LA HABANA, Cuba.-“Me gusta Cuba porque la gente es sencilla y es una sociedad donde no existe el consumismo, como en mi país”, me dice Peter, un canadiense que solo ha visitado Cuba en dos ocasiones y en calidad de turista. Su experiencia se limita a lo que ha podido experimentar en sus pocos días de estancia y en el radio de pocos metros que ha alcanzado a recorrer cuando regresa a su hotel, después de su jornada de playa y sol.
Desde la ventana de su habitación o desde una tumbona en la arena de Varadero, sin libreta de racionamiento y con una tarjeta de crédito en el bolsillo, para Peter así como para miles de visitantes foráneos que se han tragado el anzuelo del tradicional discurso del gobierno cubano, el socialismo es una alternativa política paradisíaca contra ese capitalismo despiadado que, si bien les ha permitido pagarse unas buenas vacaciones en el Caribe, no es una experiencia social recomendable para esos cubanos de a pie, muy mal vestidos y hambrientos pero, al parecer, felices con sus miserias cotidianas.
“Si hay algo que me encabrona es oír a un turista hablando de las maravillas de Cuba. Se ve bien que ninguno de ellos tiene que pasar el trabajo que pasamos nosotros”, me dice Rosana, una vecina que ya no soporta esos reportajes que se han puesto de moda en la televisión cubana ni aquellos otros programas, algunos de factura norteamericana, donde se habla de autos antiguos y pintoresquismo tropical pero que silencian la verdadera esencia trágica del “exotismo” cubano.
“El que hace lo que hago yo, no lo hace por loco ni por cochino ni ocho cuartos”, dice Aurelio, un jubilado que sobrevive hurgando en los vertederos, a pesar de haber trabajado desde joven en decenas de “programas económicos de la revolución” que le prometieron un futuro de sosiego: “Tengo que hacer esto porque si no me muero de hambre, literalmente me muero de hambre”.
Al igual que Aurelio, Santiago, un anciano limpiabotas, habla de sus tantas decepciones después de muchos años esperando ese progreso que le prometieron a cambio de su sacrificio personal: “El escachao, ese es el verdadero cubano, el que no tiene familia en el Yuma [Estados Unidos] que le mande guaniquiqui [dinero], el que vive de lo que viene a la bodega y el que no tiene un salao ventilador para echarse fresco por las noches ni veinte pesos para comprar las pastillas para la diabetes (…). Corté caña, cuando lo de los Diez Millones; sembré café en las lomas; estuve en no sé cuántas movilizaciones y ¿qué pasó?, nos comieron por una pata con eso del socialismo y el comunismo, y que el capitalismo era terrible. Pero ¿y qué cosa es esto? Porque socialismo no es. Hoy tenemos más pobreza y más hambre que antes, y aun así dicen que seguirán construyendo el socialismo, ¡no jodan! Yo era limpiabotas antes de la revolución y me dijeron que botara el cepillo y el betún y mira si hice bien en guardarlos”, exclama el anciano que continúa protestando mientras lustra los zapatos de un extranjero.
“Que las tiendas estén vacías y la gente mal vestida o que terminen comprando lo que haya en ese momento no quiere decir que la gente sea sencilla o contraria al consumismo. El cubano es tan o más consumista que cualquiera. Incluso aquí es mucho más terrible, hay gente que no come por tener el último celular o celebrar unos 15 y todo eso, primero, por el destape después de tantos años de prohibiciones y, segundo, por el choque entre las grandes diferencias sociales y la falsa idea de igualitarismo con que juegan con nosotros allá arriba”, opina Maydiel, un estudiante de Economía: “Los extranjeros tienen metido en sus cabezas el mito del cubano como el Buen Salvaje. Es decir, para los turistas somos así porque queremos, porque somos así y no porque estamos obligados por un sistema político. El gobierno manipula hacia el exterior con ese discurso sobre la candidez del cubano mientras que, hacia el interior, siembra el pánico hablando del monstruo capitalista pero mientras tanto le tiende la alfombra roja y recibe a ese “dañino producto capitalista”, que son los turistas y los empresarios yanquis, con música de maracas y traguitos de daiquirí. Si son tan peligrosos, ¿entonces por qué nuestra economía depende de ellos? Señores, dejen ya ese cuento del socialismo. No sirvió allá en Europa, no sirve aquí y está siendo un desastre en Venezuela (…). El cubano de a pie, incluso los que ganan miles de dólares al mes tienen ganas de que a Cuba se la trague el capitalismo de una vez”.
Hace unos días, cuando conversaba con la fotógrafa y cineasta alemana Kirstin Schmitt sobre la obra que expone por estos días en La Habana, la artista me relataba sus experiencias personales que le hacían tener una visión idílica del país, sin embargo, reconocía que, como extranjera, había una perspectiva o varias sobre Cuba que le hacían difícil definir la realidad, narrarla, atraparla en sus fotos. “Es una realidad muy dura, detrás de la felicidad del cubano siempre se esconde algo trágico, algo oscuro”, me decía cuando intentaba explicarme el porqué del blanco y negro y la poca luz que empleaba en sus fotos sobre la cotidianeidad del cubano. Según me confesó, ella jamás había reparado en ese detalle hasta que le hice la pregunta.