
CIUDAD JUÁREZ, México. – Escuchó que lo convocaban con el número de su litera y cortó la llamada. Estaba hablando con su mamá, en Cuba, de su temor: contagiarse con el nuevo coronavirus.
Eran las 8:00 de la mañana en el Centro de Detención de Richwood, en Monroe, Luisiana (Estados Unidos), y casi todo ocurrió así:
―Mami voy a colgar, que me están llamando.
Yoandy P. Turiño deja uno de los cinco teléfonos fijos que comparten más de 100 personas y se dirige hacia el guardia sin nasobuco ni guantes. No puede limpiar el aparato antes de que uno de sus compañeros marque otro número: el antiséptico se acabó hace unos días.
―Sixty two? (¿Sesenta y dos?)
―Yes. (Sí)
― Let’s go. (Vámonos)
No sabe si correr o brincar en el colchón del dormitorio o “búnker” en el que ha vivido con 110 de los más de 1 100 solicitantes de asilo detenidos de toda la prisión. Llama de nuevo a Cuba:
―¡¡¡Mami, mami me voy ya!!!
―Ya, ya dale, que voy a llamar a la gente para que te vayan a buscar.
Han pasado unos minutos desde que le comunicaron que dejaba el centro de detención de Luisiana. El recinto aún guarda un olor intenso que no le permite respirar bien. Es asmático: desde hace días no sabe si lo “va a matar el coronavirus o el cloro”.
Lo sacan de su “búnker”. Le hacen el papeleo. Se cambia el traje de preso por su ropa. Han pasado 15 meses desde que solicitó asilo político en Estados Unidos y fue trasladado por varios centros de detención hasta llegar a este, donde conviven delincuentes y solicitantes de asilo.

No sabe por qué lo van a dejar en libertad: está en proceso de apelación tras haber perdido su caso de asilo político. Tampoco pregunta. Se imagina que lo sueltan porque su abogado solicitó un parole humanitario basándose en sus problemas de salud, que lo hacen más vulnerable ante la epidemia del nuevo coronavirus.
Lo que está pasando es que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos está revisando, caso por caso, cuáles son los migrantes detenidos que tienen más posibilidades de contagiarse con este virus mortal, para dejarles que sigan sus procesos de asilo político fuera de los centros de detención. Ha considerado a 600 migrantes que son vulnerables de enfermarse y, por el momento, ha liberado a 160 personas, principalmente en Luisiana.
Según los últimos datos oficiales de ICE, que pueden cambiar conforme el virus avanza, en 21 centros se han reportado casos de coronavirus; hay 61 detenidos contagiados, al igual que 19 empleados.
Estas liberaciones, a cuenta gotas, no son suficientes para los congresistas, las organizaciones de derechos humanos y líderes religiosos que siguen exigiendo a ICE que libere a todos los migrantes detenidos, antes de que ocurra una catástrofe mayor debido al hacinamiento en el que viven en los centros de detención y a la falta de medidas de prevención.
“Yo ni me bajaba de la cama, me metía debajo de la colcha por la frialdad y con el temor a enfermarme. Si te enfermabas te metían en el pozo, en un hueco; si pasaba algo y te morías, no había supervisión de nadie”, afirma a CubaNet Yoandy Turiño, un cubano hipertenso y alérgico al polvo y la humedad que solicitó asilo político el 18 de enero del pasado año.
Los 16 migrantes que fueron puestos en libertad con él, eran en su mayoría cubanos y venezolanos, además de un camerunés y un hondureño.
“Veía en la noticias que no se podía estar a menos de metro y medio de otra persona, y en Richwood todo el mundo está junto. Tenía mucho miedo de morirme de coronavirus”, subraya Turiño, nacido hace 32 años en Santa Clara.

La abogada Nathalia Rocha Dickson prepara una lista para ICE donde añade nuevos nombres de solicitantes de asilo político que están detenidos y padecen problemas de salud. Muchos de ellos son sus clientes, pero otros son migrantes que no pueden pagarle su trabajo como defensora. Sin embargo, las madres de los solicitantes cubanos de asilo la contactaron desde la Isla y le rogaron ayuda. Hasta ahora, muchos han presentado su historial médico y realizan la solicitud sin un representante legal.
Desde su oficina en Baton Rouge (Luisiana) esta abogada trilingüe nacida en Brasil, que llegó hace una década a Estados Unidos para especializarse en Leyes, convence a sus contactos en ICE para que den prioridad a los casos más graves que ella representa o conoce.
“Todos los casos los está analizando ICE independientemente”, asegura la experta legal a CubaNet.
“Están soltando a las personas más enfermas; a muchas de ellas bajo palabra. Algunos ya han tenido su audiencia final y están en proceso de apelación. Otros ya iban a ser deportados y les dan una orden de supervisión hasta que los puedan llevar en un avión”.
Al día siguiente de salir del centro de detención, Turiño pudo reunirse con su esposa. Pudo haberla encontrado horas antes, pero nunca había tomado un avión en Estados Unidos y no sabía que su vuelo debía hacer una conexión antes de su destino final. Lo perdió.
En el aeropuerto, lo esperaba ella. El tiempo los había cambiado. Él más cansado y delgado. Ella agotada de su trabajo en un restaurante estadounidense de comida rápida.
No la pudo abrazar: llegaba de una prisión donde ya se había reportado un contagiado con coronavirus. Ahora está en su propia cuarentena.
―¿Cómo te sientes?, pregunto.
―Todavía no me lo creo, uno sale mal, traumatizado. Te maltratan los guardias, la comida es malísima, mucho arroz crudo con frijoles y zanahorias. Nos trataban como a animales, nos torturaban psicológicamente diciéndonos que nunca íbamos a salir. No he podido dormir, extraño la bulla del dormitorio, el griterío de los presos jugando al dominó. La luz siempre estaba encendida sin saber si era de noche o de día. Y mi estómago no pude cambiar bruscamente de alimentos, le tengo miedo a la comida buena.
“Para mí, la espera de 15 meses en prisión ha valido la pena. Lo malo fue que no todos pudieron aguantar. Ahí te vuelves loco: muchos compañeros se cortaron las venas, otros se suicidaron como Royland Hernández… Estábamos en el mismo dormitorio, compartimos y conversamos mucho. Nos enteramos que se había suicidado cuando pusieron las noticias y vimos su foto”, dijo a CubaNet.
―¿A qué aspiras en esta vida?
―Mi gran sueño es buscar un trabajo en Estados Unidos y ayudar a mi familia. En Cuba se vive muy mal, no puedes hacerte de tu propio negocio, tienes la Policía arriba. No hay derechos humanos, ni libertad de expresión; viví con arrestos, perseguido y aquí esta gente (ICE) no te cree.
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