Una de las ciudades más peligrosas del mundo, refugio para cubanos que intentan cruzar a EEUU


CIUDAD JUÁREZ, México. – La espera de las personas que huyen de la violencia y pobreza extrema de sus países para cruzar a Estados Unidos se acumula cada día en las colchonetas de un gimnasio de Ciudad Juárez (México), convertido desde hace una semana en un refugio provisional para inmigrantes.
Hasta esta ciudad están llegando en los últimos días centenares de niños, madres, jóvenes y familias que buscan solicitar el asilo político cruzando por uno de los puentes fronterizos que separa una de las ciudades más peligrosas del mundo con El Paso, Texas.
Los cubanos son la nacionalidad mayoritaria en el gimnasio del Colegio de Bachilleres, donde más de 550 inmigrantes de países tan diversos como Cuba, Honduras, Guatemala, El Salvador, México, Venezuela, Colombia, Congo o Camerún conviven con la esperanza de alcanzar el mismo sueño.
Son más de 200 los cubanos que aguardan en este gimnasio su turno a ser atendidos por las autoridades migratorias estadounidenses, después de haber viajado en avión, lancha, a pie y bus por hasta quince países.
Otras 600 personas esperan en la Casa del Inmigrante y algunos en hoteles. Un centenar de personas lo hacen a la intemperie: en la parte mexicana del puente Santa Fe por el que cada día cruzan miles de juarenses hacia Estados Unidos para ir a trabajar, estudiar, ver a sus familiares o realizar compras.
La espera, por el momento, es de una media de tres semanas.
“Hay días en los que las autoridades estadounidenses nos piden 10 inmigrantes, otros 30 en la mañana y 30 en la tarde. Es muy variable”, afirma Rogelio Pinal Castellanos, director de la oficina de Derechos Humanos del municipio de Ciudad Juárez, que coordina la entrega.
Los que juegan al dominó, en un día helado del desierto, son cubanos. También, todos los voluntarios para limpiar los baños y cocinar las tres comidas diarias donadas por las autoridades locales y por los juarenses, en una ciudad donde oficialmente más de 400 mil personas, del millón 300 mil, vive en la pobreza a pesar de trabajar como operarios en fábricas maquiladoras de capital extranjero.
Los isleños son también los que gritan más: de alegría, de euforia por cada triunfo diario, por pequeño que sea.
La victoria de hoy fue la de Aaron Frontera aunque todavía no ha nacido.
“¡Este es mi número!”, exclama radiante de felicidad Darisel Peraza Martínez, nacida en La Habana hace 26 años y exempleada de una empresa de transportes.
Para entender su júbilo hay que verla acariciar su barriguita de ocho meses y medio de embarazada, mientras se despide de una decena de compatriotas que ha ido conociendo en su travesía por trece países en siete meses.

Después de estar cuatro días durmiendo en el suelo, ya no tiene que esperar más a que le llegue su turno y pueda ser recibida por las autoridades estadounidenses. Por el número de la pulsera rosa de papel, que le adjudicaron en la lista de la Casa del Inmigrante, hubiera tenido que aguardar unas dos semanas más para poder ser atendida por Estados Unidos.
Atrás, quedó lo peor: la selva de Darién, en Panamá. Ahí, subiendo montañas entre animales salvajes temió por su vida y la del bebé que supo que estaba surgiendo en su ser un día hermoso en Chile.
El horror regresó al llegar a Ciudad Juárez, tras un viaje de tres días en autobús desde la frontera sur del país. Darisel y su esposo Yeniel Martínez Valdés, un chófer de 35 años, se dirigieron al albergue de la Casa del Inmigrante pero no fueron acogidos:
“Les insistimos que estaba embaraza”, recuerda.
No había más lugar para dormir. Tampoco les permitieron entrar al jardín de la propiedad para para resguardarse entre las rejas.
Sin más dinero y con el temor de que fueran agredidos, en una ciudad de varios asesinatos diarios, pasaron la noche gélida afuera del hogar católico.
Yaris Díaz González recibe con una sonrisa amplia a dos madres indígenas guatemaltecas que acaban de llegar al gimnasio con sus tres niños y que se expresan más cómodas en la lengua maya mam que en castellano. Con paciencia, les explica dónde están los médicos que han enviado las autoridades mexicanas para que les atiendan.
Lo que más temió Yaris cuando dejó su Holguín natal y se encaminó hacia Estados Unidos era que fuera violada y saliera embarazada, como otras mujeres que han iniciado esta ruta.
Dice que asumió el peligro por el futuro de su hijo de 3 años que dejó con su madre.
“No se puede vivir en Cuba”, afirma la joven de 30 años, que trabajaba como camarera en un restaurante por 8 dólares diarios.
Quiso haber salido antes de que Estados Unidos finalizara en enero de 2017 la medida preferente de “pies secos, pies mojados”, por la que se concedía el asilo político a todos los cubanos, pero no tuvo el dinero para hacerlo.

En el segundo piso de este gimnasio de esperanza, Estefany Cortinas Rodrígues, de 26 años, juega a las cartas con otros cubanos. Lo hace como una más y es la única: Estefany comenzó a ser Estefany a los 15 años de edad. Empezó a tomar hormonas para intentar dejar de vivir la pesadilla de ser una mujer atrapada en un cuerpo de hombre. Pero comenzó a vivir el peor de los infiernos: el rechazo de una familia que ahora la adora (lo que le llevó a vivir por cinco años en la calle como prostituta) y la persecución de las autoridades.
El 1 de enero tras ser detenida una vez más por la policía, por seis días, por tener la valentía de ser Estefany en Cuba, decidió huir.
“Me siento bien aquí, fortalecida”, asegura esta mujer trans que sueña en estudiar enfermería en el estado de Pensilvania, donde le espera su tía.
A estas horas, cuando el viento del desierto sopla con furia y convierte el cielo azul de Ciudad Juárez en color arena, no sé si Darisel y su esposo Yeniel han salido de las oficinas migratorias estadounidenses, posiblemente con un grillete de monitoreo electrónico en su tobillo. O quizá permanecerán retenidos por unos tres días en las instalaciones del Puente del Paso del Norte-Santa Fe. Su celular continúa apagado.
Lo único que sé es que Jordan Frontera es por el momento su victoria. Si no llega a ser por este bebé, que está a punto de nacer, quizá no hubieran llegado a tiempo para solicitar su asilo político y tener la oportunidad de esperar en Estados Unidos mientras se resuelva su caso, que puede tardar de meses a años.
El mismo día que cruzaron, las autoridades migratorias de El Paso informaron que en dos semanas, para la segunda semana de marzo, seguirán el mismo protocolo que ahora hay en San Diego, frontera con Tijuana: devolver a México a todos los solicitantes de asilo político, donde tendrán que esperar la resolución de sus casos.
Lo harán siguiendo el reciente acuerdo del presidente Donald Trump con su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y mirando hacia El Paso, Texas: una ciudad donde los jueces deniegan en un 93.62% de los casos la solicitud de asilo.
En otras localidades estadounidenses como San Diego, se denegó al 73.5% de las personas que lo solicitaron entre los años fiscales del 2013 y el 2018, según TRAC, un proyecto de análisis de datos oficiales de la Universidad de Siracusa, en Estados Unidos.
En Boston, al 34.98%, San Francisco al 31.47% y Nueva York al 22.18%.
Cuando Darisel y Yaniel reciban a su bebé tendrá como segundo nombre Frontera. Porque en Ciudad Juarez, después de cruzar doce fronteras con su bebé engendrándose, descubrieron que en esta ciudad dolor donde las madres buscan a sus hijas desaparecidas, de miles de asesinatos impunes e injusticia, cruzaron la última frontera de sus sueños hacia Estados Unidos.