Estamos viendo otra vez al régimen intentar convertir “los reveses en victoria” con sus discursos y “comunicados” de siempre, tan faltos de imaginación y espontaneidad
El régimen cubano se llevó una aplastante derrota, tanto en el terreno como en las gradas (Fotos: Captura de pantalla/ypkUSA87/Twitter)
LA HABANA, Cuba. – Dicen que a veces perdiendo se gana y algo así es lo que ha sucedido con el desenlace del Clásico Mundial de Béisbol en Miami, donde las esperanzas de un régimen eminentemente perdedor, ansioso por anotarse cualquier victoria para su extenso récord de mala racha, fueron aniquiladas por un adversario contra el cual no sirvieron ni las consignas de la “continuidad” ni la cascarilla.
El domingo, en Miami, asistimos a una de tantas paradojas generadas por nuestra peculiar situación, y es que al perder el equipo de pelota, siendo el derrotado una indudable representación de la dictadura, es la patria, durante más de medio siglo pisoteada, la que ha triunfado, más cuando sabemos cuánto han politizado y desvirtuado el deporte nacional esos camajanes que lo han hundido en la ruina en virtud de las ambiciones personales y los extremismos ideológicos.
La patria ha ganado porque igual el régimen ha sido derrotado, ridiculizado, no tanto por esa paliza descomunal sino por lo que estuvo sucediendo en las gradas, y que ni la policía política, ni el Departamento Ideológico del PCC ni los medios de prensa oficiales pudieron censurar. Así que la Televisión Nacional debió transmitir el partido tal cual acontecía. Y, como pocas veces se nos da la oportunidad, millones de cubanos y cubanas nos sentimos por unas horas libres de ver y escuchar esas frases de “Libertad”, “Patria y Vida” y “Abajo la dictadura” por las cuales aún decenas de jóvenes cubanos guardan prisión o sufren el destierro.
El domingo, tan solo por esas horas de libertad, por esas imágenes y gritos que traducían nuestros deseos, sin importar el resultado de un enfrentamiento deportivo, la verdadera patria, esa que llevamos en nuestros corazones aun cuando vivamos afuera o adentro, lejos o cerca, la verdadera patria venció, y el gran derrotado ha sido un régimen que no pudo hacer nada para que nuestros ojos no vieran y nuestros oídos no escucharan.
Con tan solo imaginar cómo, presos de la impotencia, los mandamases barrigones se retorcían frente al televisor cada vez que aparecía un cartel o se escuchaba un grito de libertad, muchos en Cuba saborearon esa victoria que, para ser aún más apabullante, debía ser coronada por una justa derrota.
Porque aunque vistan los colores de nuestra bandera y usurpen como equipo el nombre de un país, la realidad es que esos peloteros han aceptado convertirse en instrumento político de un régimen que no ha dudado en desvirtuar y arrebatar para sí los conceptos de patria, nación y país, para de ese modo mezquino excluir de su pertenencia a quienes se le opongan e incluso a quienes no le obedezcan.
Y ese “equipo obediente”, ese “team” que les hace el juego político por encima del juego deportivo, no es para nada la “Cuba” que deseamos muchísimos cubanos y cubanas que en verdad queremos ver prosperar esta tierra, pero sobre todo, ver regresar alguna vez, de manera definitiva, a los que se han ido aborreciendo a una patria tan solo porque la han confundido con un mal gobierno.
Ya escucharemos las ofensas de los papagayos del régimen contra quienes disfrutamos el desenlace del domingo. Pero cuando cientos de miles de compatriotas se alegran por una paliza en el terreno deportivo no es de la virtud o naturaleza de esas personas sobre las que hay que dudar sino de las de ese gobierno que los ha conducido hasta ese punto en que todo cuanto huela a dictadura los moverá al rechazo.
Ahora, hasta el cansancio, estamos viendo otra vez al régimen, como lo ha hecho durante más de medio siglo, intentar convertir “los reveses en victoria” con esos discursos y “comunicados” tan faltos de imaginación y espontaneidad, con esas “actividades políticas” tan ridículas, pero lo sucedido el domingo es innegable. Fue derrotado tanto en el terreno como en las gradas, y esa maravilla, para rematar, la vimos en televisión nacional, sin censura.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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