LA HABANA, Cuba. – A menudo resulta curioso el origen de las fechas históricas. El día en que se proclamó la independencia de nuestro vecino México, por ejemplo, fue determinado por el descubrimiento de la conspiración. Al saber que el secreto era ya conocido por los colonialistas, el líder militar patriota, Ignacio Allende, comentó: “¡Tenemos que huir!”. Un cura, don Miguel Hidalgo, replicó: “¡Lo que tenemos que hacer es alzarnos!”. Fue de ese modo que el 16 de septiembre, Grito de Dolores, devino símbolo de la independencia mexicana.
Según cuenta la historia, en Cuba la fecha del 24 de febrero fue escogida por tratarse de un domingo de carnaval. El jolgorio popular constituiría un buen pretexto para el movimiento de grupos de jinetes por poblados y caminos. Esto, a su vez, serviría para enmascarar desplazamientos que, en realidad, tenían carácter bélico, pero aparentaban ser pacíficas actividades fiesteras.
Sin embargo, una vez que la data entra en la historia, no resulta raro que admiradores y descendientes la escojan para la realización de nuevos acontecimientos, destinados a coincidir, en día y mes, con el otro, más importante, que les sirve de antecedente.
El pasado martes, la Televisión Cubana hizo un recuento de sucesos de la historia cubana que, no por casualidad, han tenido lugar un 24 de febrero: En 1899 entra en La Habana el generalísimo Máximo Gómez al frente del Ejército Libertador; en 1905 es develada en el Parque Central capitalino la icónica estatua de José Martí; en la segunda década del Siglo XX (no recuerdo el año) llegan de los restos del Apóstol al cementerio de Santa Ifigenia, en la segunda ciudad de la Isla.
El portal oficialista Cubahora hace un repaso similar, pero, fiel a su orientación castrista, se empeña en mezclar sucesos significativos, como los señalados en el párrafo precedente, con otros que carecen de verdadera trascendencia histórica. Así, por ejemplo, menciona la publicación, el 24 de febrero de 1957, en el diario The New York Times, de la entrevista de Herbert Matthews a Fidel Castro.
Pero por supuesto que ni del Noticiero Estelar ni de Cubahora cabía esperar que rememoraran los sucesos que tuvieron lugar en nuestra Patria y en sus mares adyacentes ese mismo día, pero del año 1996. ¡Ha pasado ya un cuarto de siglo! ¿Quién lo diría!
Esa importante omisión de los órganos propagandísticos del régimen de La Habana ha sido suplida por la prensa independiente. El pasado miércoles, este propio diario digital CubaNet, 14yMedio, Diario de Cuba, han publicado sendos trabajos periodísticos dedicados a rememorar los sucesos de veinticinco años atrás.
De modo especial deseo referirme a la colaboración de mi colega Roberto de Jesús Quiñones Haces en este mismo órgano informativo. Con gran elocuencia, el también excautivo de conciencia describe el derribo —rebosante de alevosía— de las dos avionetas desarmadas de “Hermanos al Rescate”, la alegría obscena mostrada por los autores directos del crimen.
Vale la pena repetir el demoledor comentario —citado por Quiñones— de la señora Madeleine Albright, representante de Estados Unidos, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU debatió el tema: “La posición de Cuba ha sido insensible y despreciable. Derriban aviones civiles y luego culpan a las víctimas. Piden una investigación y luego culpan a los investigadores. Son los agresores en este caso, y sin embargo afirman que están siendo perseguidos”.
Se trató de un crimen. Pero uno no infundado ni gratuito. El hecho atroz fue ideado —a no dudarlo— en el cerebro astuto, febril y fértil de la única persona que, en aquellos tiempos, podía tomar en Cuba una decisión como esa: el “Máximo Líder”. Pero forzoso es reconocer que la decisión, aunque harto cruel, no fue —insisto— inmotivada.
El objetivo era convertir un diferendo puramente cubano (el del régimen castrista con sus ciudadanos que se le enfrentan) en otro internacional (entre Cuba —que puede darse el lujo de adoptar poses de víctima inocente— y Estados Unidos). El presidente norteamericano de entonces, Bill Clinton, rechazó una de las opciones colocadas sobre su buró —bombardear la base de la cual partieron los aviones de guerra cubanos— y en su lugar decidió firmar la Ley Helms-Burton, que antes había prometido vetar.
En los trabajos periodísticos que he mencionado no se alude al motivo de la masacre. Pero es un hecho indudable que el múltiple homicidio no surgió en el vacío: fue concebido para desviar la atención de la reunión de Concilio Cubano, una coalición opositora que, como homenaje a los próceres de 1895, tenía pensado congregarse en La Habana el 24 de febrero de 1996.
En su extrema ferocidad, la idea central del supremo responsable de la tragedia cubana era simple: que la sangre derramada de los cuatro pilotos civiles borrara de la memoria colectiva el otro desafío aún más pacífico: el de algunos cientos de disidentes reunidos para debatir sobre el futuro de la Patria. Y aunque nos moleste admitirlo, hay que reconocer una verdad: ¡El autor intelectual de la masacre se salió con la suya! ¡Aunque fuese al costo de cuatro vidas cubanas inocentes!
Al pasar de los años, esa luctuosa experiencia del pasado ha servido para evitar reediciones de los sangrientos hechos. Recuerdo, por ejemplo, la idea del difunto hermano Félix Bonne Carcassés, Martha Beatriz Roque y yo mismo de reunir a la Asamblea para Promover la Sociedad Civil. Mientras planificábamos el encuentro (que resultó ser el más concurrido celebrado por la oposición en Cuba), pedimos a nuestros hermanos exiliados que, al mostrar su solidaridad, no rebasaran el Paralelo 24, a medio camino entre nuestro país y Estados Unidos.
La precaución surtió efecto, y la reunión, en definitiva, pudo celebrarse, con provocaciones, pero sin derramamiento de sangre. Esa experiencia puede resultar útil para la joven generación de artistas contestatarios y otros disidentes que tan bellas páginas de enfrentamiento al régimen castrista está escribiendo ahora mismo.
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