MADRID, España. — Al parecer esta frase, pronunciada por un joven agricultor cubano y no silenciada por las cámaras de la televisión estatal que cubrían el road movie de Díaz-Canel por los campos de Mayabeque ha dado que hablar. De modo que se convierte en pieza de análisis para este trabajo.
Por lo pronto, el paseo que se ha dado el dirigente comunista por esas hermosas tierras cubanas, de tan gratos recuerdos para mí, ha quedado solo en eso. Un paseo, como dice la crónica de Granma que lo recoge, titulada Los caminos de la agricultura cubana. Como si el campesino cubano de Mayabeque necesitara que alguien le dijera lo que tiene que hacer.
Allí, en las proximidades de Güines y San José de las Lajas, donde las tierras rojizas son de una calidad excelente para cultivar cualquier cosa, y varias veces al año, cuesta creer que resulte tan difícil sacar a la tierra los principales productos. En Granma explican que dichas tierras “se fueron dejando atrás”, pero no aclaran la condena al ocio en que cayó el campo cubano tras la apropiación por el estado comunista de los derechos de propiedad de productores que, antes de las imposiciones de la llamada revolución, suministraban todo tipo de alimentos a la capital, sin que existiera escasez o falta de los mismos.
Yo tuve ocasión de entender lo que era el abandono de las tierras en Güines. Campos que se cultivaban con esmero por sus propietarios, se convertían en una maraña de arbustos y la naturaleza terminaba por destruir lo que durante tantos años y tanto esfuerzo se había convertido en un paraíso productivo.
En Granma dicen, a propósito del road movie de Díaz-Canel, “pero vale la pena volver a comenzar”, y aluden a más de cien hectáreas recuperadas y plantadas en el polo productivo “Gamarra” de Mayabeque, un día después del comienzo de la campaña de frío en el país (1ro. de septiembre). Y también dicen que se trata de “tierras nuevas” algo inconcebible si se piensa que en Mayabeque hay agricultura intensiva desde los tiempos de la colonia, y que quienes están al frente de la producción son “jóvenes” que trabajan la tierra en la modalidad de usufructo, la única permitida por el estado comunista y la que, saben seguro, nunca les otorgará la propiedad de esa tierra que exige tanto sacrificio y trabajo.
Posiblemente, motivado por la belleza del paisaje y el buen carácter de la gente de estas tierras, Díaz-Canel habló de sus planes para “alcanzar la mayor autosuficiencia posible en el sector agrícola y pecuario, y así lograr de forma definitiva la soberanía alimentaria”. Dijo que esa era su preocupación principal, y que lo consideraba un asunto de “seguridad nacional”, pero ahí sigue sin solución y cada vez peor, por muchos documentos rectores comunistas que se elabore, así como informes y órdenes ministeriales. La agricultura cubana sufre los males de un pésimo modelo económico y social de los derechos de propiedad que impide fortalecer la productividad y la eficiencia. Los parches que se van improvisando, como las “63 medidas” solo sirven para justificar un expediente que no lleva a ningún sitio práctico.
El resto de la road movie fueron breves cruces de palabras —muy preparados al estilo de Leni Riefenstahl, pero con una escenografía mucho más deficiente— de Díaz-Canel con algunos de los agricultores de la zona, hacia los que el mandatario comunista quiere proyectar una imagen de cercanía con el pueblo, sin duda, alarmado por la falta de conexión que tiene el régimen con la sociedad que se pudo comprobar el pasado 11 de julio. No lo consiguió.
Osmel Aguilar produce, con las tierras en usufructo que le han concedido, unas 32 hectáreas recuperadas al monte, semillas de papa, plátano fruta y macho. Granma dice que “las plántulas son aún pequeñas, pero crecen vigorosas”. Ojalá que lleguen a término y que pueda conseguir sus objetivos. Vale la pena escuchar el diálogo. A Díaz-Canel solo le importó saber a qué forma productiva pertenece el productor, si ha vendido ya en MLC, o si va a manejar por su cuenta los ingresos que espera obtener, a lo que el presidente del grupo empresarial, que andaba al quite, le aclaró que el productor no tendrá problemas y para dar apoyo a lo que va diciendo Díaz-Canel aclara que él asume el principio de respetar la autonomía de los productores. Vale, él sí, y los otros dirigentes comunistas locales, ¿qué?
En este momento, sin preguntar al productor cuáles son sus previsiones, costes, necesidades de insumos o tecnología, a qué mercados piensa satisfacer y si está satisfecho con la distribución mayorista o los precios que le pagan, a Díaz-Canel se le va el discurso por el camino de la “autonomía de los productores y el respeto a su decisión de pertenecer a una forma productiva u otra”. Discurso que complementa con otro de igual naturaleza intervencionista: si el que produce bien pide más tierra, hay que dársela de forma inmediata. Nada que ver con dar de comer a la gente.
Después, como dice Granma, en medio del campo y el fango, Díaz-Canel conversó con los trabajadores agrícolas contratados por el usufructuario y supo que ganan unos 200 pesos por día, tienen almuerzo gratis cuando trabajan mañana y tarde y se benefician de las cosechas. Unas condiciones laborales que ya quisieran algunos dirigentes comunistas que pisan moqueta en despachos oficiales. Lo malo es que Díaz-Canel está confiado en que, por ello, pronto habrá comida, y lo cierto es que se equivoca.
Después, el road movie continuó con un breve intercambio con el joven productor Frank Lenier, quien junto a su padre y hermanos gestiona en usufructo algunas hectáreas de tierra similares a las de Osmel. Esta finca ya ha sido objeto de visita antes, porque en ella Díaz-Canel sostuvo un encuentro con productores de Artemisa y Mayabeque para analizar las trabas que aún subsisten para el desarrollo del sector y su gente.
Una de estas trabas salió en la entrevista, referida a la petición de que la tarjeta en MLC que se autoriza para vender en la Zona Especial de Desarrollo Mariel y otros destinos, solo puede emplearse para comprar insumos para la producción, y no para cubrir necesidades personales y familiares “que tanta falta hacen”.
Y aquí llegó la broma macabra de la jornada, cuando Díaz-Canel preguntó en abierto si alguno de ustedes ha podido comprar un televisor en las tiendas en MLC. La respuesta unánime fue que no, pero el joven Lenier, añadió, “pero ya lo podemos comprar”. Díaz-Canel entró al quite diciendo que esa había sido una demanda formulada en la visita anterior y que se destrabó, demostrando que su capacidad para “destrabar” es infinita. Una escena propia de dirigente autoritario que trata de convencer a una sociedad que ya no cree en él.
A continuación, el road movie volvió a consistir en otra entrevista con Alejandro Orta, usufructuario de la finca Rinconada 3, donde acaban de cosechar las últimas mazorcas de maíz y se preparan para la siembra de plátanos. Sus tierras proceden del desmonte que se hizo en la zona, por lo que son excelentes tierras agrícolas.
Díaz-Canel le preguntó si había pagado el desmonte, a lo que Orta dijo que sí, mediante un crédito, lo que a Díaz-Canel le pareció bien. Tanto dinero público que se malgasta en Cuba y un mero desmonte lo tiene que pagar un agricultor que nunca será el propietario de las tierras que trabaja. Lo más triste de todo es que a Díaz-Canel le parece muy bien que el productor agrícola tenga que endeudarse para producir, y en cambio, solo se interesó por el precio que cobró la empresa estatal que hizo el desmonte, que, según su criterio, “no debe ser muy alto”. Evidente, Díaz-Canel no quiere que se avance en el desmonte de tierras. Prefiere que las tierras estén ociosas a que estas entidades estatales obtengan un beneficio legítimo por sus servicios al sector agropecuario preparando tierras abandonadas. Un “encadenamiento” tan sencillo como este, y a Díaz Canel no solo le cuesta entenderlo, también reemplaza la eficiencia económica por la defensa de los postulados comunistas más obsoletos y demagógicos.
No contento, acabó realizando un discurso agónico en el que trató de establecer una relación armónica entre la economía del país y la economía de los productores y ellos, con sus ingresos. Esa tautología es imposible en Cuba, donde se ha visto en 63 años que bajo el régimen comunista no hay prosperidad que valga. El discurso fue aplaudido, como no, por el séquito de acompañantes, los ministros de Economía y Planificación, de la Agricultura, la primera secretaria del Partido comunista en Mayabeque, y la gobernadora de la provincia. Pero se escuchó por lo bajo, “con la comida del pueblo no se juega”.
Para acabar el show, Díaz-Canel visitó la unidad básica de producción “50 Aniversario de la Victoria de Playa Girón”, adscrita a la entidad de ciencia, tecnología e innovación ECTI Plantas Proteicas, encargada por Fidel Castro del desarrollo y fomento de la investigación científica vinculada al valor nutricional de las plantas. En este contexto surgió toda la hilarante historia de la moringa.
Esta vez no se habló de este producto, sino que Díaz-Canel, acompañado de la cúpula directiva del centro, fue invitado a recorrer un sembrado de sacha inchi, una planta de la que, al parecer, se extrae un aceite que dicen es rico en Omega 3, 6 y 9, con gran demanda en el mercado nacional. Leo esta noticia y no puedo menos que suspirar con cierta tristeza. La potencia económica de Jaén, en España, en la que, desde hace siglos, se produce el 40% del aceite de oliva que se consume en todo el mundo, dejará de tener a Cuba como cliente por el sacha inchi de marras. Hay que ver qué cosas se ven en los road movie de Díaz-Canel. Hay que pedirle que haga más.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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