LA HABANA, Cuba. – “He pensado que fue una apuesta y perdí”, responde Yandriel cuando le pregunto por los cerca de 700 dólares perdidos. Es la cantidad que el joven había pagado “por debajo de la mesa” en el tortuoso proceso de conseguir un buen empleo en el turismo y, no habiendo logrado su objetivo, no tenía cómo reclamar la devolución, al menos no en su totalidad.
Aunque el dinero lo había puesto en manos de un tío que se encargaría de “conectarlo”, este ya lo había usado en la cadena de sobornos que se extiende desde la oficina de recursos humanos del hotel de La Habana, donde trabajaría como camarero, hasta la agencia empleadora estatal que decide el otorgamiento de la plaza, porque en Cuba a ninguna empresa extranjera le está permitida la contratación directa de personal.
Yandriel pensó que era seguro lo de comenzar a mediados de 2020, pero llegó la COVID-19 a la Isla y no solo estropeó sus planes sino que, de inmediato, lo enredó en una deuda que cada día se incrementa y hasta pudiera hacer peligrar su vida.
“Ahora debo 250 dólares además de los 500 que pedí prestado. Si Dios quiere voy a pagar la mitad este mes, pero si no tendré que perderme de La Habana porque por menos aquí han pasmado (golpeado) a unos cuantos”, se lamenta Yandriel, que en estos meses de cierres de frontera, desabastecimientos, cambio de moneda, inflación y desempleo ha tenido que “inventar” para sobrevivir.
En una situación similar se encuentra Maricel. Recién graduada como gastronómica en 2019, sin un familiar o amigo que la encaminara en el turismo y, además, sin un buen currículum que presentar en una agencia empleadora, vendió su apartamento en Moa, Holguín, por 4 000 dólares, compró una casucha en Cárdenas por el mismo precio y además consiguió con un garrotero otros 1 000 dólares para pagar por una plaza de lunchera en un hotel de Varadero.
A diferencia de Yandriel, Maricel alcanzó a trabajar un par de meses, pero llegado junio de 2020 la echaron a la calle cuando la cadena española Meliá, por la situación de la pandemia, redujo su plantilla de empleados en Cuba a menos de la mitad.
Aunque por su tiempo de trabajo no le correspondía, según cuenta la joven, logró obtener el pago de una indemnización sobre el salario base establecido por la empresa empleadora (de unos 300 pesos cubanos al mes), así como el compromiso de una recontratación “cuando el turismo se recupere”. Sin embargo, el monto cobrado, donde no fue incluida la estimulación en pesos convertibles (CUC), apenas le sirvió para sobrevivir unos días, mientras que la deuda con el prestamista de su barrio permanece sin saldar y en aumento, por lo cual cada vez más crecen las presiones para que lo haga.
“Estoy vendiendo la casita en Santa Marta (Cárdenas) pero no aparecen compradores. La estoy dando hasta en 3 000, en 2 500, solo para poder pagar, pero ahora nadie está comprando. En última instancia la tendré que dar como pago pero no quisiera. Me voy a quedar sin empleo y sin casa, esto es una pesadilla”, dice la muchacha, que para evadir el acoso se ha visto obligada a pedir refugio a un familiar en La Habana.
“Pensé que era cuestión de meses y vamos para un año. Un año sin trabajo. Lo que aparece es basura con los precios como están. Pedí otro préstamo que tampoco he podido pagar. Ahora vivo agregada y con miedo, porque si quiero regresar a Varadero y recuperar mi trabajo, tengo que pagar lo que debo. La última vez que hablamos (con el prestamista) se puso pesado. Es un tipo que conoce a mucha gente. No creo que me mate pero se me van a cerrar todas las puertas”, afirma la joven.
En el llamado “sector privado” las cosas no han marchado mejor que en el estatal. Cerca de un 90 por ciento de los “cuentapropistas” en la Isla están vinculados de un modo u otro con el turismo. La crisis sanitaria que hoy afecta al negocio a nivel mundial no ha hecho excepción con el mercado cubano.
Bares y restaurantes cerrados, hostales que no albergaron a un solo cliente en 2020 y que tampoco esperan mejorar su situación en el año que transcurre. Estas son las señales más claras de lo mal que van las cosas en Cuba. Pero a la par, ocultos a la vista de los grandes medios de prensa, hay un ejército de choferes de taxi, guías, traductores y hasta sexoservidores cuyas vidas se han convertido en un infierno desde que los turistas dejaron de llegar.
A Kelvin le rompieron las ventanas de la casa a pedradas. Fue una madrugada, mientras dormía, que sintió el ruido de los cristales rotos. La esposa y los dos niños pequeños del matrimonio despertaron gritando de miedo. El día anterior Kelvin había discutido fuerte con el “socio del barrio” que lo ayudó a comprar un viejo Plymouth de 1948 que él había convertido en auto de renta a extranjeros, aunque nunca sacó licencia para ejercer de manera legal.
Apenas en 2018 Kelvin había dejado su empleo como profesor de Educación Física de una escuela secundaria. Vendió en 14 000 dólares el Moskovich de los años 80 que heredó del padre, ya fallecido, y con otros 5 000 dólares que pidió prestados completó el dinero necesario para hacerse del “almendrón”.
“Calculé mal. Pensé que podía pagar en menos de un año pero primero vino la enfermedad de mi mamá que me dejó seco, y después nos agarró esto. Gracias a que me fue más o menos el año antes (2019) pude también pagar la mayor parte del dinero, pero ahora todo el mundo está arrancado y nadie te perdona un peso, ni siquiera el socio que uno conoce de chama (de niño), de aquí del barrio. Tenía que pagarle los últimos 500 (dólares) en diciembre pero de verdad no pude. Cuando haces 20 (dólares) en el día (como taxista sin licencia) ya es una fiesta, pero se te va en boberías, todo está súper caro. Y reza por que no te pare un inspector porque ahí viene la multa o el regalillo (soborno). La gente no entiende”, dice Kelvin, negado a deshacerse del auto para pagar las deudas acumuladas porque confía en que podrá recuperarse antes del próximo diciembre.
En el mismo barrio marginal donde vive Kelvin, en las afueras de La Habana, abundan las historias de ajustes de cuenta por deudas. Párraga, Mantilla, Fraternidad, El Calvario, La Güinera son zonas extremadamente pobres donde, en medio del malestar causado por la pandemia y los “ajustes económicos”, la violencia ha alcanzado niveles alarmantes.
Según afirma Yelena, la esposa de Kelvin, unos días antes de que apedrearan la casa, en esa misma cuadra, una joven fue agredida con arma blanca cuando, al estar sin trabajo, dejó de pagar lo que debía a un garrotero.
“Ella es jinetera (prostituta) y el marido también. Siempre han tenido sus cositas, no vivían mal, pero desde que no hay turistas están como todo el mundo, arañando el peso. (El agresor) no es el amigo de Kelvin, pero igual yo no duermo pensando en lo que puede pasar. A esa chiquita casi le dan un tajazo por 100 miserables dólares, por 500 te matan. Ya se lo dije a Kelvin, que venda el carro y salga de eso. Él piensa que en diciembre esto se arregla, mentira, no se arregla nunca. Mejor vende el carro, se quita ese problema de arriba y hasta sobra dinero”, dice Yelena.
Con alrededor de 30 000 trabajadores estatales del turismo en situación de desempleo más los cerca de 250 000 cuentapropistas que han suspendido o entregado sus licencias de operación, el impacto negativo de la pandemia en la industria turística cubana, uno de los principales motores de la economía nacional, se torna palpable. Los datos oficiales más recientes sobre la reducción del número de visitantes y la caída de los ingresos netos hablan por sí solos de la magnitud del desastre.
Teniendo en cuenta tales indicadores, sumados a la crisis política que hoy atraviesa el régimen cubano, es posible deducir que la recuperación pudiera ser cuestión de años y no de meses. Un lapso de tiempo prolongado que se convertirá en una eternidad para quienes llevan más de un año intentando sobrevivir en un país donde no existen alternativas para enfrentar los malos tiempos, como tampoco sobran las esperanzas de que, en breve, algo bueno ocurra en asuntos de economía y política.
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