “marchas pacíficas autorizadas” constituya un retroceso con respecto al 11 de julio. Y claro, me preocupa también que vuelvan a engatusar al cubano de a pie con la mil veces desacreditada idea socialista. Sería muy triste que los intelectuales nos traicionaran por segunda vez.
La marcha convocada para el 20 de noviembre sienta un peligroso precedente de desfiles agendados, desvirtúa aquella fecha y diluye el espíritu de aquellas protestas mediante un giro intelectualoide-izquierdoso-socialdemócrata. El cubano debe tomar las calles, no mendigar rutas. Y tiene que hacerlo no bajo el paraguas del diálogo y la complicidad que emana de estas colaboraciones, sino bajo la convicción de no reconocer a la autoridad a la que hoy se le implora permiso.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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