GUANTÁNAMO, Cuba. – Gertrudis Gómez de Avellaneda nació el 23 de marzo de 1814 en Puerto Príncipe, hoy Camagüey. Sus padres fueron un oficial de la marina española y una distinguida camagüeyana.
Según aseguran varios estudiosos de su obra, comenzó a escribir siendo una niña. En sus obras iniciales se advirtió el fuerte temperamento que la identificó durante toda su vida y que en alguna ocasión hizo afirmar al intelectual español Bretón de los Herreros: “Es mucho hombre esta mujer”.
Siendo muy joven participó en funciones de teatro hecho por aficionados, en su natal Puerto Príncipe, siendo lógico pensar que allí estrenó algunos de sus primeros dramas. Unida a su vocación por el teatro, la poesía y la novela, en esos años de estancia en Cuba se destacó por ser una lectora extraordinaria y una joven interesada en el idioma francés.
A los 22 años partió desde Santiago de Cuba hacia Europa acompañada de su madre y su padrastro, también militar al servicio de la corona. Al llegar a España se estableció en La Coruña y luego en Sevilla. Para entonces comenzó a publicar sus obras y logró estrenar varias obras dramáticas. Algunas de ellas obtuvieron resonantes éxitos, lo que provocó que fuera acogida en liceos y otras plazas literarias donde conoció a importantes intelectuales peninsulares como Gallego, Quintana, Espronceda, Zorrilla y el Duque de Frías.
Entre 1846 y 1858, la Avellaneda desarrolló una intensa labor intelectual en Madrid. De esta época son sus dramas “Hortensia” (1850), “Los puntapiés” (1851) y “La sonámbula” (1854), que nunca publicó y actualmente se estiman perdidos.
En 1859 contrajo matrimonio con el político español Domingo Verdugo y regresó a Cuba poco tiempo después. Muy recordado es el homenaje que se le brindó en el teatro Tacón de La Habana en 1860, donde la poetisa Luisa Pérez de Zambrana le colocó una corona de laurel, símbolo de la valía de su obra literaria. Ese mismo año comenzó a dirigir en La Habana la revista “Álbum cubano de lo bueno y lo bello” y realizó junto con su esposo un periplo por algunas ciudades de Cuba, entre ellas su natal Puerto Príncipe.
Después de que su esposo falleció en Pinar del Río, salió junto con su hermano Manuel hacia EEUU y luego visitó Londres y París, hasta que regresó a Madrid, aunque definitivamente se estableció en Sevilla.
Fue una escritora prolífica que se movió con soltura dentro de la poesía, el teatro, la narrativa y el periodismo.
Aunque la gloria literaria de la Avellaneda se forjó en España, ella siempre se consideró una escritora cubana e hizo hincapié en que su obra debía ser considerada patrimonio cultural de su país de origen. Sin embargo, hay diferentes opiniones al respecto y tan es así que todavía los restos mortales de la cubana no han podido ser trasladados definitivamente a Cuba.
Sus cartas a Ignacio de Cepeda fueron publicadas en Huelva en 1907. También se conserva su correspondencia con el poeta Gabriel García Tassara. Según Salvador Bueno la Avellaneda está entre los mejores epistológrafos cubanos junto con Martí y José María Heredia.
Formó parte de lo que los estudiosos han calificado como la primera promoción de poetas románticos cubanos entre la que también están José María Heredia y Plácido.
Los amores de Tula
Los prejuicios existentes contra la mujer en aquella época fortalecieron en Tula -como también se conoció a la Avellaneda- su espíritu rebelde.
Uno de los momentos en que tales prejuicios se hicieron ostensibles fue cuando la propusieron para que ingresara a la Academia Española y eso no fue aceptado debido a su condición de mujer.
Tula fue una adelantada al enfrentarse resueltamente a esos prejuicios y su vida amorosa da cuenta de ello.
Luego de haber salido de Cuba a sus 22 años y establecida en Sevilla conoció a Ignacio Cepeda, un hombre que no estuvo jamás a la altura de las pretensiones amorosas de la cubana, según consta en la correspondencia cruzada entre ambos.
Se supone que en 1844 conoció en Madrid al poeta Gabriel García Tassara, con el cual tuvo una hija que falleció antes del año de nacida.
En 1846 contrajo matrimonio con Pedro Sabater, quien murió poco después, un hecho que la marcó indeleblemente, al extremo de que decidió retirarse a un convento, donde permaneció varios meses enclaustrada.
Dueña de una bien ganada fama literaria, en 1855 contrajo matrimonio con el coronel español Domingo Verdugo. Su esposo fue designado para ocupar un cargo oficial en la colonia y regresó con él a Cuba, ocasión en que se le rindieron numerosos homenajes, entre ellos el ya citado en el teatro Tacón, aunque existen evidencias de que la juventud liberal cubana no la miró con buenos ojos pues consideraban que sus ideas eran muy cercanas a las de la corona española, un aspecto todavía insuficientemente estudiado.
Sus sonetos resultan una muestra acabada de pulcritud literaria y osadía espiritual, de lo cual resultan preciados ejemplos los que tituló “A Washington”, escrito en 1841, cuando visitó la tumba del extraordinario héroe norteño; “Mi mal”, “A dios” y el famoso “Al partir”, escrito cuando abandonó Cuba por primera vez.
AL PARTIR
¡Perla del Mar! ¡Estrella de Occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir!…La chusma diligente
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós!…Ya cruje la turgente vela…
el ancla se alza…el buque estremecido,
las olas corta y silencioso vuela!
Nota: Para la escritura de este artículo en homenaje a la insigne poetisa cubana usamos como bibliografía los textos “Sonetos en Cuba”, antología de Samuel Feijoó, el Diccionario de Literatura Cubana de la Academia de Ciencias de Cuba y la Historia de la Literatura Cubana de Salvador Bueno.